martes, 27 de diciembre de 2011

El Sin-logista



Algunos de ustedes se han estado preguntando por qué mi ritmo de publicaciones ha bajado tan drásticamente en los últimos tiempos. He aquí la explicación.



No se ha tratado de las causas habituales : mucho trabajo, poca inspiración, viajes, falta de conexión a Internet, abducción alienígena. Esta vez es una historia diferente.

Todo comenzó hace unos cinco meses, cuando recibí un mensaje de correo electrónico de parte de una importante editorial que decía que querían contactarme con referencia a este blog. 
Verán, con cierta periodicidad recibo ofertas para poner publicidad en este espacio, o de hacer intercambio de enlaces con "la más importante red de lo que sea en donde sea", o de escribir por moneditas algún artículo  para alguna empresa, todas cosas que no valen en dinero ni en placer el tiempo que debería invertir en ellas. 

Así que casi sin pensarlo envié ese mensaje al olvido, y continué con mi vida.

Dos días después el mensaje regresó, pero con otra redacción, y el firmante actual parecía tener mayor jerarquía que el anterior. Me tomé esta vez la molestia de verificar la existencia de la importante editorial. Todo parecía auténtico. 
Contesté. No perdía nada más que tiempo, y la verdad es que lo suelo perder a montones, así que un poco más no importaba.

Y sucedió que después de varios intercambios epistolares electrónicos, un llamado telefónico y un par de consultas con un amigo leguleyo, me encontré en las oficinas de la importante editorial firmando un contrato para publicar un libro. Sí. Un libro. El libro de Los Sin-logismos de Bugman.

Los meses que siguieron a la firma fueron bastante intensos, hubo que elegir los artículos que se publicarían, pulir algunas partes, agregar otras, eliminar algunas referencias temporales, corregir, y, lo más importante, escribir doce artículos nuevos que nunca fueron (ni podrán ser) publicados aquí. Fue una experiencia nueva, eso de escribir a pedido, nunca me había pasado que, por ejemplo, me hicieran reescribir completamente algo que para mí estaba, bueno...bastante bien.

Esa etapa ya terminó. El libro ya está escrito, corregido y listo para impresión. Falta definir el arte de tapa, (la imagen que ilustra este artículo es, justamente, ilustrativa) pero es casi seguro que contendrá una fotografía mía haciendo el gesto de la ceja levantada, porque me hicieron ir a un estudio donde me registraron con cámaras unas quinientas veces.(La ceja me quedó acalambrada, por un momento pensé que nunca más podría bajarla)

La idea original era lanzar el libro (una tirada pequeña, de doscientos ejemplares, se ve que tanta pero tanta fe no me tiene la importante editorial) para fin de año, aprovechando que la gente se lleva algo que leer a la playa, y que, vamos a admitirlo, esto es lectura liviana, pero las cosas se retrasaron y no creo que esté en las librerías antes del mes de febrero.

Se suponía que yo no debía decir nada hasta una semana antes del lanzamiento, pero esta era una noticia parecida a tener en la mano una granada sin espoleta, si no la soltaba explotaba. Yo, explotaba.
Los muchachos de la importante editorial me dejaron darles la primicia. Con tal de que no publicara el nombre de la importante editorial, ni la tapa del libro (cosa que no puedo hacer porque todavía no me la mostraron, señores de la importante editorial).

Bien, ya saben por qué no estuve escribiendo aquí, es porque estuve escribiendo allá. Como loco, estuve escribiendo. Un libro. ¡Estuve escribiendo un libro! Que va a salir en un mes y medio, más o menos. ¿Lo van a comprar? ¿Eh? Tiene lo mejor de Los Sin-logismos de Bugman, corregido y aumentado, más doce ¡doce! artículos inéditos. No, todavía no está decidido el precio de tapa. No, no les voy a contar cuál fue el arreglo económico con la importante editorial. Sí, si quieren les dedico su ejemplar, faltaba más.

Se va a llamar "El Sin-logista"

Buenas noches.


domingo, 18 de diciembre de 2011

Erre con erre (y cuatro)


El primero en responder fue el señor de generoso tonelaje. Y por su respuesta, pude deducir dos cosas, a saber:
a) El coche comedor se encontraba en una posición elevada.
b) El caballero me confundía con un horticultor extranjero, presumiblemente italiano.

Porque, en efecto, lo que dijo el abultado varón fue : El comedor te lo voy a bajar yo, gringo dell'orto.(*)
Inmediatamente la señora de aspecto severo se puso a recriminarle una supuesta actitud incivil para con el extranjero que nos visitaba (que vendría a ser yo) y a hacer una encendida defensa de la actividad turística y sus ventajas para el país anfitrión. Mientras tanto, la señorita aprisionada profería una risita nerviosa.

Me pareció que la conversación llegaba a un punto muerto, de manera que aprovechando otra exhalación avinagrada me paré y, anunciando que pronto volvería, me dispuse a localizar el bendito comedor por mis propios medios.

Recorrí, no sin dificultad, debido a que había numerosos pasajeros  viajaban parados (unas condiciones de viaje a todas luces inaceptables, pero curiosamente nadie se veía alterado ni disconforme) toda la formación, y no encontré lugar alguno donde sirvieran comidas, es más, tampoco transportaba mesas este convoy.
Luego recordé que, según mi experiencia, algunos trenes, seguramente en aras de optimizar la cantidad de pasajeros transportados, no destinan ningún espacio especial para comer, sino que proveen un servicio de sándwiches y bebidas que un empleado transporta en un carrito y va ofreciendo a los viajeros en sus propios asientos. Ah, el caballero robusto me había jugado una broma, y yo había caído como si realmente fuera un campesino de la Toscana.

Volví a mi puesto con la intención de saludar la humorada, y para mi sorpresa lo encontré ocupado por otra persona, en este caso un jovencito que llevaba ropas demasiado grandes para su talla y coronaba su testa con una gorrita como la que usan los jugadores de baseball.
Procurando no hacerlo sentir incómodo por la confusión, le expliqué que ese era mi lugar, y les pregunté a mis otros compañeros de travesía si habían prevenido al recién llegado de la circunstancia.

Con la cadencia propia de un pizzicatto, el joven de ropa holgada y gorrita me contestó algo que yo interpreté como la sugerencia de dirigirme hacia otro lugar en forma perentoria. Me dijo : Rajá, pelado. No encontré apoyo a mi reclamo de pertenencia en ninguno de mis ya antiguos colegas de travesía: la señora de aspecto severo miraba con nerviosismo por la ventana, súbitamente interesada en la vegetación urbana, la señorita comprimida había descubierto su vocación por escudriñar el piso y el señor rollizo soltó una salva de eructos para festejar la ocurrencia del jovencito.

Suele decirse que ignorar la injusticia cometida contra uno es la forma más elegante de la soberbia, y con un poco de soberbia, un poco de elegancia y un poco de mareo debido a los efluvios que el sonoro y gutural homenaje había esparcido en el ambiente, seguí la sugerencia del muchacho de gorrita.

Luego de deslizarme entre los muchos cuerpos cuyos portadores no parecían dispuestos a mover para franquearme el paso, actividad en la que estaba adquiriendo bastante práctica, encontré cerca de una puerta un espacio lo suficientemente amplio como para estacionarme sin compartir el aliento de media docena de personas. Y allí me dispuse a esperar el carrito de los sándwiches, preguntándome a la vez cómo habría de maniobrar su conductor para desplazarlo entre tanto humano inmóvil.

Nunca me enteré, ya que jamás se presentó. Otra queja que pensaba presentar al Presidente de Union Internationale des Chemins de Fer para América Latina apenas tuviera la oportunidad.
Sin embargo, sí se aparecieron numerosos vendedores ambulantes de toda clase de productos maravillosos, anunciando a viva voz las inmejorables condiciones comerciales en las que, por única vez, podían expender los mismos. Era prácticamente un regalo, una oportunidad imperdible de adquirir bienes de excelente calidad a un precio irrisorio.

Al final de mi viaje, yo era el feliz poseedor de una linterna cuyas baterías se recargaban accionando una manivela, un juego de rotuladores de colores, una práctica tijera china plegable, un completo set de agujas de coser (incluyendo un novedoso adminículo que servía para enhebrar), tres libritos para colorear, un líquido para quitar manchas, una guía con mapas de la ciudad y todos los recorridos del transporte público de pasajeros, dos cajas de apósitos adhesivos con motivos de Disney y un prolongador eléctrico retráctil de tres metros con conector doble.

También, merced a personas que pedían una colaboración para paliar circunstancias de lo más desgraciadas, recibí tres plantillas de calcomanías que representaban a supuestos personajes de historietas que no pude reconocer, y cuatro estampitas de santos, entre los cuales estaba San Cristóbal, patrono de los viajeros.

Tan entretenido me encontraba haciendo ejercicio del intercambio voluntario de bienes y dinero, que el resto del viaje se me pasó en un santiamén, y casi lamenté bajarme en una parada intermedia y perderme las ofertas que todavía no se habían presentado.

Pero haciendo gala de una disciplina laboral admirable caminé hasta mi oficina, y al llegar calculé el tiempo total de mi travesía. Una hora y media. Unos cuarenta minutos más que en automóvil.

Sobre el viaje de vuelta, la experiencia de esperar en un andén oscuro y solitario durante más de media hora al tren de habría de acercarme nuevamente al hogar y descubrir que venía cargado hasta el tope de individuos para quienes la impenetrabilidad de los cuerpos era sólo una opinión, no he de explayarme en esta oportunidad.

Sólo diré que,  a pesar de que el experimento resultó fascinante, sigo conduciendo a mi trabajo todos los días.

Buenas noches.


(*) Del huerto, en italiano.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Erre con erre (tres)


El tren se deslizaba lentamente sobre los rieles, y me dispuse a disfrutar de los treinta y siete minutos que duraría mi viaje, de acuerdo con el horario que había tenido la precaución de estudiar. 

A manera de entretenimiento calculé que, para cumplir con el itinerario, la velocidad promedio del convoy debería ser de unos cuarenta kilómetros por hora,  seguramente con trayectos más veloces para compensar las marchas lentas en las estaciones intermedias . Y claro, teniendo en cuenta que habíamos salido con un retraso considerable, esperaba un notable incremento de la celeridad, ya que era impensable que el maquinista decidiera  que las pautas temporales en las que confiaban una multitud de pasajeros pudieran ignorarse sin consecuencias.

Con esto en mente, pasé a calcular la rapidez con la que nos desplazábamos. Utilicé para ello una técnica muy sencilla, que recomiendo a todo aquél que desee saber a qué velocidad se traslada, ya sea para pronosticar el tiempo estimado de arribo a su destino o para solazarse aplicando los bellos y simples principios de la Física. Los lectores sociables también podrán hacer de este ejercicio una excusa para iniciar una conversación.

El procedimiento consiste en tomar un punto de referencia fijo al vehículo en el cual nos estemos moviendo cuya ubicación permita la vista exterior. Algo que esté junto, encima o forme parte de una ventana es especialmente adecuado para nuestro propósito. Una vez elegida la referencia, nos concentraremos en encontrar en el paisaje que se desplaza ante nuestros ojos un elemento que se repita regularmente y cuya distribución espacial sea conocida. Buenos ejemplos de esto son los postes de iluminación, los hitos en las rutas, las esquinas en las ciudades. Malos ejemplos podrían ser vacas, señores con sombreros verdes y sedes del Partido Demócrata Progresista.

Es fácil deducir lo que sigue: debemos ubicarnos de manera que nuestra visión abarque el punto de referencia fijo y el elemento relativamente móvil externo al mismo tiempo, y contar los segundos entre la aparición de dos elementos similares. A partir de allí, sabiendo que v=e/t (*), el cálculo resulta trivial. En mi caso tomé como referencia fija un tornillo curiosamente salido del marco de la ventana, y como elemento exterior repetible las bocacalles que en virtud de nuestro movimiento relativo parecían pasar delante de mis ojos. Fue sumamente placentero computar que, sabiendo que las bocacalles están a cien metros de distancia entre sí, y  pasaban quince segundos entre sucesivas apariciones sobre mi punto fijo, nos movíamos a veinticuatro kilómetros por hora..

Así lo anuncié a mis ocasionales compañeros de travesía, que me dedicaban unas miradas algo extrañas. Es probable que el hecho de que debido a mi necesidad de minimizar errores de paralaje y perspectiva me encontrara tapando un ojo con una mano, con la cabeza inclinada en un ángulo poco habitual y con una rodilla apoyada en el suelo tuviera algo que ver. 

La noticia no pareció importarles mucho, a decir verdad. El más interesado fue el caballero de dilatada silueta, que luego de echar un vistazo a un reloj de pulsera que a mí me hubiera servido perfectamente como cinturón, soltó otra carga de aire sazonado.

Debo confesar que me desilusionó un poco que nadie me preguntara cómo había llegado a conocer nuestra velocidad, y me resistí a la tentación de enseñarles la técnica de todas maneras. Algunas veces la gente, simplemente no quiere saber.

Yo sí sabía. Sabía que de no aumentar drásticamente la rapidez de la formación, mi viaje de treinta y siete minutos se vería transformado en uno de poco más de una hora. Esta perspectiva me fastidió un poco, me preocupó otro tanto, pero lo que más hizo fue despertarme el apetito, así que, un poco mosqueado por la frialdad con que habían tomado el certero dato que les acababa de entregar, pregunté a mis compañeros de asiento hacia dónde debía dirigirme para encontrar el coche comedor.

(Continuará)

Buenas noches.


(*)Donde v = velocidad
                  e = distancia
                   t = tiempo







martes, 15 de noviembre de 2011

Erre con erre (dos)


Viene de aquí. 

Rápidamente los asientos desocupados dejaron de estarlo, hasta que el coche colmó su capacidad. Supuse que esa sería la señal de partida para la formación, porque ya no teníamos que esperar a nadie más (confieso haber sentido un pequeño golpe a mi autoestima al descubrir que el maquinista no me había dispensado un honor especial al aguardarme, sino que estaba dispuesto a demorar la partida en beneficio de cualquier desconocido, que además ni le daba las gracias).

Pero no partimos. Y la gente siguió subiendo al tren, a pesar de que ya no había comodidades disponibles. Me alarmé. He visto documentales acerca de países en donde la gente viaja parada en los trenes, y normalmente eso sucede en medio de catástrofes devastadoras, cuando las personas desean escapar de la zona incluso a costa de sacrificar su confort. Pero todos parecían de lo más tranquilos, y salvo algún maletín, bolso u ocasional mochila no cargaban con la impedimenta típica del evacuado.

Deduje entonces, que al insólito criterio de vender pasajes sin asiento asignado se sumaba la no menos insólita decisión de permitir que quien quisiera viajar parado pudiera hacerlo. "Caramba, cada día se aprende algo nuevo, ¿verdad?", le dije a mis ocasionales compañeros de asiento (un señor muy gordo que aprisionaba contra la ventanilla a una señorita visiblemente contrariada, y una señora de aspecto severo). El señor muy gordo se limitó a exhalar una cantidad de aire capaz de reflotar un submarino y al mismo tiempo matar a toda su tripulación (el suspiro de este individuo venía, por decirlo así, fuertemente condimentado), a la señorita contrariada se le despertó un súbito interés por lo que sucedía ventanillas afuera, y la señora de aspecto severo me felicitó por mi perfecta pronunciación del castellano.

Un poco perplejo entre los  picantes efluvios de la exhalación del orondo caballero y la desconcertante congratulación de la dama austera, me llamé a silencio. Esto no me impidió notar que la salida del ferrocarril se estaba demorando más allá de lo tolerable, arruinando así los planes de cientos de pasajeros que como yo habían abordado en la estación terminal y también los de aquellos que habrían de hacerlo en las siguientes paradas. Nuevamente pensé en algún desastre, pero examinando las actitudes del resto del pasaje parado o sentado no pude encontrar nada más intenso que cierto halo de resignado fastidio. Conociendo a mis compatriotas, capaces de prenderle fuego a las butacas de un estadio simplemente porque su equipo favorito había perdido el partido, interpreté las señales como la reacción ante un inconveniente menor e inevitable.

Ah, pero de todas maneras la demora era inadmisible. Mientras pasaban los minutos el nivel jerárquico de las personas a las que tenía pensado plantear un enérgica queja iba ascendiendo. Ya iba por el Presidente de Union Internationale des Chemins de Fer (*)para América Latina cuando por fin, con el gentil zumbido de sus motores eléctricos, la locomotora empujó al resto de los coches, y todos juntos (porque tal es el concepto de tren, caramba) abandonamos la estación traqueteando sobre los rieles.

(Continuará)

Buenas noches


(*)Unión internacional de Ferrocarriles. Sí, existe. No, no me lo inventé.


viernes, 11 de noviembre de 2011

Entrega de Premios Bitácoras


Distinguidos lectores, comentaristas y curiosos, el día de hoy, a la hora 20 de Madrid, hora 16 de Argentina, se realizará la entrega de los Premios Bitácoras 2011, como parte del evento llamado interQué.
El jurado ya ha decidido, pero no me quieren decir nada.
Por si alguien no lo sabe, este blog participa en la categoría "Mejor Blog Personal" por tercer año consecutivo
(en 2008 también llegó a las instancias finales, pero en la categoría "Mejor Blog de Humor").
Supuestamente desde este enlace se podrá ver la ceremonia en vivo (en este momento estoy intentando pero no se ve nada).
Intentaré presenciar el momento de la entrega del premio, si quieren pueden acompañarme (virtualmente, virtualmente). 
En todo caso a esa hora me encontrarán en Twitter (@Mr_Bugman) festejando o aceptando la derrota con dignidad. O hidalguía. O resignación. O indiferencia. O indignación. O lipotimia. Lo que surja naturalmente.

Buenas noches para quienes estén leyendo esto desde algún huso horario donde sea de noche.



ACTUALIZACIÓN 11/11/11 17:36 : Bueno. Perdimos. Otra vez. Ya van cuatro veces. Cinco, si contamos cuando perdió MIB. Caramba. Cuatro veces, caramba. O cinco.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Erre con erre (uno)







Erre con erre guitarra,
erre con erre carril.
Rápido ruedan las ruedas 
por rieles de hierro
del ferrocarril.














Un poco harto de conducir todos los días hasta mi trabajo, soportando el intenso tránsito automotor, y por qué no decirlo, la conducta incivil de los demás motoristas y la desaprensión de los peatones que se lanzan a cruzar las calles por cualquier parte sin mirar y sin sentirse de ninguna manera compelidos a respetar la luces de los semáforos, además de las largas vueltas buscando un espacio para estacionar, y algunas veces las largas caminatas producto del olvido de dónde había estacionado efectivamente, decidí probar un transporte alternativo. (Hacemos una pausa para tomar aire luego de este párrafo innecesariamente largo).

Fue así que un día entre los días conduje mi automóvil hasta la estación de tren más cercana a mi domicilio (desafortunadamente está demasiado lejos para prescindir por completo de mi vehículo), y procedí a estacionarlo en el lugar destinado a tal efecto, hecho lo cual, me dispuse a disfrutar de la seguramente estimulante travesía. Cabe aclarar que hacía unos quince años que no utilizaba el ferrocarril. Al menos, este ferrocarril.

Me dirigí hacia el expendio de pasajes, pero antes de llegar a la ventanilla detrás de la cual habría un empleado planeando matar a todos los pasajeros (todos los empleados que venden pasajes de tren planean matar a todos los pasajeros, lo único que les impide llevar sus planes a la acción es que necesitan unos cuantos pasajeros con vida para conservar su trabajo), encontré la primera novedad: ¡Una máquina expendedora de pasajes! La tecnología es algo maravilloso. Y podemos estar razonablemente seguros de que la máquina no planea matarnos. Esa máquina, al menos. De todas maneras se quedó con algunas monedas.

Provisto ya de mi boleto, dediqué mi atención a los carteles electrónicos que anunciaban con gozoso despliegue luminoso los arribos y partidas de formaciones; si bien yo había estudiado concienzudamente los horarios, nunca sobra la confirmación. Enorme fue mi consternación al descubrir que el tren que yo había elegido para llegar a mi oficina en horario razonable, ya debería encontrarse en camino. 
Caminé, entonces, cabizbajo, hacia los andenes dispuesto a esperar la próxima partida, y con alegría y sorpresa observé que donde sólo debería haber pasajeros aguardando, un reluciente convoy se aprestaba a ponerse en marcha. Obviamente habían tenido la amabilidad de esperarme, ya que cualquier explicación alternativa que involucre incumplimiento de horarios o dificultades técnicas sería decididamente irrisoria.

Agradecido y avergonzado a la vez, me apresuré en llegar hasta la ventanilla del maquinista, al que saludé y reconocí su civilizado gesto. Pero, seguramente por modestia y decoro, el individuo se limitó a proferir un gruñido y continuar con su complicado trabajo, que en ese momento consistía en aporrear frenéticamente las teclas de un teléfono celular.

Acto seguido examiné mi pasaje buscando las indicaciones de coche y asiento, y no las encontré por ninguna parte. Me sentí bastante tonto, porque la mayoría de las personas que abordaban el tren no parecían tener dificultad alguna para ubicar sus lugares, hasta se diría que estaban dotados de una destreza especial para hacerlo, porque en todos los casos les correspondía el primer asiento libre.

No quise que mi impericia demorara aún más la partida del tren, y pregunté a un pasajero que parecía tener mucha prisa en acomodarse, no sin antes asegurarme de que retirara su codo de mi mandíbula (tal era la vehemencia del caballero) sobre el mecanismo que tan eficazmente utilizara para encontrar su puesto. La respuesta fue un gruñido parecido al que el conductor me había obsequiado hacía unos minutos, pero con una modulación que casi dejaba adivinar algunas palabras, entra las que me pareció reconocer "donde se le cante". Inmediatamente traduje la figura a "donde usted lo desee", y me resultó muy extraño que la asignación de asientos se efectuara de una manera tan inconveniente y anárquica, pero mi interlocutor procedió a manifestar con su lenguaje corporal la intención de dar por terminada la conversación, así que con algo de recelo me desplacé hasta un asiento desocupado, y todavía un poco desconcertado, me senté.

(Continuará)

Buenas noches




miércoles, 2 de noviembre de 2011

Anuncio Oficial





Señoras y señores, damas y caballeros, niños y otros organismos basados en el carbono,  tengo el honor de anunciarles que, gracias a sus votos, Los Sin-logismos de Bugman, una vez más, y por cuarto año consecutivo, ha clasificado como finalista de los Premios Bitácoras, en la categoría "Mejor Blog Personal". (aplausos)

Ahora un jurado habrá de decidir si nos merecemos el premio o no, pero eso es otra historia. En lo que a mí respecta, misión cumplida, ¡GRACIAS!





domingo, 23 de octubre de 2011

Cositas sueltas 33




-Mis sueños de fama se limitan a que alguna vez algún admirador que tenga restaurante me invite a comer gratis. O al menos me haga un buen descuento.

-Esto de ser la especie dominante no parece buen negocio. Las demás especies nunca reconocen el esfuerzo que hacemos en complicar las cosas, y encima cuando nos encontramos nos comen, nos pican o nos defecan.

-Estuve bajo tratamiento médico algunas semanas, y descubrí que soy demasiado perezoso como para hacerme adicto a cualquier cosa que requiera más de una dosis.

-Que todavía no tengamos teletransportación, veredas móviles ni autos voladores es un claro indicio de que los científicos han sido sobornados por la industria de los neumáticos.

-Tendría que estudiar anatomía por unos años para saber si hay alguna parte del cuerpo que todavía no me  haya dolido nunca.

-La vida es cualquier cosa menos lo que dicen las frases que empiezan con las palabras "la vida es".

-El momento exacto en el que se debe abandonar cualquier reunión es cuando la estupidez se convierte en otro punto de vista.

Buenas noches.


miércoles, 19 de octubre de 2011

¡Noticias de último momento!

¡UNA BUENA!





¡UNA NO TAN BUENA!



Muchas gracias a todos por sus votos, esto sigue hasta el 1 de noviembre, así que a no confiarse ya a seguir votando. Que si no empiezo con la campaña en serio y me van a tener que aguantar. Oh, sí, me van a tener que aguantar.
¡Y a ver si no dejamos a MIB fuera de la final, caramba!
No son más de tres minutos, van, votan y si quieren salen sin saludar. Pueden usar sus cuentas de Twitter o Facebook para autenticarse.
Y no se olviden de Relato del Presente.


Buenas noches.



miércoles, 12 de octubre de 2011

Día de la Raza


Se conmemora el 12 de octubre el día en que la tradición aceptada indica que Rodrigo de Triana, marinero de la tripulación de Cristóbal Colón, avistó las costas de Bahamas y con comprensible alegría gritó "¡tierra!".

No se hallaba entre las expectativas de Rodrigo pasar a la posteridad ni ser parte de la primera expedición (aunque es probable que los noruegos, que en esa época eran vikingos, hubieran llegado primero, y no me extrañaría, los noruegos siempre están un paso adelante) a un nuevo continente. Apenas querría el humilde tripulante estirar las piernas, comer algo que no le causara escorbuto y dormir sin tener que inhalar las ventosidades de sus compañeros.

El problema fue que cuando Don Cristóbal puso un pie en América (que para él eran la Indias, que así llamaban en esa epoca al lejano oriente,  porque no llevaban GPS) aquí ya había gente.
Y en vez de decir "Oh, disculpen, no sabíamos que este continente estaba ocupado" y marcharse a su casa, previo intercambio de tarjetas de negocios, direcciones de correo electrónico y la promesa de coordinar una reunión de trabajo con los nativos, se quedaron.

Quién podría culparlos: buen clima, mujeres desnudas, frutas exóticas, y por lo menos al principio, indígenas que no tenían intenciones de comérselos en el desayuno. Vamos, ahora mismo hay personas que pagan pequeñas fortunas para visitar el Caribe por unos poco días.

El acontecimiento fue verdaderamente único, dos culturas que habían evolucionado en forma completamente separada de pronto se encontraron, y no tardaron en chocar. 
El resultado fue claramente desfavorable para los locales.

Es que luego de Colón vendrían otros aventureros a conquistar el territorio, gentes rudas y con pocas pulgas que en su Europa natal no tenían un futuro muy halagueño, y llegaban a estas latitudes con la idea de hacerse ricos gracias a los fabulosos tesoros que contenían. Muchos lo lograron, otros muchos murieron en el intento.

Los europeos guerrearon con los americanos y les ganaron. Impusieron con violencia su forma de vida, su religión, sus valores y costumbres. La cultura más poderosa y más avanzada tecnológicamente prevaleció.
Estos son los hechos.

Ahora bien, la corriente de pensamiento buenista y polítícamente correcta de estos tiempos, merced a la tara mental congénita (o tal vez perversidad manifiesta) de revisar los acontecimientos del pasado a la luz de las categorías morales modernas, ha dado en calificar esta etapa de la historia como un espeluznante crimen.
Exigen reparaciones históricas por las crueldades que indudablemente cometieron los conquistadores, reivindicaciones de las virtudes de los llamados "pueblos originarios" (por alguna razón la palabra "aborígenes" o "nativos" no les alcanza para referirse a quienes estaban aquí antes que los europeos), y si los apuran un poco, la devolución del oro y la plata que se llevaron de aquí.
Se horrorizan de la brutalidad de los españoles (no tanto de la de los portugueses que eran más inclinados al comercio) y sostienen que las culturas europea y americana precolombina eran equivalentes, por lo cual poner una sobre la otra fue una injusticia colosal.

Bueno, almas nobles, les tengo una noticia : el mundo no es justo. La Historia está llena de conquistas, incluso los "pueblos originarios" sometieron a sus vecinos sin respetar sus "derechos ancestrales". Y los combatieron y les ganaron y para celebrar las victorias agarraron alguno que otro prisionero y le sacaron el corazón con sus tumis de obsidiana y lo arrojaron por las escalinatas de algún templo.

Tampoco me conmueve su candorosa indignación cuando dicen que los españoles intercambiaron "oro por espejitos de colores". Verán, queridos progres, el oro y la plata eran para los aborígenes metales bonitos y utilitarios. Su maleabilidad y su brillo los hacían aptos para el ornato y la artesanía (y vaya si hicieron piezas bellas aquellos muchachos), aunque no para hacer corazas o espadas. Tenían pues, esos metales un valor relativo, nunca comparable al que tenía para los conquistadores. El valor asignado a algo parte de una convención, y estos dos colectivos no compartían ninguna. 
En cambio, un espejo era algo jamás visto en América. Probablemente se le concedieran poderes mágicos, algo relacionado con poseer el reflejo, vaya usted a saber, pero indudablemente se convirtió en algo muy valioso. En términos comerciales, entonces, los americanos entregaron algo relativamente valioso (oro y plata) y obtuvieron algo raro y precioso (espejos). Desde un punto de vista americanista precolombino, salieron ganando. Para decir que fueron estafados hay que adoptar un punto de vista europeísta. Lo cual constituye una obvia contradicción en el razonamiento de quienes cuestionan todo el concepto de descubrimiento por considerarlo eurocéntrico.
Pero ya estamos acostumbrados  a las contradicciones del pensamiento blando.

Por supuesto que la conquista fue cruel y violenta, llevada a cabo en gran parte por una soldadesca de la peor calaña dirigida por comandantes no mucho mejores. Claro que la evangelización de los nativos se hizo a punta de espada. Es verdad que muchos murieron por el maltrato y las enfermedades (*). Y sí, hubiera sido muy bonito que los pueblos se hubieran hermanado en un canto de paz y amor y sus culturas se hubieran fusionado respetando las diferencias, y todo eso.

Pero no sucedió así, lo sentimos mucho, así no funcionan el mundo, la humanidad, las personas, los países, los intereses y las ambiciones.

Debido a todo esto, mal que les pese a las almas sensibles, yo me niego a recordar este día como se ha rebautizado ahora, de acuerdo con la costumbre que tienen de cambiarle el nombre con la esperanza de cambiarle también el sentido a las cosas que les incomodan.

No señores, yo no festejo el Día del Respeto a la Diversidad Cultural.

Para todos los demás, feliz Dia de la Raza.

Buenas noches.




(*) Y también es cierto que los americanos le regalaron la sífilis a los españoles cachondos.


miércoles, 5 de octubre de 2011

Sonría, lo estamos filmando



A mucha gente le gustaría salir en televisión. Si no nos limitamos a la televisión abierta o a las señales pagas, casi todos lo hacemos sin advertirlo.

Comprando en un centro comercial, haciendo un trámite en una dependencia pública o un banco, circulando con su automóvil por una autopista, preparándose para subir a un avión o caminando tranquilamente por la acera siblando una tonadilla irlandesa, usted está siendo controlado, monitoreado y analizado por las omnipresentes cámaras de seguridad.

Casi no quedan espacios donde estos simpáticos dispositivos no entreguen su imagen a un grupo de personas que las observan, ya sea en tiempo real o luego de ser almacenada. 

No es esta, por cierto, una buena época para ser paranoicos. O tal vez sea al revés, y los paranoicos estén de parabienes ya que ven todos sus delirios justificados en el hecho incontrastablede que, efectivamente, están siendo vigilados. 

Hay quienes piensan que esta supervisión generalizada es un atentado contra la privacidad. A mí me tiene sin cuidado. Verán, como ya he manifestado en varias oportunidades, estoy completamente a salvo de cualquier intromisión a mi intimidad: llevo una vida particular insobornablemene aburrida.
El informe diario sobre mis actividades presentado por el equipo de espías asignados a mi seguimiento sería invariablemenete el mismo: "sin novedad". Sería, mi caso,  un obstáculo para cualquier carrera en el espionaje. 

Uno supondría que la presencia de cámaras en todas partes serviría de disuasivo para aquellos individuos que cometen tropelías, pero a juzgar por los programas de televisión que justamente se basan en la difusión de las imágenes obtenidas por los aparatos, no parece ser el caso. En efecto, vemos allí a toda clase de cacos, pendencieros, asaltantes, infractores, inciviles y gente de avería cometiendo tranquilamente sus delitos a la vista del ojo electrónico. Y no me digan que no saben que los están registrando en video. Si los ciudadanos temerosos de la ley detectamos fácilmente los domos en las calles y las lucecitas rojas en los comercios, con mayor razón debería hacerlo quienes tienen como condición de oficio el sigilo. 

Sospecho que no solamente lo saben. Lo disfrutan. Luego de una intensa jornada de latrocinios, estos amigos de lo ajeno deben reunirse en sus guaridas a ver (en un televisor robado, naturalmente) el programa Las Cámaras de Seguridad Más Pulentas y a burlarse del pata de catre porque lo cazaron sustrayéndole la cartera a una anciana que, lejos de amilanarse, le propinó bastonazos como para repartir. "Jo,jo,jo, estás hecho un chancho", dirán, y pata de catre protestará diciendo que "las cámaras de seguridad te hacen ver cuatro kilos más gordo".

La tecnología de vigilancia exhibe sus mejores logros en los aeropuertos. Allí, a raíz de la existencia de personas muy piadosas que ansían llegar a un paraíso donde serán recompensados con una cantidad variable de vírgenes (no estamos muy seguros de que esta sea una verdadera recompensa, pero vaya uno a saber) mediante el sencillo trámite de hacer que un aeroplano en vuelo se convierta en una redundancia y vuele a su vez, pero en pedazos, la observación de la conducta y las pertenencias de los pasajeros se convierte en una obsesión.
No hay solamente cámaras de video en los aeropuertos, hay escáneres de rayos x, unas máquinas que son como narices electrónicas que detectan explosivos (afortunadamente nadie inventó nada que explote sin olor) y últimamente han comenzado a instalar unos aparatejos que muestran la imagen del potencial bombardero, desnudo.
Sí, señores. Uno se para en un lugar y lo ven desnudo en una pantalla , aunque no se saque la ropa. Por supuesto, mucha gente se escandaliza por eso, lo consideran una vejación inaceptable.
A mí, otra vez, me tiene sin cuidado. El problema de ver mi cuerpo cerril en toda su decadencia es del vigilante, no mío. Que se aguante. Además, no es que la imagen sea nada que pueda publicarse en Playboy, es algo más cercano a la tecnología médica que al erotismo.

Entre los detractores de esta maravillosa herramienta hay quienes dicen que entre los que están mirando las pantallitas puede haber depravados que se regodean viendo gente desnuda. Yo digo: ¡Ojalá que los haya, ojalá que sean todos mirones!. Cualquier persona normal, con el tiempo, se aburriría de ver las imágenes, empezaría a distraerse, tal vez desviaría la mirada de su monitor para ver a alguien vestido, y entonces ¡zas!, el loco de las vírgenes pasaría con un kilo de explomuchísimo pegado debajo de la axila. Y a lo mejor ese día nosotros, que lo tenemos de compañero de viaje, no teníamos ganas de esparcirnos sobre,  digamos, el desierto de Nevada. 
Los degenerados, en cambio, no perderán detalle, con los ojos enrojecidos escrutarán cada centímetro cuadrado de humanidad, cada codo, cada pantorrilla, cada hueco poplíteo. Llegarán muy temprano a su trabajo, se irán tarde. Probablemente cobrarán poco, inluso algunos serán voluntarios, y el aeropuerto podrá ahorrarse algún dinero y poner, por ejemplo, un papel higiénico más suave en los baños.

Por otra parte, dado que es muy poco probable que la seguridad aeroportuaria se relaje en los próximos años, prefiero que el refuerzo venga por el lado de la tecnología. De otra manera, las revisiones más exhaustivas serán artesanales, con la consiguiente pérdida de tiempo y aumento de la incomodidad. 

No sé ustedes, pero yo escojo a mil  libertinos imaginándose cualquier guarrada mientras me ven en traje de Adán en sus pantallas, antes que al más amable y cuidadoso de los agentes del orden poniéndose guantes de látex y disponiéndose a llegar a mi última frontera mientras me pide que me relaje, por mi bien.

Buenas noches.


viernes, 30 de septiembre de 2011

Algunos consejos para organizar una pequeña revuelta.



Estimado lector, ¿cuántas veces ha estado usted haciendo una larga fila en un banco, una oficina pública, un teatro, una estación de tren, y de pronto alguien ha comenzado a protestar en voz alta con la esperanza de que sus compañeros de infortunio apoyasen su justa ira y actuasen como una horda enfurecida? (¿Cómo que nunca? ¿Pero dónde vive usted, en Noruega?).
En el caso en que usted, estimado lector, ya sea que esté harto de la espera, lleno de santa indignación o motivado por el  deseo de hacer un experimento sociológico decida convertirse en una de esas personas, le daremos unos consejos que le garantizarán el éxito, o al menos evitarán que quede como un revoltoso aficionado.

1.-Hable en voz bien alta, pero no grite.
Es deseable que todos escuchen lo que tiene para decirles, incluyendo los empleados del establecimiento, de manera que no tiene mayor sentido mascullar sus protestas y murmurar maldiciones (como hacen todos). Sin embargo, si comienza a los gritos, no le quedará margen para exaltarse luego, y deberá recurrir a las antorchas y el linchamiento, y esas son cosas que en estos días de corrección política están muy mal vistas. Además las personas tienden a alejarse de quien de un momento a otro pasa del silencio al alarido. A no ser que esté en la ópera.

2.-Sea sencillo.
Las personas que lo rodean no constituyen un grupo homogéneo en cuanto a sus conocimientos e intereses. En la fila pueden estar tanto el Agregado Cultural de la Embajada de Suecia como un conductor de programas de televisión. Procure, entonces, emitir un mensaje claro y sencillo capaz de ser rápidamente entendido por todos y con el cual los inminentes revoltosos puedan identificarse. No diga: "¡Pero qué escandalosa falta de productividad!", sino : "¡Qué manga de vagos, están ahí sin hacer nada!". En vez de : "Es evidente la inadecuada asignación de recursos" prefiera un contundente : "¡Eh! ¡Hay dos cajeros atendiendo a los clientes y cinco descansando! ¡Miren, miren, ahí están, descansando! ¿Se está riendo de mí? ¿Eh? ¡Sí, a usted, le digo, el gordo de camisa azul!"

3.-El tiempo es dinero, pero no tanto.
Alerte a las personas acerca de la pérdida de tiempo que la malvada institución les está provocando. Todo el mundo cree que su tiempo es valioso. Incluso están dispuestos a jurar que el suyo es mucho más valioso que el de los demás. Los más sofisticados también dirán que al perder tiempo pierden dinero, pero no le aconsejamos que explote este tópico porque para la mayoría de la gente conceptos tales como costo de oportunidad son un tanto nebulosos y requieren una explicación detallada. Y recuerde que queremos organizar una revuelta, no dictar un seminario.
Entonces, en sus consignas refiérase insistentemente al tiempo que les están haciendo perder. Aunque la mitad de los presentes no tenga absolutamente nada que hacer, de repente sentirán que de no estar allí estarían descubriendo la penicilina o pintando la Capilla Sixtina.

4.-Identifique a su potenciales aliados.
Un tipo enojado no es una revuelta. Usted debe conseguir seguidores que bajo su valiente liderazgo se constituyan en una fuerza imparable capaz de torcer la pérfida voluntad de una corporación inhumana y conseguir que, por ejemplo, enciendan el aire acondicionado o les conviden con un juguito.
Estudie minuciosamente a quienes lo rodean, intentando identificar a los más combativos. No cometa el error de pasar por alto a las ancianas, sobre todo si van provistas de bastón. Cuando comience con las arengas, establezca contacto visual con ellos.

5.-Hasta la Victoria´s Secret.
Cuatro de cada cinco pequeñas revueltas fracasan porque no logran reunir una cantidad de revoltosos suficiente como para molestar a los empleados y llamar la atención de los mandos intermedios de la institución en donde se desarrollan. Pero con los consejos que le hemos dado, la suya tiene grandes posibilidades de triunfar.
Entonces, usted tendrá en sus manos una buena docena de malhumorados entusiastas que probablemente estarán a una insignificante provocación de atacar a los guardias de seguridad o robarse los bolígrafos.
¿Qué debería hacer usted con ellos?
Nuestro consejo es que, aprovechando la algarabía, se retire de la escena lo más discretamente posible.
Luego llame a un canal de televisión, dígales que una horda está atacando un banco y que tomaron rehenes.  Y vaya a su casa a ver cómo termino la cosa en el noticiero.

Buenas noches




Premios Bitácoras:
Publicada la segunda clasificación parcial, tenemos el agrado de informar que (provisionalmente, no vayan a pensar que ya ganamos, ni por asomo, todavía falta mucho) Los Sin_logismos de Bugman lidera las posiciones de la categoría "Mejor Blog Personal", y nuestro amigo Relato del Presente también va primero en "Mejor Blog Periodístico". Estupendo, estupendo, diremos, pero ¡ay! no todas son buenas noticias, ¡MIB está en la cuarta posición de la categoría "Mejor Blog de Humor"!. Y les recuerdo, para llegar a la instancia final hay que estar entre los tres primeros.
Hay tiempo hasta el 1 de noviembre, tampoco es cuestión de ponerse locos. ¡Pero a seguir votando, botarates! ¡Gracias!

sábado, 24 de septiembre de 2011

Cositas sueltas 32



-Los dispositivos son cada vez más inteligentes. Los usuarios, no.

-Invierta todo el tiempo que emplea en quejarse de lo mal que están las cosas en tratar de solucionarlas. Y después quéjese de que no tiene tiempo para nada.

-Los mejores inventos de la historia fueron  pensados por individuos que no consultaron con nadie. Si todo tuviera que estar sujeto a consenso, todavía estaríamos discutiendo sobre el impacto ambiental de la rueda.

-Una reunión de trabajo se parece al trabajo real tanto como leer el folleto de un automóvil se parece a correr una carrera de Fórmula 1.

-Gracias a Internet ahorramos muchísimo tiempo que después podemos malgastar en Internet.

-Sentido común es eso que tienen los demás cuando están de acuerdo con uno.

-El mundo está demasiado cableado.

-Si usted ha llegado a cierta edad sin haber adquirido ningún talento, tal vez sea hora de que empiece a pensar en una carrera política.

-Progresista es a progreso lo que carterista es a cartera.(*)

Buenas noches


(*) Esta frase ha tenido notable éxito en Twitter. Porque tengo Twitter : @Mr_Bugman

domingo, 18 de septiembre de 2011

¡Oh, no! ¡No otra vez!





Algunas veces un hombre tiene que reconocer que algo que le gustaría poseer, simplemente no está a su alcance. Este reconocimiento tiene algo de resignación y mucho de sabiduría, porque libera los recursos que estaban dirigidos a la consecución de un fin inalcanzable para destinarlos a metas posibles.
¿Es quien así procede un realista, un individuo equilibrado que no arriesga su felicidad posible en pos de una felicidad mayor pero  incierta, o es por el contrario un cobarde, un mediocre que no encontrará ni la una ni la otra?

En los años 2008, 2009 y 2010, Los Sin-logismos de Bugman ha participado de los Premios Bitácoras.com, y luego de llegar a las instancias finales gracias al voto de sus lectores, ha perdido el premio por decisión de tres diferentes jurados. 

Se podría decir, entonces, que el mensaje es claro : ese premio no está a nuestro alcance. No importa cuántas veces insistamos, no nos lo van a dar, que no, que no y que no.

¿Seremos entonces realistas o cobardes si este año no participamos? 
No podemos decidirnos, así que :

¡Vamos a participar otra vez!

¡Sí, damas y caballeros, como ya es costumbre en esta época del año, regresa el lastimero pedidos de votos, la campaña grosera e insistente, las clasificaciones parciales que no les interesan a nadie, y todo para llegar a una final y ver cómo otro se lleva el premio!.
¿No es maravilloso?
Bueno, alguna vez me han dado una especie de regalo consuelo (y no era un sombrerito con un logo o una camiseta, era un firinduli de 300 euros) y yo se lo regalé a un lector de este blog. Tampoco es que nadie gane nada.
Por otra parte, es como una tradición, ya me encariñé con el concurso, y el jurado ya se acostumbró a verme ahí en las ternas, y eso le simplifica la vida, porque sabe que a mí no me va elegir. ¡Les ahorro un 33% de trabajo!

De manera que voten, damas y caballeros, voten por Los Sin-logismos de Bugman ( http://buguert.blogspot.com) en la categoría "Mejor Blog Personal". Pero también les pido un voto para Men in Blog (http://men-in-blog.blogspot.com)en la categoría "Mejor Blog de Humor". Y, no se vayan, ya que están ahí, no les hace nada votar por mi gran amigo Relato del Presente (http://relatodelpresente.com) como "Mejor Blog Periodístico".

Sí, somos una especie de frente electoral, vendría a ser el MIRELO, o el REMILO, o el LOMIRE, o el LOREMI o el...bah, usted vote, por favor.


Sólo hay que hacer clic en el botón que está arriba a la derecha de su pantalla, señora, para ir al sitio de votación. ¿Ese botón que dice "Premios 2011 Bitácoras.com, vota ahora", no le sugiere nada? ¿No? ¿De verdad que no? Caramba.

Ah, ¿no sabe cómo se vota? ¿No sabe de qué demonios estoy hablando, en términos generales? Bueno, afortunadamente somos veteranos en estas lides, así que todo lo que usted quisiera preguntar ya lo preguntaron otros (y lo contestamos) en este artículo del año pasado

Buenas noches.

ACTUALIZACIÓN (22/09/2011): Ya salieron las primeras clasificaciones parciales. Vamos bien, pero falta mucho, y hay que llegar al 1ro de noviembre entre los tres primeros. ¡A seguir votando!

sábado, 27 de agosto de 2011

No tengo perro

Muchos de mis amigos tienen perros. Algunos de ellos quieren convencerme de que la posesión de un can es algo maravilloso y digno de imitación, con unos argumentos más bien endebles.  

"Un perro es completamente fiel", dicen. Esta supuesta fidelidad canina siempre me pareció cuestionable. En primer lugar, los conceptos de fidelidad y traición son abrumadoramente complejos para la mentalidad perruna. Si no se ha visto perro alguno actuando en contra de los intereses de su amo en operaciones financieras, administrando fraudulentamente sus propiedades o manchando su reputación en programas de televisión, es principalmente porque no poseen la capacidad de realizar tales actos. Es como alabar la discreción de una patata, la templanza de una tortuga o la modestia de un sapo. El perro no traiciona porque no puede o no sabe, no porque no quiere. Muéstrenme un chucho con plenas facultades para asumir poderes amplios o firmar cheques y entonces podremos evaluar su fidelidad con premisas ciertas.

Por otra parte, mantenerse cerca de la persona que le proporciona abrigo y alimento, lo lleva a pasear, se ocupa de sus enfermedades y hasta eventualmente le consigue pareja no es fidelidad, es conveniencia. Deje de alimentar al animalito y veremos si no se va con el primer transeúnte que le ofrezca una salchicha.

"Me hace compañía", argumentan otros. Estoy dispuesto a aceptar inmediatamente que hay algo de cierto en esto, y que en muchos casos un perro tirado en el piso resulta mejor que muchísimos humanos cuya definición  de "acompañar" es peligrosamente similar a la de "incordiar". Pero vamos, si su concepto de compañía es tener cerca algo que respira, cualquier cosa le sirve. Y el cuzco nunca se va a ofrecer para ir a la esquina a comprar unas cervezas, ni va a traer unas películas, ni, lo más importante, se va a ir cuando perciba que se está poniendo pesado. Además, esta supuesta compañía sólo puede ejercerse dentro del radio de acción del peludo individuo, es decir, si usted se siente solo fuera de su casa, deberá regresar para que el perro lo acompañe. ¿Qué clase de acompañamiento es ese donde el acompañado debe ir a buscar al acompañador? En realidad usted es compañía para el perro. Piénselo. 

"Me hace fiestas cuando vuelvo a casa". Estupendo. Uno vuelve cansado del trabajo, pensando en cenar, darse una ducha y meterse a la cama a mirar televisión, leer un libro o resolver un sudoku, y resulta que no, que el perro le organizó una fiesta. Miren, yo no tengo nada en contra de las fiestas. Incluso he asistido a algunas, y casi ninguna de ellas terminó cuando yo llamé a la policía desde el baño haciéndome pasar por un vecino enojado por los ruidos molestos. Pero ¿fiesta todos los días? ¿en mi casa? ¿organizada por mi perro?.
No, gracias. 

Veamos ¿qué clase de invitados vendrían a una fiesta organizada por un perro? Es proverbial la incapacidad de los cánidos de tomar nuestra agenda y llamar por teléfono a todos nuestros amigos, pero suponiendo que pudieran hacerlo, tenemos el pequeño detalle de la barrera idiomática. Difícilmente una persona que recibiera un llamado telefónico y escuchara "¡guau, guau, arf!" del otro lado pudiera interpretar que mi perro lo está invitando a una fiesta en mi honor. Y si vamos más allá, si el perro tuviera cualidades comunicacionales extraordinarias, si pudiera, por ejemplo, sortear la limitación fonética mediante el uso de un teléfono celular y enviara mensajes de texto, ¿quién podría, quién querría ir todos los días a una fiesta en la misma casa, con las mismas personas? Psicópatas, indudablemente. 

Es verdad que los perros se comunican entre ellos, cualquiera que viva en un barrio donde uno de estos cuadrúpedos empieza a ladrar y contagia el resto de la población canina en un radio de cuarenta manzanas puede dar fe de ello. Así que probablemente nuestro amigo pueda invitar a otros perros vecinos a la fiesta. Pero estos otros perros tienen sus propios amos, y deberían estar ocupados organizando sus propias fiestas. Entonces ¿qué clase de perros acudirían a la nuestra? Perros sin amo, naturalmente. 

En conclusión, llegaríamos a nuestras casas cansados luego de la jornada laboral, y nos encontraríamos con un montón de psicópatas y perros callejeros oliéndose los traseros los unos a los otros. Sí, los psicópatas también. Y todos felices y palmeándonos la espalda y volcando las bebidas sobre la alfombra y cavando pozos en el jardín y bebiendo de los inodoros. Y los perros también harían toda clase de cosas, incluyendo ampliar el concepto de "excusado" más allá de lo socialmente aceptable.
Y todo lo tendría que limpiar usted, porque el organizador de tamaño despropósito sería incapaz de agarrar una escoba. 
¿Cuánto tiempo se puede vivir así? Es una pregunta retórica.

Dejo de lado en este análisis la cantidad de trabajo que demanda tener un mamífero de estos, porque los entusiastas no consideran un sacrificio ocuparse de sus mascotas, pero no le creo nada al que dice que sacar a pasear a Bobby una noche de invierno con una temperatura de tres grados y una llovizna capaz de acuchillar cualquier impermeable "es un placer y le ayuda a despejarse un poco".

Así que no tengo perro. Pero no debe desprenderse de todo lo antedicho que me disgusten los perros, nada más lejos. Me encantan, juego con ellos en las casa de mis amigos, les rasco la panza y les permito llenarme de saliva las manos. Pero cuando la visita termina y me voy, el perro se queda. 
Y llego a casa tranquilo, y ceno, veo televisión o leo un libro, y si me llaman por teléfono y del otro lado se escucha "¡guau,guau, arf!", simplemente corto y me dispongo a dormir.

Buenas noches.

martes, 2 de agosto de 2011

Al vuelo X

Mi pequeño universo se desmorona a pasos agigantados. Soy una víctima inerme de la entropía concentrada. Hace unos días fue un caño de agua, vamos, esas cosas suceden, y que el trabajador multipropósito que se encarga de la reparación haya roto toda la pared y no haya logrado solucionar el tema aún y que el caño todavía gotee con oculta satisfacción, también. 

Luego cuando me dispuse a ver una película en mi reproductor de bluray el muy taimado dispositivo se negó a reproducirla, y conste que no le estaba pidiendo que la reprodujera en el sentido de hacer más películas, solamente pretendía que el aparatejo hiciera aquello para lo cual un montón de ingenieros lo han diseñado y otro montón de enanos con soldadores lo han ensamblado, es decir mostrarme una película en vibrante alta definición. Pero no, nada, ahí se quedó, haciendo gestos obscenos a mi espalda para que los viera el caño goteante. 

Ayer se sumó a la rebelión mi flamante impresora multifunción, una maravilla de la tecnología, una máquina sorprendente que viene con dirección de correo electrónico propia, a la cual yo puedo enviar un mensaje con un documento adjunto, ¡y se imprime! Claro, para eso hace falta que arranque. Que cuando uno presione el botoncito se enciendan las lucecitas, los motorcitos, los ventiladorcitos y las pantallitas, y nada de eso sucedió ayer, a ustedes se los estoy diciendo, señores H y P. 

Estos desperfectos se suman a otros que vengo arrastrando, como el caño de escape de mi automóvil que decidió perder parcialmente su integridad, con la consecuencia de echar por tierra mi política de perfil bajo, toda vez que cuando me desplazo en el vehículo me acompaña un sonido equivalente al de trescientos repartidores de pizza en motocicleta. Y por alguna razón, las luces traseras del lado izquierdo del automóvil también se han declarado prescindibles, y no hubo lamparita o fusible que pudiera devolverles el deseo de ser útiles. 

Por último, un efecto secundario del caño perdidoso y su fallida reparación fue que el chapucero multiinoperante que está encargándose del tema manipulara torpemente todas las válvulas de los radiadores de la casa, resultando en la completa destrucción del delicado equilibrio de presiones que el sistema requiere. Estuve unas cuantas horas tratando de calibrar todo otra vez, abriendo esta llave, cerrando un cuarto de vuelta este retentor, purgando por aquí, probando por allá, y casi lo logré, ahora funcionan todos los radiadores menos uno. El de mi estudio. La temperatura de la habitación donde ahora me encuentro es de unos diez grados menor a la del resto de la casa. Y tampoco es que los radiadores conviertan Alaska en Borneo. 

Pero en fin, no está todo perdido, al menos el módem funciona, la computadora también, y entonces puedo disfrutar de una conexión a Internet y

miércoles, 20 de julio de 2011

Inviernos eran los de antes

Oiga, joven, ¿qué le pasa? ¿Tanto frío tiene? Sáquese la bufanda de la boca, que no se le entiende nada cuando habla, caramba. Qué barbaridad, baja de veinte grados y ya se tiran encima todo el ropero. Esto no es frío, jovencito, esto no es nada. Inviernos eran los de antes.

Yo me acuerdo que salía de noche para ir al colegio, no, no iba a la nocturna, salía temprano porque vivía un poco lejos, y a la mañana era de noche, claro que no era así de noche todo el tiempo como en la Antártida, que me contó un sobrino mío que estuvo y que ahí es de noche todo el día, y después es de día toda la noche. Se vuelven un poco locos, digo yo, por eso se visten de anaranjado. Ah, no eso es para que los vean en la nieve, porque el anaranjado se ve en la nieve, y entonces a usted no lo confunden con, no sé, un oso polar. ¿Dónde vio un oso polar anaranjado, usted? Seamos serios, caramba. ¿Y por qué me habla de osos polares anaranjados, si yo le estoy contando que iba al colegio? Debe ser culpa del Twitter ese, que les pudre la cabeza.

Y entonces yo iba al colegio y estaba todo el pasto congelado y cuando lo pisaba hacía scritch - scritch, había escarcha en la vereda y había que ir con ojo por las patinadas, porque el hielo patina, ¿sabe?. No, cómo nos íbamos a poner patines de hielo, ¿dónde se cree que vivía, yo en Suiza?. Me acuerdo que mi mamá me lavó un día el guardapolvo, porque usábamos guardapolvo para ir al colegio, no como ahora que los chicos van al colegio vestidos que parecen huérfanos, no, nosotros usábamos guardapolvo, y corbata. Sí, corbata, yo tenía una con un elastiquito porque no sabía hacerme el nudo, y mis compañeros me tiraban de la corbata y la soltaban, eran unos salvajes mis compañeros. Pero el frío, ah, joven ahí sí que hacía frío. Y en el aula había una estufita y había que ser guapo para ganarse el lugar cerca de la estufita, vea. Y aprendimos a escribir con los guantes puestos, y acá estamos, no nos morimos ni nada.

¿Qué pasó con el guardapolvo? ¿Qué guardapolvo? Ah, sí, mi mamá me lo lavó y lo puso a secar en la soga, porque antes la ropa se secaba al aire libre, no teníamos secarropas y esas cosas que hay ahora, ¿sabe? Porque ahora hay secarropas, qué van a inventar después, y  mi nuera el otro día andaba desesperada porque no le andaba el secarropas y entonces  no sabía cómo secar la ropa. ¡Que la cuelgue de una soga, le dije!. Me puso esa cara de...esa cara...¡esa cara que está poniendo usted, joven, no crea que no me doy cuenta! Claro, ustedes creen que se las saben todas, por eso ponen esa cara, pero mírese, parece un esquimal y yo estoy lo más campante con mi camiseta y mi saquito de lana. Porque yo me acostumbré al frío, que inviernos eran los de antes.

No, ¿pero qué tiene que ver el guardapolvo? No uso guardapolvo, ¿qué me vio, cara de farmacéutico? Ah, cuando yo iba al colegio, sí, usaba. Y un día mi mamá lo lavó, lo puso a secar en la soga y después parece que se olvidó, porque antes las madres tenían muchas cosas que hacer, no como ahora que están dale que dale con el Twitter ese. Y bueno, a la mañana estaba ahí colgado y parecía una piedra. No, no parecía una piedra, las piedras no son blancas y no tienen bolsillos ni botones, pero parecía que estaba hecho de piedra. ¿Cómo que qué pasó? ¡Se congeló, el guardapolvo! Bueno, no me crea, si no quiere, pero pasó, y ese día tuve que ir al colegio con el guardapolvo del año anterior, que me quedaba un poco chico, así que anduve todo el día medio encorvado, que si sacaba pecho fabricaba algún tuerto a botonazo limpio.

¿Qué me mira, joven? Ah, eso que sobresale por la botamanga de mis pantalones. Bueno, es que me dejé puesto el pijama. ¡Qué quiere, con el frío que hace!.

lunes, 20 de junio de 2011

Guía práctica para la ingestión de batracios



Algunas veces las circunstancias nos llevan a hacer cosas o tomar decisiones que resultan contrarias a nuestros intereses, inclinaciones o principios. En lenguaje popular, esto se denomina "comerse un sapo".

Si bien no conocemos las preferencias culinarias de los amables lectores, podemos afirmar sin temor a equivocarnos (y tampoco es que equivocarnos nos produzca demasiado temor) que un porcentaje bastante significativo de ellos no considera parte de su dieta habitual a los batracios anuros, al menos a los pertenecientes a la familia bufonidae, y por esta razón la sola idea de ingerir un gordo y jugoso ejemplar de estos animalitos les produzca una repugnancia insobornable.
Sin embargo, es casi una certeza estadística que tarde o temprano deberán enfrentarse a esta desagradable coyuntura, y como servicio a la comunidad Los Sin-logismos de Bugman les brinda esta breve guía para salir airosos de la prueba.

1.-Familiarícese con los batracios.
Muchas veces la repugnancia o el rechazo es fruto del desconocimiento. Comience a conocer a su futuro ingerido. Lleve a su hijo o a un sobrinito a ver al sapo Pepe, juegue al sapo, cómprese unas patas de rana, lea algunos cuentos en donde la princesa tiene que besar a un príncipe convertido en sapo, frecuente a personas que tengan muchas verrugas.

2.-Aprenda de los mejores.
Una de las formas más aconsejables para aprender a ejecutar técnicas difíciles es ver a quienes las emplean con maestría.
En el caso de ingestión de sapos, es probable que los más eximios practicantes se encuentren entre los políticos, los periodistas y algunos empresarios. Sin embargo, no estamos buscando llegar a la cúspide de la excelencia, de manera que dejaremos las técnicas avanzadas para quienes realmente se aficionen a la sapofagia, y nos conformaremos con aprender los principios básicos.
Para ello es muy aconsejable ver el Discovery Channel, específicamente esos programas donde los protagonistas son abandonados solos en medio de la naturaleza (solos con excepción de un equipo de filmación, dos médicos, tres productores, seis asistentes y una tonelada de provisiones)  y  deben sobrevivir comiendo y bebiendo toda clase de porquerías. Si bien cualquier imagen del superviviente masticando cucarachas, escorpiones o arañas o bebiendo líquido del cadáver de un camello podrá ser beneficiosa para su preparación mental (mostrándole que se pueden comer cosas asquerosos y continuar con vida), es preferible que se concentre en aquellos capítulos en donde el protagonista se encuentra en un terreno tropical y efectivamente ingiere batracios crudos mediante el sencillo trámite de arrancarles la cabeza de un mordisco, escupirla, y continuar masticando el resto del anfibio. 
Observe las imágenes varias veces, hasta que ya no le causen ninguna incomodidad.

3.-Comience con otros batracios.
El objeto de esta guía es que al final usted pueda comerse un sapo. En este paso, abandonaremos la contemplación y pasaremos a la acción, y empezaremos a comer batracios.
Comenzaremos, sin embargo, con un pariente del sapo cuya deglución, lejos de considerarse una asquerosidad, está reputada como una exquisitez propia de gourmets. Nos referimos, naturalmente, a la rana, cuyas ancas se sirven en restaurantes exclusivos y es uno de esos platillos que es obligatorio disfrutar, aunque más no sea para no sentirse tan estúpido después de pagar una cuenta cuyo monto suele ser similar al producto bruto de un país pequeño.
A decir verdad, la última parte de la operación (pagar la cuenta) probablemente sea más educativa que la comida misma.
Pequeña digresión: nunca he comido ancas de rana, pero he leído por ahí que su sabor es parecido al del pollo. No le veo la gracia a comer algo exótico que tenga un sabor tan familiar. 

4.-Ahora, sapos.
En algún momento tenemos que dar el paso, y ese momento es ahora. A comer sapos.
Pero descuide, estimado lector, vamos a hacerlo paso a paso.

-Consiga primero unos renacuajos (No, no sabemos dónde puede conseguir renacuajos. Esta es una guía para comer sapos. El día que escribamos una guía para conseguir renacuajos nos ocuparemos del asunto. Mientras tanto ponga un poco de buena voluntad, caramba). 
Ponga un puñado de renacuajos en un vaso con agua limpia. Écheles un buen chorro de whisky, vodka, ron o cognac, y obsérvelos hasta que dejen de moverse. Cierre los ojos y bébase el contenido del vaso de un trago.

-Repita la operación, bajando la dosis de bebidas espirituosas cada vez.

-Váyase a dormir. No vale estar borracho para lo que sigue. Continúe cuando se le pase.

-Ahora, completamente sobrio, tome uno de los renacuajos.(No, no sabemos cómo conseguir más renacuajos. Si se le terminaron consiga otros de la misma manera en que consiguió los primeros. Debería haber sido más previsor. Ahora vemos por qué llegó a la situación de tener que comerse un sapo). Decíamos, tome uno de los renacuajos por la cola. Si le da impresión que se sacuda y retuerza, puede desmayarlo aplicándole un golpe seco en el espiráculo. (No, esto no es una guía de anatomía de los renacuajos. Investigue un poco, hombre. Qué barbaridad). 
Proceda, entonces, a tragar el renacuajo sin ayuda de líquido alguno, como si se tratara de un comprimido.

-El siguiente paso consiste en tragar una cuchara sopera llena de estos protosapos, y (¿cómo que se quedó otra vez sin renacuajos? ¿Pero qué hace usted con los renacuajos? ¿Se los come? Bueno, sí, pero pareciera que lo está disfrutando hombre. No, no sabemos donde conseguir más, ¿cómo se lo tenemos que decir?).
Bien, cómase una cucharada sopera de renacuajos, no nos importa de dónde los saca. Si puede, mastíquelos.
Repita la operación hasta que pueda conservar los animalitos dentro del cuerpo el tiempo suficiente para que sean digeridos.

5.-Ahora sí, sapos, en serio.
Técnicamente, usted podría argumentar que ya está comiendo sapos. Pero no es verdad, es la misma situación de quien dice que come gallinas porque come huevos (sí, ya sabemos que los huevos de gallina que venden en el supermercado no está fecundados, es una forma de decir. ¿Por qué no se ocupa de conseguir renacuajos  en vez de venir a corrernos con la biología avícola?).
De manera que es momento de terminar con esto, y comerse un sapo hecho y derecho. Un sapo rechoncho con patas cortas y ojos saltones y piel fría verrugosa y áspera, y todo lo que tiene un sapo y lo diferencia, por ejemplo, de un pato a la naranja.
Si le han quedado algunos renacuajos (no, no se lo decimos a usted, ya sabemos que no le queda ninguno. No empiece a protestar porque no le dijimos que iba a necesitar más. Fíjese que estamos diciendo "Si le han quedado". Condicional, ¿entiende?). Decíamos, si le han quedado algunos, podría ser que estuvieran bastante desarrollados a esta altura, y quizás alguno sea un verdadero sapo de reducido tamaño. 
Si así fuera, comience, naturalmente, ingiriendo ejemplares pequeños. 
Cuando se sienta confiado y seguro, tome un bufo bufo adulto de unos 12 o 15 centímetros, y cómaselo.
Es necesario aclarar en este punto que hay varias líneas de interpretación de la frase "comerse un sapo". Algunas preconizan la deglución sin masticación, otras por el contrario aconsejan un mascado concienzudo. Las menos ortodoxas incluso permiten la limpieza del batracio antes de proceder a la ingesta.
Nosotros estamos con la interpretación literal, es decir, que si usted tiene en sus manos un sapo, y un rato más tarde el animalito está en su estómago iniciando la fascinante aventura de la digestión, usted se ha comido un sapo.
Así de sencillo.

Esperamos que esta guía le haya resultado útil, y que la próxima vez que le toque estar en posición de engullir un anuro, sepa destacarse de entre su congéneres menos preparados para la ocasión, y demuestre la serenidad y la elegancia propias de un profesional. 


Buenas noches.



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