Como si esto fuera poco, me dieron para vestirme un frac de Ted Lapidus, sabiendo que yo solamente uso Armani. Casi me niego y me quedo con la bata de seda que uso habitualmente. Pero debo decir que a veces mi voluntad flaquea, y dejé que el valet me pusiera esas ropas ordinarias, no sin hacerlo esperar en la puerta del baño un poco más de lo acostumbrado. A las once y media estaba listo para recibir al soberano, que según me dijeron me estaba esperando hacía un buen rato.
Rodeado de chambelanes, guardias reales, ayudantes de cámara, edecanes y funcionarios varios, el Rey entró a la sala de reuniones de mi celda con una sonrisa un tanto turbada. Hay que confesar que el tipo estaba elegantísimo, categoría de la cabeza a los pies. Claro, vestido así, hasta yo parecería un jefazo. En seguida dió instrucciones a sus acompañantes para que se retiraran, cosa que hicieron con reticencia (en un momento el hombre perdió la paciencia y gritó una orden en noruego : "¡Rajensen, gilastren"!). Luego nos sentamos en sendos sillones franceses del siglo XVIII (un mobiliario por demás frugal) y me preguntó cómo me encontraba, en un sorprendente español con acento castizo.
-Bien. A pesar de sus esfuerzos- contesté con ironía-.
Harald V se revolvía en su asiento. Parecía incómodo. Miró al techo, suspiró, y comenzó a hablar:
-En primer lugar quiero pedirle disculpas por esta lamentable confusión. No era nuestra, perdón, no era mi intención traerlo aquí contra su voluntad.
Lo interrumpí. Le relaté los acontecimientos desde la súbita interrupción de mi servicio de Internet de banda ancha hasta el último de los maltratos a los que me habían sometido, incluyendo el hecho de que esa mañana no había tenido tiempo de desayunar. Le recité la Convención de Ginebra de cabo a rabo, sin dejarme amilanar por el hecho de no haberla leído nunca, y le exigí una explicación completa, eficaz, definitiva, satisfactoria y coherente, además de informarle que una media docena de mis lectores estaban cerrando el cerco sobre mi lugar de cautiverio, y que si no me liberaba por la buenas, entonces iba a ser por las malas.
Se quedó un poco anonadado, no tanto por lo que dije sino porque en su calidad de Rey no estaba acostumbrado a que alguien lo interrumpiera. Resistiendo el impulso de gritarle a sus garde du corps que me tranquilizaran en forma expeditiva, dejó que terminara mi berrinche y luego dijo:
-Señor Bugman, como le decía antes de que usted estallara, esto no ha sido más que un lamentable error. Como usted seguramente lo sabrá, soy un lector asiduo de su blog. Me divierto mucho cada vez que menciona a mi país y elucubra esas disparatadas teorías sobre nuestra supuesta superioridad tecnológica. Por supuesto que lo tomo como lo que es, una gigantesca broma, ¿verdad?.
Me quedé callado.
-¿VERDAD? Insistió el monarca.
-Supongamos que es verdad, -dije-, pero eso no explica por qué...
Ahora fue él el desconsiderado que me interrumpió.
-Bueno, el otro día estaba leyendo el blog, y se me ocurrió comentarle en voz alta al Jefe del Servicio Secreto Noruego, que justo estaba por ahí : "Jor, jor, cómo me gustaría conocer a este caballero".
El Jefe me preguntó "¿A quién se refiere, su Majestad?". Y yo le mostré el blog y le dije, "A Bugman, cómo me gustaría conocer a Bugman".
El Rey Harald hizo una pausa. Yo me quedé en silencio. Creo que estaba esperando que yo lo animara a continuar, que dijera algo como "¿Y entonces?". Pero no lo hice. Al rato, un poco desilusionado, siguió solito:
-Usted sabe que el noruego es un idioma muy eficiente. Utilizamos pocas palabras, todo se basa en el tono y la inflexión.
Otra vez se quedó esperando, y yo nada.
-Ehhh..bueno...-siguió-. Resulta que la frase "Como me gustaría conocer a Bugman" y la frase "Mediante el ardid de hacerse pasar por técnicos de reparaciones de una empresa proveedora de Internet por banda ancha y tomando la precaución de comprobar que efectivamente existe una falla en el servicio, irrumpan con una unidad de comandos en el domicilio de Bugman, aprésenlo y tráiganlo ante mí independientemente de sus deseos" suenan casi exactamente igual en mi idioma.
Protesté. No podía ser. Claro que para mí podía sonar igual, pero yo no era noruego. Cualquier descendiente de vikingos notaría la diferencia en el tono, la inflexión o lo que fuere.
-Normalmente sí...-Harald V arrastraba las palabras, miraba la punta de sus zapatos, se estaba poniendo todo colorado. Me pareció que estaba a punto de confesar algo terrible.
-Normalmente sí, -continuó-pero yo...caramba, cómo me cuesta decir esto...yo...
-¿Qué, qué QUE?-dije casi gritando y olvidando todo protocolo que de todas maneras nunca había recordado.
-Yo estaba hablando con la boca llena. Estaba comiendo un kaffebrød. Es imperdonable. Lo sé. Le pido disculpas.
No supe qué decir. Aparentemente se estaba disculpando más por haber faltado a una norma de urbanidad que por haberme secuestrado. En el fondo, sonaba coherente. Yo ya sabía que los noruegos están majaretas.
El Rey empezó a levantarse de su asiento, mientra decía que le hubiera gustado conocerme en otras circunstancias, y que me enviarían a mi casa de inmediato y "buscarían una forma de compensar cualquier molestia que yo hubiera podido sufrir".
Me agarré de esta última frase como un náufrago a una madera flotante.
Le dije:
-Estoy dispuesto a disculpar y olvidar todo este incidente con una condición.
El Rey me miró asombrado, porque también era novedoso para él que le impusieran condiciones. Pero me dejó hablar, aunque más no fuera por curiosidad.
-Quiero que admita públicamente que los noruegos son una raza tecnológicamente avanzada, que dirigen el mundo desde las sombras y que los OVNIS no son más que sus propias naves de transporte.
Me miró seriamente. Por un momento pensé que esta vez sí iba a llamar a los guardias. Pero de pronto, sonrió. Y después, lanzó una carcajada.
-¡Jor, jor, jor jor!¡Ese es el Bugman que queremos!¡Jor, jor, jor! ¡Por favor, siga escribiendo! ¡Jor, jor, jor!- El sonido de su risa se mezclaba con el tintineo de las múltiples condecoraciones que le colgaban del pecho.
Y después salió a la terraza de mi celda, se subió a la baranda, me miró, y guiñándome un ojo, salió volando.
Lo último que recuerdo fue una especie de tumulto, entraron unas personas con uniformes todos apurados, atropellándose. Uno de ellos estaba descalzo, y tenía los pies raros. Su rostro me pareció familiar. ¿Rodríguez?. Creo que me desmayé.
Abrí los ojos en mi casa. Todo parece igual que cuando me fui. De hecho todo está exactamente igual. Casi se diría que nunca me fui. Empiezo a pensar que todo el incidente fue un sueño inducido por haber cenado guiso de lentejas con chorizo colorado. Por las dudas voy a tirar a la basura las sobras.
Pero al abrir la heladera, algo no está bien.
¿Cuándo compré yo cuarenta kilos de bacalao noruego?
Buenas noches.
Rodeado de chambelanes, guardias reales, ayudantes de cámara, edecanes y funcionarios varios, el Rey entró a la sala de reuniones de mi celda con una sonrisa un tanto turbada. Hay que confesar que el tipo estaba elegantísimo, categoría de la cabeza a los pies. Claro, vestido así, hasta yo parecería un jefazo. En seguida dió instrucciones a sus acompañantes para que se retiraran, cosa que hicieron con reticencia (en un momento el hombre perdió la paciencia y gritó una orden en noruego : "¡Rajensen, gilastren"!). Luego nos sentamos en sendos sillones franceses del siglo XVIII (un mobiliario por demás frugal) y me preguntó cómo me encontraba, en un sorprendente español con acento castizo.
-Bien. A pesar de sus esfuerzos- contesté con ironía-.
Harald V se revolvía en su asiento. Parecía incómodo. Miró al techo, suspiró, y comenzó a hablar:
-En primer lugar quiero pedirle disculpas por esta lamentable confusión. No era nuestra, perdón, no era mi intención traerlo aquí contra su voluntad.
Lo interrumpí. Le relaté los acontecimientos desde la súbita interrupción de mi servicio de Internet de banda ancha hasta el último de los maltratos a los que me habían sometido, incluyendo el hecho de que esa mañana no había tenido tiempo de desayunar. Le recité la Convención de Ginebra de cabo a rabo, sin dejarme amilanar por el hecho de no haberla leído nunca, y le exigí una explicación completa, eficaz, definitiva, satisfactoria y coherente, además de informarle que una media docena de mis lectores estaban cerrando el cerco sobre mi lugar de cautiverio, y que si no me liberaba por la buenas, entonces iba a ser por las malas.
Se quedó un poco anonadado, no tanto por lo que dije sino porque en su calidad de Rey no estaba acostumbrado a que alguien lo interrumpiera. Resistiendo el impulso de gritarle a sus garde du corps que me tranquilizaran en forma expeditiva, dejó que terminara mi berrinche y luego dijo:
-Señor Bugman, como le decía antes de que usted estallara, esto no ha sido más que un lamentable error. Como usted seguramente lo sabrá, soy un lector asiduo de su blog. Me divierto mucho cada vez que menciona a mi país y elucubra esas disparatadas teorías sobre nuestra supuesta superioridad tecnológica. Por supuesto que lo tomo como lo que es, una gigantesca broma, ¿verdad?.
Me quedé callado.
-¿VERDAD? Insistió el monarca.
-Supongamos que es verdad, -dije-, pero eso no explica por qué...
Ahora fue él el desconsiderado que me interrumpió.
-Bueno, el otro día estaba leyendo el blog, y se me ocurrió comentarle en voz alta al Jefe del Servicio Secreto Noruego, que justo estaba por ahí : "Jor, jor, cómo me gustaría conocer a este caballero".
El Jefe me preguntó "¿A quién se refiere, su Majestad?". Y yo le mostré el blog y le dije, "A Bugman, cómo me gustaría conocer a Bugman".
El Rey Harald hizo una pausa. Yo me quedé en silencio. Creo que estaba esperando que yo lo animara a continuar, que dijera algo como "¿Y entonces?". Pero no lo hice. Al rato, un poco desilusionado, siguió solito:
-Usted sabe que el noruego es un idioma muy eficiente. Utilizamos pocas palabras, todo se basa en el tono y la inflexión.
Otra vez se quedó esperando, y yo nada.
-Ehhh..bueno...-siguió-. Resulta que la frase "Como me gustaría conocer a Bugman" y la frase "Mediante el ardid de hacerse pasar por técnicos de reparaciones de una empresa proveedora de Internet por banda ancha y tomando la precaución de comprobar que efectivamente existe una falla en el servicio, irrumpan con una unidad de comandos en el domicilio de Bugman, aprésenlo y tráiganlo ante mí independientemente de sus deseos" suenan casi exactamente igual en mi idioma.
Protesté. No podía ser. Claro que para mí podía sonar igual, pero yo no era noruego. Cualquier descendiente de vikingos notaría la diferencia en el tono, la inflexión o lo que fuere.
-Normalmente sí...-Harald V arrastraba las palabras, miraba la punta de sus zapatos, se estaba poniendo todo colorado. Me pareció que estaba a punto de confesar algo terrible.
-Normalmente sí, -continuó-pero yo...caramba, cómo me cuesta decir esto...yo...
-¿Qué, qué QUE?-dije casi gritando y olvidando todo protocolo que de todas maneras nunca había recordado.
-Yo estaba hablando con la boca llena. Estaba comiendo un kaffebrød. Es imperdonable. Lo sé. Le pido disculpas.
No supe qué decir. Aparentemente se estaba disculpando más por haber faltado a una norma de urbanidad que por haberme secuestrado. En el fondo, sonaba coherente. Yo ya sabía que los noruegos están majaretas.
El Rey empezó a levantarse de su asiento, mientra decía que le hubiera gustado conocerme en otras circunstancias, y que me enviarían a mi casa de inmediato y "buscarían una forma de compensar cualquier molestia que yo hubiera podido sufrir".
Me agarré de esta última frase como un náufrago a una madera flotante.
Le dije:
-Estoy dispuesto a disculpar y olvidar todo este incidente con una condición.
El Rey me miró asombrado, porque también era novedoso para él que le impusieran condiciones. Pero me dejó hablar, aunque más no fuera por curiosidad.
-Quiero que admita públicamente que los noruegos son una raza tecnológicamente avanzada, que dirigen el mundo desde las sombras y que los OVNIS no son más que sus propias naves de transporte.
Me miró seriamente. Por un momento pensé que esta vez sí iba a llamar a los guardias. Pero de pronto, sonrió. Y después, lanzó una carcajada.
-¡Jor, jor, jor jor!¡Ese es el Bugman que queremos!¡Jor, jor, jor! ¡Por favor, siga escribiendo! ¡Jor, jor, jor!- El sonido de su risa se mezclaba con el tintineo de las múltiples condecoraciones que le colgaban del pecho.
Y después salió a la terraza de mi celda, se subió a la baranda, me miró, y guiñándome un ojo, salió volando.
Lo último que recuerdo fue una especie de tumulto, entraron unas personas con uniformes todos apurados, atropellándose. Uno de ellos estaba descalzo, y tenía los pies raros. Su rostro me pareció familiar. ¿Rodríguez?. Creo que me desmayé.
Abrí los ojos en mi casa. Todo parece igual que cuando me fui. De hecho todo está exactamente igual. Casi se diría que nunca me fui. Empiezo a pensar que todo el incidente fue un sueño inducido por haber cenado guiso de lentejas con chorizo colorado. Por las dudas voy a tirar a la basura las sobras.
Pero al abrir la heladera, algo no está bien.
¿Cuándo compré yo cuarenta kilos de bacalao noruego?
Buenas noches.