De pequeño me enseñaron que los colores primarios (es decir, aquellos que no pueden obtenerse por mezcla de otros colores) eran tres : amarillo, rojo y azul. Para los puristas esta es la síntesis aditiva, y existe la sustractiva que tiene como colores primarios el rojo, el verde y el azul (De ahí las siglas RGB que resultan tan familiares a quienes utilizan programas de diseño o retoque fotográfico). Claro que también existe el sistema CMYK (cian, magenta, amarillo, negro), y el HSB (tono, saturación, brillo).
Nada de eso importa en realidad, pero darle una pátina de conocimiento al acápite sirve para disimular la tontería que se escribe en el cuerpo principal del artículo.
Al principio los colores eran eso, colores. Se los podía nombrar a todos con una sola palabra. Azul, verde, marrón, celeste, rosa, naranja, gris. Había, eso sí, algunos colores un poco más delicados, de vez en cuando aparecía por ahí un bordeaux o un beige.
Más tarde la gente se dio cuenta de que no alcanzaba, que había muchos verdes, muchos marrones, muchos azules. Entonces no alcanzaron los nombres simples, hubo que agregarles un complemento, una subclase que profundizara la definición. Verde claro, verde oscuro, marrón claro, marrón oscuro, gris claro, gris oscuro. La cosa no era grave, ayudaba.
Y tampoco alcanzó. ¿Qué tan oscuro era el verde, qué tan claro el azul? ¿Tan claro o tan oscuro como qué?
La tercera ola dotó a los colores de matices más sutiles y amanerados. Nacieron el rosa viejo y bebé, el verde agua, manzana e inglés, el gris plata y topo, el azul cielo, Francia y petróleo (el petróleo no es azul, pero no importó) el amarillo patito, el rojo obispo.
Los fabricantes de automóviles, contagiados de poesía, ya no vendieron coches azules o blancos, y los catálogos se llenaron de descripciones como blanco aconcagua, azul dársena, rojo pasión, oro inca, verde winchester.
Hasta aquí se soporta, se comprende, incluso se acepta con simpatía que una descripción más precisa del color de un objeto requiere algo de imaginación, y salvo en el ejemplo de las automotrices que se dejan intoxicar por los vapores del
marketing, el resto de los
neocolores, hay que reconocerlo, resulta bastante funcional. Después de todo, para aquellos casos en los que se requiera una descripción absolutamente unívoca existen cosas como
Pantone.
Ah, pero las cosas no quedaron ahí. Claro que no. Las personas tienen una capacidad insobornable para tomar algo que ya está bien como está, llevarlo un paso más allá y convertirlo en una porquería.
Y los colores dejaron de ser colores. Y la camisa rosa pasó a ser color salmón. Y los zapatos marrones son chocolate. Y las medias color natural y la corbata marfil, y el pantalón canela y el saco lavanda y este tipo debe ser daltónico, no se puede salir así vestido a la calle.
No me gusta. Me parece una muestra más de lo impreciso, blando y tonto que se está voviendo el lenguaje : Holis, ¿querés que te muestre mis fotis? ¡Son redíver! Mirá, ahí tengo esas botas chocolate refashion.
(Breve pausa. El autor tuvo que descansar unos minutos luego del esfuerzo que le cuesta imitar el dialecto taradastellano).
Además, ¿por qué salmón? ¿Por qué no pollo crudo? ¿Quién dijo que el beige es el color natural? ¿Entonces quiere decir que los morochos son antinaturales? ¿Por qué chocolate y no...? Bueno, está bien, es preferible chocolate.
Protesto. Devuélvanme los colores. No quiero vestirme con peces, pintar con comida, tapizar con plantas. Quiero pigmentos, no condimentos.
Buenas noches. (Sí, he vuelto).