martes, 21 de junio de 2005

El tiempo pasa...nos vamos poniendo esdrújulos

Hace algunos días se cumplieron 39 años desde mi natalicio. Si bien es reconfortante recibir el saludo de amigos, familiares y empresas que nos cuentan entre sus clientes, resulta por lo menos curioso que a uno lo feliciten tan efusivamente por algo por lo cual no se tiene mayor mérito, siendo que cualquier papanatas sin oficio ni beneficio es capaz de cumplir años en forma sucesiva mediante el sencillo trámite de mantenerse con vida, asunto que al menos en esta época de la historia no parece tan complicado.De todas maneras soplé las velitas de la torta primorosamente decorada y si bien me falta todavía un año para ser un cuarentón con todas las de la ley, me puse a reflexionar sobre las delicias de la mediana edad.

El avance de la ciencia permite que hoy un muchacho de mi edad sea todavía considerado "joven" (con la notable excepción de las empresas de medicina prepaga, que nos pasan a la categoría "geronte" a los 36 añitos). A esta edad se supone que todavía podemos hacer todo lo que hacíamos a los 20, aunque nos duele un poco más y lo hacemos menos. No me vengan con la experiencia, la calidad y todas esas paparruchadas, porque vamos, muéstrenme un mortal que diga no quiere volver a los 20 años y yo les voy a mostrar a un mentiroso.
Una de las cosas que suceden cuando pasa el tiempo, es que los jóvenes parecen más jóvenes. Por ejemplo, ahora las niñas de 18 años tienen 14, pero como compensan porque tienen un lomo de 25, en realidad les damos 21. O sea, en cualquier momento vamos presos.
La vida se llena de palabras esdrújulas : próstata, hígado, úlcera, crédito...
Ahora tenemos unos parentescos de nombres espantosos : somos concuñados, yernos o nueras.
El cuerpo se nos pone polifónico : cruje, rechina y se queja.
Dejamos algo que nos hace mal. Por ejemplo, yo dejé de beber, cosa que me costó muchísimo porque nunca fui muy adepto a la bebida.
Por las noches, dormimos. Por las mañanas, tenemos sueño.
Nos da por hacer deportes extremos para demostrar que todavía podemos. Yo estoy tomando clases de golf.
Cuando decimos que nos pasamos todo el domingo en la cama, significa exactamente eso.
Sentimos una satisfacción casi malsana cuando nos encontramos con viejos conocidos a los que no vemos desde hace 20 años y comprobamos que están más destruídos que nosotros.
Se supone que a los 40 nos da una crisis y nos hacemos los pendejos. En las películas el tipo se compra un auto deportivo. Yo me parece que voy a dejar de pagar la patente.
Miramos noticieros por televisión.
Los desconocidos nos tratan de "usted".
Sin embargo, estoy convencido que la mejor edad es la que se tiene. Porque, mis amables lectores...que alternativa nos queda?

Buenas Noches

jueves, 2 de junio de 2005

Crónicas de viaje: Viva las Vegas! (Tercera y Ultima Entrega)

Como ando escaso de material, les encajo este artículo que no me convencía mucho, pero decidí terminarlo porque me daba pereza pensar en otra cosa. Sepan disculpar.


Resumen de lo publicado: estuve en Las Vegas.
Una de las previsibles consecuencias de realizarse tantas convenciones simultáneamente en Las Vegas, fue que no había habitaciones de hotel disponibles para toda nuestra estadía. El recurso desesperado que encontramos fue reservar alojamiento en un hotel en una ciudad de los alrededores. Lo malo de de un centro de entretenimiento construído en el medio del desierto es que que virtualmente no tiene alrededores: tenemos la ciudad de Henderson, que es realidad un suburbio, y...nada más que pueda llamarse propiamente ciudad, en un radio de 100 kilómetros. En consecuencia, el lugar escogido para pasar los días excedentes de nuestra estadía (la convención a la que asistíamos ya había terminado, pero yo no podía volver a casa porque tampoco conseguimos lugar en ningún vuelo razonablemente directo) fue la ciudad de Laughlin, a 95 millas (aproximadamente 150 km) al sur de Las Vegas. Mi socio me abandonó para atender unos asuntos en Miami, de manera que mis dos días de forzadas vacaciones en ese lugar hubieron de ser solitarios.

La historia de esta ciudad es más o menos así: En 1930 el gobierno norteamericano autorizó la construcción de la represa Davis, al sur del estado de Nevada. La construcción, vaya uno a saber por qué empezó en 1942 y se interrumpió inmediatamente, supongo que por la Segunda Guerra Mundial. En 1946 se reanudaron las obras, y los trabajadores necesitaban donde quedarse, así que a alguien se le ocurrió hacer un hotelito. En 1953 se terminó la bendita represa, y el hotel quedó abandonado, hasta que en 1966 un tipo llamado Don Laughlin, que ya era dueño de un club en Las Vegas tuvo la idea de comprar esas tierras y hacer un hotel grandote con casino, aprovechando que se había legalizado el juego en Nevada. El hotel aún existe y es el Riverside, y en 1968, cuando el correo de Estados Unidos necesitó un nombre para darle existencia postal a la localidad (que ya contaba con otro hotel-casino), Don Laughlin dijo "Llámenle Riviera", pero tal vez por una confusión, se le bautizó Laughlin.(Se que ustedes son bastante perezosos para investigar, así que hagamos de cuenta que esta es la verdadera historia de la ciudad, y no una colección de hechos notablemente inexacta que obtuve de fuentes dudosas y estoy citando de memoria).

El asunto es que este lugar en medio de la nada creció hasta tener unos 10 hoteles de respetables dimensiones, todos con su correspondiente casino al estilo Las Vegas. Claro que entre Laughlin y Las Vegas hay tantas semejanzas como entre un traje de Armani y el delantal de un carnicero. Si Las Vegas es un show gigantesco con mujeres peligrosas para la salud y bebidas muy baratas, en cambio Laughlin es un show muy barato, con mujeres gigantescas y bebidas peligrosas para la salud. (Espero que les guste el juego de palabras, trabajé toda una semana en él).Aquí no había tragos gratis para los jugadores, ni espectáculos de nivel internacional. En Las Vegas todos trataban de conseguir entradas para ver a Celine Dion, a unos 200 dólares por barba, mientras que por los pagos del bueno de Don, uno podía tener el privilegio de ver, por unos módicos 25 dólares, a la cantante internacional...."Charo"! (No, yo tampoco se quién es).
En los casinos de Laughlin hay maquinas tragamonedas de 5 centavos, y aceptan moneditas, cosa que aparentemente es bien sabida y aprovechada por los infaltables jubilados que se eternizan frente al hipnotizante espectáculo del azar con fines de lucro. Jubilados, sí, muchos, muchos jubilados. Se ve que este paraje es una especie de alternativa para los ancianos timberos a los que no les da el cuero para apostar a lo grande.
Llegué a Laughlin un jueves por la noche, y me fui a dormir temprano después de cenar comida chatarra en una hamburguesería cercana. Más allá de la calle principal, que como tributo al genio creativo de los lugareños se llama "Casino Drive", no pude percibir que hubiera gran cosa en el pueblito, pero lo atribuí a que era de noche, venía de manejar 150 km en completo estado de tensión porque no quería perderme (perderse en una ruta desconocida en el estado de Nevada a las 10 de la noche puede ser algo desagradable) y tenía que encontrar el hotel.
Por la mañana del viernes, mirando por la ventana de mi habitación situada a unos respetables 23 pisos de altura tuve un panorama un poco más claro de lo que se extendía más allá de los hoteles: nada. Podía ver la ruta de entrada, una planta de energía cercana y el desierto. Y eso era todo.

Ante la alternativa de quedarme encerrado en la habitación viendo publicidades de abogados latinos que asesoran a sus clientes también latinos sobre la forma de declararse en quiebra (el crédito en EEUU es una tradición, todo el mundo vive pagando cuotas, pero por alguna razón los latinos como nosotros parece que no captamos que si las cuotas que hay que pagar superan nuestros ingresos, algo anda mal, al punto que uno de los consejos que se dan en la TV local es poner la tarjeta de crédito en una bolsa llena de agua y congelarla para evitarse compras compulsivas), ante este panorama, decía antes de ese paréntesis horriblemente extenso, agarré mi Ford Focus alquilado y me volvía a Las Vegas, no para jugar (que eso lo podía hacer localmente) sino para otra actividad igualmente peligrosa para las finanzas: visitar un "Outlet". Los "outlet" se supone que son una especie de shopping centers con ofertas de liquidación. En términos de un argentino que añora los años de una moneda artificialmente fuerte (les recuerdo a mis lectores no argentinos que durante años el peso argentino se cotizó a la par del dólar, sí, en serio...) esto significa que la ropa está rebajada de unos precios ultrajantes a unos precios que son nada más que carísimos. De todas maneras recorrí el lugar con fe, y algunas cosas compré. Un detalle: ya lo dije antes, pero los norteamericanos son MUY grandes. El talle "small" de ellos me queda grande, y llegué a comprarme una remera (camiseta) de talle grande...para niños. Y me queda un tanto holgada.
Después de dar rienda suelta a mi ímpetu consumista con la moderación que exigía mi humilde condición, manejé los 150 km de vuelta para advertir que al lado de mi hotel en Laughlin había un Outlet EXACTAMENTE IGUAL. Bueno, al menos estuve ocupado tres horas en la ruta, que si no me hubiera vuelto loco.
El sábado decidí recorrer los alrededores, en busca de vida humana. Y me topé con un hotel solitario a unos 20 km, con unas instalaciones más que respetables (había hasta una cancha de golf que imagino debe costar una fotuna en mantenimiento, piensen en los tiernos cuidados que hay que prodigarle a ese césped como alfombra para que crezca en tan inhóspitos parajes). Lo más destacable era que había una especie de feria, y fue la primera concentración de humanos reunidos en torno a lago que no fuera un casino que yo había visto en mucho tiempo. La feria tenía gran variedad de ropa, herramientas y todo tipo de cosas para granjeros, y había muchos personajes con botas y sombreros de vaquero recorriendo los puestos. Me pregunto qué demonios sembrarán estos tipos en semejante aridez. También había una orquesta que tocaba polcas, y los omnipresentes viejitos bailando al son del acordeón y las trompetas. Parecían de lo más felices, la verdad.
No aguanté más de media hora tanta alegría, así que agarré el auto otra vez y seguí dando vueltas por horas. Encontré una especie de condominio, barrio privado o algo así que se veía abandonado por sus habitantes. Lo único vivo que se me cruzó fue un pájaro de los llamados "road runner" ("correcaminos"), el cual no se parece en mucho al de los dibujos animados, salvo por el penacho arriba de la cabeza.
Por una ruta angosta y deteriorada llegué a una ciudad cuyo nombre no recuerdo ahora, y unos carteles anunciaban el "Museo de la ruta 66". Ya sé, no suena muy emocionante, pero les juro que a esa altura yo estaba dispuesto a ver el Campeonato Internacional de Comedores de Uñas con tal de sacarme el aburrimiento que me cubría casi tanto como el polvo de la ruta. Bien, lo busqué, lo seguí buscando, de pronto se acabó la ciudad cuyo nombre no recuerdo y del museo ni noticias. Seguro que es espectacular, pero su financiamento debe correr peligro si está tan escondido, muchachos de la ciudad Cuyo Nombre no Recuerdo.

Acabo de releer todo este artículo, y me di cuenta de que refleja muy fielmente el espíritu de Laughlin: es aburridísimo. De manera que no los torturo más.

Buenas noches.

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