Muchos de mis amigos tienen perros. Algunos de ellos quieren convencerme de que la posesión de un can es algo maravilloso y digno de imitación, con unos argumentos más bien endebles.
"Un perro es completamente fiel", dicen. Esta supuesta fidelidad canina siempre me pareció cuestionable. En primer lugar, los conceptos de fidelidad y traición son abrumadoramente complejos para la mentalidad perruna. Si no se ha visto perro alguno actuando en contra de los intereses de su amo en operaciones financieras, administrando fraudulentamente sus propiedades o manchando su reputación en programas de televisión, es principalmente porque no poseen la capacidad de realizar tales actos. Es como alabar la discreción de una patata, la templanza de una tortuga o la modestia de un sapo. El perro no traiciona porque no puede o no sabe, no porque no quiere. Muéstrenme un chucho con plenas facultades para asumir poderes amplios o firmar cheques y entonces podremos evaluar su fidelidad con premisas ciertas.
Por otra parte, mantenerse cerca de la persona que le proporciona abrigo y alimento, lo lleva a pasear, se ocupa de sus enfermedades y hasta eventualmente le consigue pareja no es fidelidad, es conveniencia. Deje de alimentar al animalito y veremos si no se va con el primer transeúnte que le ofrezca una salchicha.
"Me hace compañía", argumentan otros. Estoy dispuesto a aceptar inmediatamente que hay algo de cierto en esto, y que en muchos casos un perro tirado en el piso resulta mejor que muchísimos humanos cuya definición de "acompañar" es peligrosamente similar a la de "incordiar". Pero vamos, si su concepto de compañía es tener cerca algo que respira, cualquier cosa le sirve. Y el cuzco nunca se va a ofrecer para ir a la esquina a comprar unas cervezas, ni va a traer unas películas, ni, lo más importante, se va a ir cuando perciba que se está poniendo pesado. Además, esta supuesta compañía sólo puede ejercerse dentro del radio de acción del peludo individuo, es decir, si usted se siente solo fuera de su casa, deberá regresar para que el perro lo acompañe. ¿Qué clase de acompañamiento es ese donde el acompañado debe ir a buscar al acompañador? En realidad usted es compañía para el perro. Piénselo.
"Me hace fiestas cuando vuelvo a casa". Estupendo. Uno vuelve cansado del trabajo, pensando en cenar, darse una ducha y meterse a la cama a mirar televisión, leer un libro o resolver un sudoku, y resulta que no, que el perro le organizó una fiesta. Miren, yo no tengo nada en contra de las fiestas. Incluso he asistido a algunas, y casi ninguna de ellas terminó cuando yo llamé a la policía desde el baño haciéndome pasar por un vecino enojado por los ruidos molestos. Pero ¿fiesta todos los días? ¿en mi casa? ¿organizada por mi perro?.
No, gracias.
Veamos ¿qué clase de invitados vendrían a una fiesta organizada por un perro? Es proverbial la incapacidad de los cánidos de tomar nuestra agenda y llamar por teléfono a todos nuestros amigos, pero suponiendo que pudieran hacerlo, tenemos el pequeño detalle de la barrera idiomática. Difícilmente una persona que recibiera un llamado telefónico y escuchara "¡guau, guau, arf!" del otro lado pudiera interpretar que mi perro lo está invitando a una fiesta en mi honor. Y si vamos más allá, si el perro tuviera cualidades comunicacionales extraordinarias, si pudiera, por ejemplo, sortear la limitación fonética mediante el uso de un teléfono celular y enviara mensajes de texto, ¿quién podría, quién querría ir todos los días a una fiesta en la misma casa, con las mismas personas? Psicópatas, indudablemente.
Es verdad que los perros se comunican entre ellos, cualquiera que viva en un barrio donde uno de estos cuadrúpedos empieza a ladrar y contagia el resto de la población canina en un radio de cuarenta manzanas puede dar fe de ello. Así que probablemente nuestro amigo pueda invitar a otros perros vecinos a la fiesta. Pero estos otros perros tienen sus propios amos, y deberían estar ocupados organizando sus propias fiestas. Entonces ¿qué clase de perros acudirían a la nuestra? Perros sin amo, naturalmente.
En conclusión, llegaríamos a nuestras casas cansados luego de la jornada laboral, y nos encontraríamos con un montón de psicópatas y perros callejeros oliéndose los traseros los unos a los otros. Sí, los psicópatas también. Y todos felices y palmeándonos la espalda y volcando las bebidas sobre la alfombra y cavando pozos en el jardín y bebiendo de los inodoros. Y los perros también harían toda clase de cosas, incluyendo ampliar el concepto de "excusado" más allá de lo socialmente aceptable.
Y todo lo tendría que limpiar usted, porque el organizador de tamaño despropósito sería incapaz de agarrar una escoba.
¿Cuánto tiempo se puede vivir así? Es una pregunta retórica.
Dejo de lado en este análisis la cantidad de trabajo que demanda tener un mamífero de estos, porque los entusiastas no consideran un sacrificio ocuparse de sus mascotas, pero no le creo nada al que dice que sacar a pasear a Bobby una noche de invierno con una temperatura de tres grados y una llovizna capaz de acuchillar cualquier impermeable "es un placer y le ayuda a despejarse un poco".
Así que no tengo perro. Pero no debe desprenderse de todo lo antedicho que me disgusten los perros, nada más lejos. Me encantan, juego con ellos en las casa de mis amigos, les rasco la panza y les permito llenarme de saliva las manos. Pero cuando la visita termina y me voy, el perro se queda.
Y llego a casa tranquilo, y ceno, veo televisión o leo un libro, y si me llaman por teléfono y del otro lado se escucha "¡guau,guau, arf!", simplemente corto y me dispongo a dormir.
Buenas noches.