"Todos mienten", dicen los Doctores House y Lightman. Y tienen razón. Un estudio que me acabo de inventar pero seguramente debe existir (vamos, hay estudios para todo) dice que, en promedio, mentimos media docena de veces al día. O una docena. Bueno, digamos 11,34 veces, para darle un aspecto más científico a la cosa. Se trata, claro, de mentiras sin importancia, mentiras blancas, como decirle a un cliente que "lo suyo está por salir". En el fondo, todos sabemos que no es verdad, pero nos quedamos contentos.
Podríamos decir (de hecho lo diremos, ya que nadie nos lo impide) que hay tres niveles de mentira: la mentira blanca, la mentira mediana y la mentira cochina y descarada.
Estudiemos brevemente cada uno de ellos.
La mentira blanca hace las veces de lubricante social. Usted no podrá salir de un problema grande utilizándola, pero evitará un momento desagradable. Técnicamente casi ni es una mentira, ya que no se espera que nadie la crea realmente.
Ejemplos de mentiras blancas:
-Esto está riquísimo, querida.
-Mañana mismo le entrego el informe, señor jefe.
-¿No recibió el e-mail que le mandé ayer?
-Yo no lo voté.
-¿Cómo me iba a olvidar de tu cumpleaños?.
-El cadete va para allá con el cheque.
-Le queda perfecto, señor, ¿se lo envuelvo o lo lleva puesto?
-Estoy muy contento por tu ascenso.
-No tengo dinero en este momento.
La mentira cochina y descarada, en cambio, es un recurso desesperado. La estrategia subyacente en el uso de esta herramienta es descolocar al adversario, desviar el tema y salirse por la tangente. O tal vez por la puerta y a toda carrera. O saltando por la ventana. Salirse, en todo caso. Requiere de una absoluta falta de escrúpulos, cierto histrionismo y una cuota de candidez de la otra parte.
Ejemplo1:
Usted vuelve a su casa a las doce de la noche, con manchas de lápiz labial en el cuello de la camisa. Ante el previsible interrogatorio de su mujer, responde:
"Tengo que confesarte algo: la Compañía para la que trabajo pertenece a una secta que practica ritos donde todos se visten de mujer y se dan besos en el cuello. Esto que ves aquí me lo hizo Santilli, de Contaduría".
Ejemplo2:
Nuevamente en casa a las doce de la noche, sin manchas de lápiz labial, pero borracho como un cosaco.
Ejemplo3:
Usted se encuentra frente al cadáver fresco de su socio, con un cuchillo ensangrentado en una mano y un pasaporte en la otra. Llega la policía.
¡Buenas noticias, agentes! ¡Aquí está el famoso contrabandista de cuchillos ensangrentados!
Hemos dejado para lo último a las mentiras medianas, y no es casual que así sea. Porque esta clase de mentiras que se quedan a mitad de camino son las menos recomendables. Los mentirosos torpes las usan todo el tiempo, y son, a la larga, descubiertos. No es inocua como la blanca (que todos descubren pero disculpan) ni alevosamente increíble como la cochina (que por su propia inverosimilitud descoloca y da tiempo para escapar). Si la mentira blanca es casi una convención social y la cochina un recurso desesperado, la mentira mediana es un engaño malintencionado.
No nos caen simpáticos los mentirosos medianos. Son la clase de gente que engaña a la esposa y descuida a sus hijos. Y no, no daremos ejemplos. No queremos que ese comportamiento tenga la menor publicidad.
Buenas noches