Continuando con la historia de los hermanos Grandichenko (lo peor es que todavía no se cómo termina).
Capítulos anteriores :
Capítulo 1
Capítulo 2
Sobre las razones que llevaron a dos sencillos campesinos devenidos por las circunstancias en soldados de infantería a desertar y embarcarse con rumbo incierto, se han planteado numerosas hipótesis, las cuales desconocemos prolijamente. Sin embargo nuestro equipo de investigación inventó más o menos una explicación: los Patateros del Cáucaso estaban siendo enviados a Stalingrado en un transporte militar, y los hermanos simplemente se equivocaron de barco. O quizás estaban durmiendo una siesta entre las pieles y los cargaron por error. Como sea, sabemos que sobrevivieron a la travesía en la bodega del navío mediante la ingesta de los piojos que pululaban entre el cargamento y bebiendo las gotas que caían del techo, que afortunadamente estaba lleno de grietas y dejaba filtrar el agua que los marinos de la cubierta superior utilizaban para lavar el piso.
Hacia fines de 1944 los Grandichenko llegaron a Buenos Aires y fueron descargados junto con las pieles. Al encontrarse en tierra firme fueron inmediatamente confundidos con osos. Es comprensible: durante los meses de travesía sus uniformes se habían reducido a jirones, sus barbas habían crecido, sus cuerpos estaban ennegrecidos por la suciedad y se cubrían sus desnudeces con sendas pieles de oso. Para colmo, Dimitri estaba convencido de que habían sido capturados por el enemigo, y se negaba a proferir palabra alguna. Y Feodor emitía sus acostumbrados sonidos guturales.
Así las cosas, las autoridades de la Aduana los enviaron al zoológico municipal, e impusieron una multa a los dueños del carguero por contrabando de especies vivas.
El veterinario del zoológico se negó a recibir a los hermanos argumentando que no eran de ninguna manera osos, apoyando su tesis en el hecho de que ambos calzaban aún botas de cuero.
Pasaron unos días durante los cuales nadie se quería hacer cargo de Dimitri y Feodor, Inmigración los rechazaba por osos, el zoológico por no-osos y el público por apestosos (mientras se decidía qué hacer con ellos, se los había alojado provisionalemnte en una jaula, pero los visitantes los evitaban por la hediondez que despedían).
Otra vez el destino intervino en las atribuladas vidas de los patateros. El director del Zoológico de Buenos Aires era primo del dudoso empresario circense Carlos Bartolini, y logró interesarlo para que le sacara de encima lo que amenazaba con convertirse en un problema administrativo de proporciones. El cirquero examinó superficialmente a los desdichados hermanos, bizqueando un poco ante el olor penetrante que despedía la jaula y dijo simplemente "Bien". Tres días después, los volantes de promoción del Gran Circo Bartolini anunciaban "¡VEA A LAS ABOMINABLES CRIATURAS DE LAS ESTEPAS!". ¿Podría ser que Bartolini sospechara el origen de los Grandichenko, o solamente adivinó? No lo sabemos, y en realidad no nos importa.
Dimitri y Feodor se vieron obligados a cambiar otra vez de rutina. De patateros a soldados, de soldados a fenómenos circenses. Bartolini no tenía planeado nada especial para el acto de los Grandichenko, pensaba simplemente arrastrarlos con cuerdas hasta la pista, exhibirlos unos minutos y retirarlos. No les costaba caro mantenerlos (les daba unas cabezas de pescado y ellos las devoraban sin protestar) y por otra parte, no manifestaban ninguna habilidad especial.
(¿Continuará?)
Buenas noches.
Imagen: "El Circo Azul", Marc Chagall
Hacia fines de 1944 los Grandichenko llegaron a Buenos Aires y fueron descargados junto con las pieles. Al encontrarse en tierra firme fueron inmediatamente confundidos con osos. Es comprensible: durante los meses de travesía sus uniformes se habían reducido a jirones, sus barbas habían crecido, sus cuerpos estaban ennegrecidos por la suciedad y se cubrían sus desnudeces con sendas pieles de oso. Para colmo, Dimitri estaba convencido de que habían sido capturados por el enemigo, y se negaba a proferir palabra alguna. Y Feodor emitía sus acostumbrados sonidos guturales.
Así las cosas, las autoridades de la Aduana los enviaron al zoológico municipal, e impusieron una multa a los dueños del carguero por contrabando de especies vivas.
El veterinario del zoológico se negó a recibir a los hermanos argumentando que no eran de ninguna manera osos, apoyando su tesis en el hecho de que ambos calzaban aún botas de cuero.
Pasaron unos días durante los cuales nadie se quería hacer cargo de Dimitri y Feodor, Inmigración los rechazaba por osos, el zoológico por no-osos y el público por apestosos (mientras se decidía qué hacer con ellos, se los había alojado provisionalemnte en una jaula, pero los visitantes los evitaban por la hediondez que despedían).
Otra vez el destino intervino en las atribuladas vidas de los patateros. El director del Zoológico de Buenos Aires era primo del dudoso empresario circense Carlos Bartolini, y logró interesarlo para que le sacara de encima lo que amenazaba con convertirse en un problema administrativo de proporciones. El cirquero examinó superficialmente a los desdichados hermanos, bizqueando un poco ante el olor penetrante que despedía la jaula y dijo simplemente "Bien". Tres días después, los volantes de promoción del Gran Circo Bartolini anunciaban "¡VEA A LAS ABOMINABLES CRIATURAS DE LAS ESTEPAS!". ¿Podría ser que Bartolini sospechara el origen de los Grandichenko, o solamente adivinó? No lo sabemos, y en realidad no nos importa.
Dimitri y Feodor se vieron obligados a cambiar otra vez de rutina. De patateros a soldados, de soldados a fenómenos circenses. Bartolini no tenía planeado nada especial para el acto de los Grandichenko, pensaba simplemente arrastrarlos con cuerdas hasta la pista, exhibirlos unos minutos y retirarlos. No les costaba caro mantenerlos (les daba unas cabezas de pescado y ellos las devoraban sin protestar) y por otra parte, no manifestaban ninguna habilidad especial.
(¿Continuará?)
Buenas noches.
Imagen: "El Circo Azul", Marc Chagall