Los aficionados a la teoría de la conspiración suelen interpretar cualquier nimiedad como un signo inequívoco de que sus locas afirmaciones son ciertas. Para ellos el hombre nunca llegó a la Luna y todo fue un montaje norteamericano. Es inútil decirles que los astronautas dejaron allá un espejo, y que si le apuntas con un láser te va a rebotar y vas a recibir el reflejo, y hasta vas a poder calcular la distancia. Seguramente esa es otra conspiración.
Los norteamericanos y los rusos no solamente tienen pruebas de la existencia de vida extraterrestre, además colaboran con los hombrecitos verdes que les conceden graciosamente el acceso a su avanzada tecnología a cambio de gobernar el planeta, llevarse algún recurso natural o abducir de vez en cuando a un humano para meterle sondas por diversos orificios y dejarlo más tarde en un descampado.
Los Illuminatti, los Templarios, el Priorato de Sión (tan de moda desde El Código da Vinci), los Masones, los Judíos, la CIA, la KGB, los Rosacruces, la Comisión Trilateral, los Hare Krishna, los socios del Club Unione e Benevolenza, agregue usted su conspirador favorito.
Curiosamente el objetivo de casi todas estas conspiraciones es dominar el mundo. Claro, habiendo tantos tipos aspirando al mismo cargo, resulta lógico que hasta ahora nadie haya ganado. (O tal vez sí, ya ganaron, debería consultarle a algún conspirador).
Todo esta viene a cuento porque hace algunos días escuché casualmente un fragmento de conversación entre un caballero y una dama, ambos de edad madura.
La frase que llegó a mis oídos se almacenó inmediatamente en algún rincón oscuro de mi cerebro, como ocurre con casi todo desde que mi cerebro está repleto de lugares oscuros y telarañas.
Solamente hoy la recordé y me llenó de inquietud. Para un creyente en la teoría de la conspiración esta frase debe tener un significado sumamante relevante. Tal vez sea la pieza faltante de un rompecabezas intelectual de asombrosa complejidad, la piedra de toque de todo un andamiaje secreto y brutal, la clave del plan maestro de una inteligencia despiadada, el secreto detrás del secreto que oculta un acertijo envuelto en un enigma.
No soy experto en conspiraciones. Apenas si descubrí aquello de los noruegos, de lo que prefiero no hablar en este momento.
Pero si hay por aquí un investigador avezado, un incansable descifrador de significados, seguramente le hará un gran servicio a la humanidad siguiendo la pista que le doy. (Le pido a este buscador de verdades que por favor no me mencione en sus notas. Ya bastantes problemas tengo).
La frase que escuché decía:
Buenas noches.