domingo, 16 de diciembre de 2012

Cadenas eran las de antes.


Joven, usted, ¿alguna vez recibió una de esas cadenas? ¿Cómo que cadenas? ¡Cadenas, joven, cadenas de cartas! Dele, ahora pregúnteme que es una carta y ya está, me voy a sentar a bajo de ese árbol hasta que me muera. Ah, una carta sí sabe lo que es. ¡No, no es un e-mail impreso! En fin.

Resulta, joven, que antes no había e-mail, ni chat, ni mensajitos de texto ni ninguna de esas paparruchadas que usan ahora, ¿sabe?. Sí, teléfono teníamos, no se haga el vivaracho. ¿Qué se cree, que soy de la época del miriñaque, yo? Miriñaque. Era como un armazón que se ponían las mujeres abajo de las polleras para...oiga, ¿por qué me habla de polleras, joven? Yo le hablo de cartas y usted me pregunta por polleras. 

Ya se lo dije antes, joven, esa falta de concentración que tiene usted no puede ser buena. Un concuñado mío empezó así y resultó que tenía  como unos bichitos adentro de la cabeza, que le iban comiendo de a poquito los sesos. Sí, un asco, joven, yo dije lo mismo. Pero este muchacho, mi concuñado, se debe haber pescado esos bichos en algunos de esos viajes que él hacía. Porque era un aventurero, mi concuñado. ¿Eh? ¡La boca se le haga a un lado, joven, mi concuñado está vivo! Dije que "era" un aventurero porque después consiguió trabajo. 

¿Pero qué tiene que ver mi concuñado con el miriñaque? ¿Cartas? ¡Ah, cadenas de cartas, sí! ¿Alguna vez recibió una, joven? 

Es que antes, cuando no había e-mail ni Internet ni nada de estas cosas que ustedes los jóvenes creen que existieron siempre, nos mandábamos cartas. Escribíamos en papel, lo metíamos en un sobre, íbamos al correo, hacíamos el envío y esperábamos la respuesta. Qué podía tardar días. O meses. O no llegar nunca. ¿
Me entiende, joven? Una conversación de esas que ahora se tienen por e-mail tardaba tres años, por lo menos. ¡Ah, qué tiempos! ¿Cómo que aburrido? Usted no entiende, joven, las cartas eran otra cosa...no cuarenta palabras escritas con lo pies. ¿Qué cadenas? ¡Ah, las cadenas!

De vez en cuando llegaba una carta con una oración, un rezo, o algo así, y decía que había que mandar diez copias a diez personas porque eso iba a traer mucha suerte, y al revés, si uno no mandaba las diez cartas le iban a pasar cosas horribles, no sé, que se le cayera todo el pelo. Claro que era un cuento de viejas y...¿Qué mira, joven? ¡La calvicie es hereditaria! ¿Usted nunca lee nada?

Ah, ahora entiende de qué le hablo, joven, sí, era parecido al espam ese, pero a mano. Ahora si a usted le mandan un mail y le dice que se lo mande a todos sus amigos, usted hace clicki-clicki y en dos minutos listo el pollo. Pero en mis épocas a los pollos había que pelarlos, no sé si me interpreta. No, joven, no. No nos vendían los pollos con plumas y todo, es una metáfora, es como cuando uno dice "ahí está la madre del borrego". ¿No sabe lo que es un borrego? ¡Un corderito, joven! Sí, la madre del borrego viene a ser la oveja. ¡Yo que sé por qué se dice "ahí está la madre del borrego" en lugar de decir "ahí está la oveja"! ¿Usted me quiere volver loco, joven?

La cuestión es que si uno recibía la cadena y la quería seguir tenía que mandar diez cartas. Y no me venga con fotocopiadoras y esas cosas, joven, que antes la gente no era tan vaga como ahora. La gente escribía con la mano en un papel, ¿sabe? Y usaba todas las palabras,  no como ahora que mis sobrinos nietos me mandan un mensaje de texto y no sé si me están saludando o leyendo un aviso clasificado. 
Y además tenía que buscar diez direcciones para mandar las cartas, que podían ser de amigos pero mejor no, porque si uno de los amigos reconocía la letra se podía enojar. 

Y entonces escribía las diez cartas, las metía en sobres y las mandaba por correo y esperaba que le pasaran cosas buenas. Sí, joven, yo seguí la cadena. No, joven, claro que no funcionaba. ¿Me ve millonario a mí? ¿Le parece que yo tengo una vida maravillosa? ¿Eh? ¡La calva es hereditaria, cuántas veces se lo tengo que decir!

Ah, así que a su edad nosotros éramos unos pánfilos que se creian cualquier cosa, ¿eh? A ver, joven, usted que es tan vivaracho, dígame que no se creyó el mail de "solidaridad con Brian" ¿Cómo que no sabe de qué le hablo? ¿Y el de Microsoft diciendo que le iba a dar un millón de dólares si reenviaba el mensaje a sus contactos tampoco? Ah, ese se lo contó su padre... ya veo.

Joven, ¿me puede hacer un favor? Deme su dirección. No, la de mail no, la otra la de verdad, la que no tiene arroba. No se preocupe, no lo voy a ir a visitar ni nada.. Le voy a mandar una carta, nomás. 


Buenas noches.


domingo, 21 de octubre de 2012

Los Premios Bitácoras y la dignidad.




Hace algunos día hablábamos, o mejor dicho yo escribía y ustedes leían, acerca de los Premios Bitácoras y la tradición.

Lo que no relatamos en aquella oportunidad fue que hasta ahora, las estadísticas de votos siempre nos habían acompañado desde el primer momento. Es decir, semana tras semana Los Sin-logismos de Bugman se mantenía entre los cinco primeros blogs de su categoría, y llegaba entre los tres primeros al último día de votación, condición sine qua non para estar en la etapa final. Me refiero a la etapa en la cual un Honorable Jurado nunca elige a este blog para ganar el premio. ¡Justamente esa es la tradición, llegar a la final y no recibir el premio!
(Esta costumbre de estar semana tras semana en los primeros puestos incluso me valió una especie de premio consuelo en la edición 2009 de los Premios)

Pero este año no, este año arrancamos de abajo, y vamos subiendo, es cierto, pero temo que nos quedemos afuera del todo.
Las clasificaciones, hasta el momento, vienen así:


Categoría
Personal
Humor
Clasificación parcial 1
No figura (más de 50)
31
Clasificación parcial 2
39
19
Clasificación parcial 3
36
11
Clasificación parcial 4
31
11
Clasificación parcial 5
28
9




Es decir, necesitamos mucha ayuda en "Personal" y un poco menos en "Humor".

El 30 de octubre de 2009 , escribía en este mismo blog:
"Esto de participar en los Premios Bitácoras.com  es realmente curioso: uno pierde la dignidad rogando que lo voten para llegar a una instancia donde se le permita rifar su autoestima".

Pues bien, el de perder la dignidad es ahora.


Vóteme, ¿sí? Qué le cuesta, vamos, no sea así, yo nunca le pido nada, es un minuto nada más. 


Este pedido también lo estoy haciendo por Twitter, porque yo tengo cuenta de Twitter, no sé si sabía. Si, al final me rendí, qué le vamos a hacer. Allá soy @Mr_Bugman , porque "Bugman" ya estaba ocupada. Y sí, pasa mucho, con esto de que todo el mundo tiene Twitter. Por eso también se ven muchas cuentas como @JuanPablo42174628 o @Tito_el_originalOK.  Pero ¡oiga! . me está haciendo desviar del tema.

Lo de Twitter venía a cuento porque algunos amables seguidores me han dicho que tenían toda la intención de votarme pero el procedimiento les ha parecido improbablemente engorroso.
Intentaremos explicar el trámite paso a paso, de manera que quien quiera votar pueda hacerlo y quien no tuviere la menor intención de hacerlo desde un principio deba buscar otra excusa:



Paso 1: Vaya a http://bitacoras.com/premios12/votar . Y cuando decimos "vaya" decimos "haga click sobre el enlace", naturalmente. No, ya sé que ustedes saben. Pero  hay cada uno. Le va a salir una pantalla más o menos igual a esta:


Lo que le están diciendo con ese cartel rojo es que necesita un nombre de usuario y una contraseña para votar. Puede ser que usted alguna vez haya votado este mismo blog u otro, y para ello haya abierto una cuenta en Bitácoras. O puede que tenga una cuenta de Facebook o de Twitter. En el primer caso, lo más probable es que usted sepa qué hacer, y que yo esté molestándolo con estas instrucciones porque usted ya votó y si no fue por Los Sin-logismos de Bugman es porque no le gusta.
Si usted nunca se dio de alta en Bitácoras, y prefiere no hacerlo, puede votar con su cuenta de Twitter o Facebook, como explicamos a continuación:


Paso 2: Haga click en el botón azul (Connect with Facebook) o en el celeste (Sign with twitter) según prefiera. Los siguientes pasos son el ejemplo de lo que habrá de suceder si usted usa su cuenta de Twitter. (Suponemos que con Facebook será parecido, si quiere haga la prueba y cuéntenos). Aparecerá la pantalla que siempre aparece cuando usted quiere asociar cualquier aplicación a su cuenta de Twitter:



Complete con su usuario y contraseña de Twitter, haga click en "Sign In" (o lo que sea equivalente en español, yo tengo Windows en inglés, sepa disculpar).


Paso 3: Aparece una pantalla como la que se muestra a continuación:

Complete el formulario, eligiendo un nombre de usuario para Bitácoras, haga click en "Crear", complete al final del formulario las palabras de seguridad (si no se entiende nada puede hacer que se generen otras presionando ese botón con las flechas que parece un símbolo de reciclado, justo arriba del pequeño símbolo de parlante).
Si todo ha salido bien, verá un mensaje con fondo verde anunciándole que ha creado una cuenta de Bitácoras.com asociada a su cuenta de Twitter, como se muestra en la figura:




Paso 4: Ahora en la barra de menú de arriba, pose el puntero del mouse sobre "Premios2012" y cuando se despliegue el menú haga click sobre "Votar"


















Paso 5: A no ser que usted no haya seguido ninguno de los pasos anteriores porque se cansó, se aburrió, tiene mejores cosas que hacer o justo se le cruzó un mensaje emergente con un enlace a "Las Tías más Jamonas de la Net" (en cuyo caso está disculpado, eso sería simplemente irresistible), la proxima pantalla que debería ver sería la que se muestra a continuación:


Como verá, lo que debería hacer allí es escribir en la categoría correspondiente, la dirección del blog que desea votar. Estamos bajo la impresión de que usted desea votar por Los Sin-logismos de Bugman en las categorías "Mejor Blog Personal" y "Mejor Blog de Humor", de manera que, en el casillero correspondiente a "Personal" escriba la dirección de este blog, es decir buguert.blogspot.com.
Luego, en "Humor", haga lo propio:




Paso 6: ¡Ya casi terminamos! Solamente tiene que completar las palabras de verificación (como hizo en el paso 3)


Y entonces, hace click en "Votar", y si todo sale bien, el mensaje de confirmación será como el de la figura:





¡Excelente! ¡Usted ha votado por Los Sin-logismos de Bugman en las categorías "Mejor Blog Personal" y "Mejor Blog de Humor" en la edición 2012 de los Premios Bitácoras.com! ¡Muchas gracias!
A no ser que haya aprovechado estas detalladas instrucciones para votar por otro blog. En ese caso, nada de gracias. Bellaco.

Buenas noches.

domingo, 14 de octubre de 2012

El vientre de un blogger. (III)




(Viene de la segunda parte )

Los estudios prequirúrgicos, consistentes en un electrocardiograma y análisis de sangre y orina (a esa altura ya empezaba a conocer a mis leucocitos y hematíes por sus primeros nombres) arrojaron resultados normales. De manera que no existía impedimento alguno para que me realizaran el examen que con esa afición  por el eufemismo los doctores llaman invasivo, porque vejatorio suena un poquito fuerte.

El gastroenterólogo me explicó el procedimiento, en ese tono tranquilo que suele tener el que no va a someterse a nada de lo que describe : el día anterior debía someterme a una especie de purga, el estudio se haría bajo anestesia general, si se encontraba alguna porquería durante la operación normalmente se podía extraer ahí mismo sin inconvenientes, y una serie de etcéteras que no vienen al caso. O a lo mejor sí vienen al caso, pero ahora mismo no los recuerdo.
Fijamos la fecha de la práctica para que fuera un lunes, de modo que la preparación (sobre cuya importancia el facultativo fue muy enfático) pudiera hacerse con toda tranquilidad el domingo.
Salí del consultorio con la receta para un purgante (y con "receta" me refiero a "prescripción", no a que me hayan dado la lista de ingredientes y el modo de preparación)  y dos hojas de instrucciones escritas para su uso.

El domingo me levanté tarde, como de costumbre. Al mediodía almorcé liviano según el instructivo. Y exactamente a la hora 17, procedí a tomarme la primera de dos botellitas de un líquido de sabor llamativamente repugnante, incluso mezclado con jugo de naranja como me habían recomendado. Y luego cuatro vasos de agua (un litro, aproximadamente). Y me senté a esperar. Y durante treinta minutos no sucedió nada (*).

Y de pronto, la polifonía ventral. Por debajo de mi ombligo se escuchaban gorgoteos, efervescencias, discurrir de fluidos y otros sonidos que podían ser tanto de origen orgánico como industrial. No tuve tiempo de proceder a una identificación más detallada, porque la algarabía vino de la mano de una urgencia perentoria, un llamado primigenio a la evacuación inmediata.

El bicho kik-mafgogt de la región costera de Guinea-Bissau construye su nido utilizando partes desprendidas de las corazas térmicas de transbordadores espaciales. Debido a la escasez de este material, la mayoría de los bichos  kik-mafgogt no poseen nido propio y tienen que alquilar.

No, el párrafo anterior no fue un error, fue una distracción. Es que realmente no se me ocurre la manera de relatar la experiencia de sentir que todo lo que alguna vez estuvo adentro del cuerpo se está saliendo por la escotilla de los desperdicios. No se me permitía ingerir nada sólido, se me compelía a beber litros de agua y la química de mi intestino había sido modificada para que se negara a realizar absorción alguna. Si combinamos eso con un riñón contento, probablemente hubiera hecho negocio instalándome en el excusado con una TV, un par de libros y doce botellas de agua.

El pináculo de la incomodidad se produjo a la hora 22. En ese momento, siguiendo fielmente las instrucciones, bebí el contenido de la segunda botellita de purgante. (Hay que decir que el líquido era fluido y transparente, lo cual considero una estafa. Algo de sabor tan horrendo debería presentar un aspecto acorde, ser color verde arveja, burbujear, acreditar densidad y emitir miasmas). Esta vez tuve que tomar dos litros de agua (unos ocho vasos) sin pausa. 
¿Alguna vez bebieron dos litros de agua de una sola vez? Ya me parecía. El estómago humano tiene una capacidad de unos 50 mililitros, pero es muy elástico y se puede expandir unas 80 veces para contener hasta cuatro litros. Dejando de lado estos detalles técnicos que algún estudiante de anatomía estará refutando en este momento, el efecto fue que quedé con la panza henchida como si estuviera embarazado, aunque por los dolores y rumores que provenían de esa especie de globo de piel en la que se había convertido mi abdomen lo más probable era que estuviera gestando un alien.
Volver el estómago a un volumen manejable me llevó gran parte de la noche, y requirió expeler líquidos por todas las vías imaginables. Sí, también en forma de lágrimas.

Y  llegó el lunes y mi visita a la clínica, y luego de quitarme la ropa y ponerme esa bata de papel tan elegante que nos dan en las clínicas me acostaron en una camilla y me pasearon por los pasillos permitiéndome revivir la remanida escena de cualquier película que incluya a un paciente trasladado en camilla por los pasillos de una clínica: las luces del techo pasando a gran velocidad.
Llegamos a una especie de quirófano, una doctora me saludó cordialmente informándome a su vez que ella sería la responsable de lo que me fueran a hacer a continuación. ¿Tenía yo alguna pregunta que hacer? No, ninguna. A esa altura y con la novedosa experiencia del día previo mi nivel de curiosidad estaba cerca del de un helecho. 
Otra persona asomó su cara dentro de mi campo visual y se presentó como el anestesista. Me advirtió del leve pinchazo que habría de sentir cuando me introdujera la vía en el brazo (y luego lo hizo). Acto seguido dijo : "Acabo de darte algo que te va a relajar".

Fundido a negro.

Algunas personas me habían contado que la sensación al ser sometido a anestesia total era parecida al sueño, aunque con una transición más rápida desde la vigilia. Otros me relataron una especie de comodidad instantánea seguida de narcosis.
Nada de eso me sucedió.
Si tuviera que hacer una analogía para explicar lo sucedido, yo diría que tomaron mi vida, cortaron aproximadamente una hora y empalmaron. 
Durante esa hora puede que me hayan practicado el estudio de marras, o también que me hayan disfrazado de oso panda, y se hayan sacado fotografías conmigo en poses ridículas. Cualquier cosa puede haber sucedido en ese espacio de tiempo que me fue arrebatado. Al menos cuando desperté en una habitación de la clínica, (a mi parecer completamente dueño de mis facultades, pero según testigos arrastrando las palabras como un beodo) no encontré marcas, pinturas o elementos extraños en mi cuerpo. Continúo sosteniendo que esos mordiscos en el cuello los traía desde antes.

Al rato vino a la habitación  la doctora que me había hecho (suponemos) el estudio anunciando que lo único que habían encontrado era un pólipo minúsculo y que lo habían extirpado de puro aburridos, nomás. Podía buscar en unos días el resultado de la biopsia que le harían a la simpática carnosidad, pero no había nada de qué preocuparse.
Sí, claro. Ella no tendría nada de qué preocuparse. Yo no tenía en mente otra cosa que mi insuficiencia excretora, y si bien en aquél instante mis conductos estaban más limpios que una acera noruega, la causa de mis males no había sido descubierta. 

Y como suele ocurrir, los médicos se encogieron de hombros, y le echaron la culpa de todo al stress. Yo también hubiera podido hacerlo. 


Epílogo

La preparación para el ...lo que sea que me hayan hecho en esa hora desvanecida, me dejó unas bonitas almorranas y la aniquilación total de mi flora intestinal. 
Lentamente, con ayuda de yogures y semillas he recuperado parte de mis funciones perdidas. 
Ya no tengo una regularidad helvética, y ya no puedo estar tranquilamente confiado en la calidad y cantidad de mi producción. 
Y las urgencias pueden encontrarme en cualquier parte.
Evidentemente lo que yo poseía era un don y lo he perdido, no sabemos si transitoriamente o para siempre.

Y mientras desayuno yogures morados rociados con comida para pájaros, me consuelo pensando que he sido capaz de contar esta historia de ribetes escatológicos sin haber escrito ni una sola vez la palabra "caca".

Buenas noches.



(*) Esto no es estrictamente cierto. Sucedieron cosas, pero ninguna relacionada con el tema principal de este artículo. Por ejemplo, a través de la ventana vi a una paloma defecando en la terraza. Y me dio envidia. Ahora que lo pienso, eso sí está un poco relacionado con el tema principal. Pero bueno, ya está escrito.

lunes, 8 de octubre de 2012

El vientre de un blogger. (II)




(Viene de la primera parte )

No pertenezco a ese grupo de personas que ante cualquier molestia sale corriendo llena de zozobra hacia el consultorio médico. En mi opinión la medicina se ha convertido en una especie de causa judicial de trámite lento, donde uno debe ir reuniendo evidencias de lo enfermo que se encuentra para que al final alguien dicte un diagnóstico-sentencia, que luego será apelado y corregido hasta que, con suerte, la cuestión de fondo devendrá abstracta porque usted se habrá curado, habrá fallecido, o habrá aprendido a vivir con lo que sea que le molestaba al principio.

Con esto en mente, cuando llego a la instancia de ser recibido por un facultativo voy preparado para describir mis síntomas, su evolución, lo que he hecho para combatirlos y su resultado, todo con sus correspondientes referencias temporales. Creo que de esa manera ahorramos tiempo, el profesional tiene la información resumida, sin anécdotas intrascendentes y sabe lo que uno ha probado de manera que no tiene que repetirlo.

Todo es inútil, por supuesto: el doctor me trata exactamente  igual que al paciente que va y le dice  "tengo como un dolor más o menos por acá, creo".

Esta no fue la excepción, el galeno fingió escucharme, me dio una serie de órdenes para análisis de sangre y orina, otra para una ecografía abdominal (tal vez sospechara que estaba embarazado) y, despertando en mí el pequeño destello de una esperanza naciente, la receta para adquirir en la farmacia un laxante de potencia industrial.

Todos los estudios llevan tiempo, pero comprar el poderoso elixir laxativo me llevó apenas unos  minutos. Luego de leer rápidamente el prospecto que acompañaba la botellita y comprobar que entre sus efectos secundarios "poco probables" estaban la ceguera, la esquizofrenia, la caía de uñas y la muerte (tengo la teoría de que cualquier medicamento serio debe incluir entre sus efectos la baja probabilidad de efectos secundarios espantosos), me mandé un trago ahí mismo ante la mirada curiosa de un par de transeúntes.

Ah, cuánta fe había depositado en ese líquido denso, transparente y dulzón, que habría de disciplinar a fuerza de moléculas a mis intestinos díscolos. Con serena confianza, mientras salían los resultados de mis análisis con el invariable signo de la normalidad, ingería tres veces por día la pócima definitiva.

La fe se pierde de a poquito. No es que un día uno se levante de la cama  con talante de apóstata, hacen falta pequeñas desilusiones, una cantidad de promesas incumplidas, una serie de evidencias que van royendo las bases de la confianza.
En mi caso bastaron dos semanas de libar cucharada tras cucharada del pegajoso brebaje, que no sólo no mejoró en nada mi peristalsis, sino que me provocó un efecto secundario que podríamos  calificar , al menos, de incómodo
En efecto, no sufrí ceguera ni esquizofrenia ni caída de uñas, pero quizás como una alegoría de lo insustancial de las promesas incumplidas, comencé a acumular gases intestinales de manera dolorosa y alarmante. Y a liberarlos de manera que alarmaba a todo el que estuviera en un radio de unos doce metros. Es muy posible que la ceguera, la caída de uñas y la esquizofrenia fueran, después de todo, efectos secundarios que hayan sufrido quienes hayan sido expuestos a mi presencia durante esos gaseosos días.

Volví a ver al doctor con los resultados de los estudios y con el abdomen henchido de anhídrido carbónico, nitrógeno, oxígeno, hidrógeno y algo de metano. Le conté de la nula eficacia del remedio que me había recetado, y de lo mal que estaba resultando el asunto para mi entorno más cercano, incluyendo animales y plantas. Ilustré mi exposición con la liberación de una muestra de exquisita calidad, con un toque de anhídrido sulfúrico que remitía inmediatamente al aroma particular de los huevos podridos. 
Por más curtido que hubiera estado con los años de profesión, el clínico no pudo evitar un parpadeo rápido y un gruñido cargado de comprensión y náuseas. 
Me habló de laxantes sistémicos, ecuménicos y aristotélicos (bueno, algo así, la verdad es que no le estaba prestando mucha atención), de la pérdida de motilidad, de las posibles causas de obstrucciones intestinales, de la dieta, del stress, en resumen, intentó tranquilizarme de muchas maneras sin notar que yo no estaba nervioso, sino harto.

Era hora de acudir al especialista. 

Tal vez los amables lectores se pregunten por qué no fui al especialista en primer lugar. La razón es obvia : porque es un especialista. A no ser que el problema esté claramente delimitado (un hueso roto nos hace ir al traumatólogo , sin dudas), los especialistas solamente se fijan en su área de expertise , y ya podemos ir nosotros con un ojo fuera de la órbita, que el dermatólogo lo único que nos dirá es que tenemos el cutis un poco seco, o que ese lunar no le gusta nada.
Por eso siempre llego al especialista después de haber perdido una generosa cantidad de tiempo con un generalista que no me ha dado ningún diagnóstico. 

En esta oportunidad el especialista indicado se llama gastroenterólogo , un nombre bastante feo para una actividad que supone hurguetear por lugares un poco desagradables. Pero cada quién con su vocación, vea. Incluso hay escribanos.

El gastroenterólogo fue muy expeditivo. No llegó a escuchar mi historia completa, miró por encima todos los análisis y dijo inmediatamente, "acá hay que ver si hay un caño tapado, y por qué". Un sabio, el hombre.
Y bueno, continuó, "nosotros tenemos una sola manera de ver si hay un caño tapado", así que...

Así que me fui de la entrevista con el especialista con una orden para hacer una serie de estudios prequirúrgicos con vistas a un procedimiento llamado videocolonoscopía, cuyos complejos detalles técnicos resumiré en pocas palabras : me iban a meter una pequeña cámara de televisión por el antifonario para ver lo que tenía adentro.

(Continuará)

Buenas noches



PD: ¿Ya votó a este blog en las categorías "Personal" y "Humor" de los Premios Bitácoras? No quisiera alarmarlo  pero la cosa no va tan bien como otros años, que a esta altura ya estábamos entre los tres primeros. Está bien, no le importa. Bueno, entonces hágame el favor, porque sí nomás, porque yo se lo pido.  Si le da mucho trabajo hacer click en el botón de arriba y a la derecha de la pantalla, puede hacer click AQUÍ . Ah, ¿eso también le cuesta? Bien, me rindo. Qué barbaridad. 



lunes, 1 de octubre de 2012

El vientre de un blogger. (I)


En gran medida, somos criaturas de costumbres. Algunas usanzas son dictadas  por la conveniencia, otras por la necesidad o la simple repetición, y otras, por qué no, por el placer derivado de ejercerlas.
El cuerpo humano, merced a complicados mecanismos de los cuales apenas nos enteramos, provee cierto número de conductas que  genéricamente podrían clasificarse como "tareas de mantenimiento". Expulsar los deshechos que resultan del proceso digestivo es una de ellas.


Con helvética regularidad y satisfactoria eficiencia, mi cuerpo se ocupaba de esos asuntos de una manera tan conveniente, que salvo emergencias originadas en un abrupto y desequilibrante cambio de dieta o en el ataque de un agente patógeno, se podía poner en hora un reloj basándose en la oportunidad de mi visita matutina a los servicios.

Tal eficacia evacuatoria me mantuvo toda mi vida alejado de conceptos tales como laxante, purga, estreñimiento, tránsito lento. Difícil tarea representaba para mí experimentar  empatía con un ser humano imposibilitado de realizar sus expulsiones sin esfuerzo.

Y un día entre los días,  sin previo aviso, sin existir una transformación paulatina, una decadencia gradual o al menos una catástrofe justificatoria, tan arbitrariamente como suceden las maldiciones y las auditorías fiscales, mi excelencia en los ventrales menesteres, simplemente se esfumó. 
Las sesiones matutinas se convirtieron en un ejercicio de futilidad, y la actividad de mi tracto digestivo, algo de lo que era tan poco consciente como de los latidos de mi corazón o del hecho de respirar comenzó a ocupar más y más espacio en mis reflexiones.

¡Oh, época dorada de aurorales deyecciones, oh, privilegio peristáltico, maravilla intestinal, oh, mágicas entrañas!
Como un amante que descubre la valía de su pareja luego de perderla, como un niño que ha perdido su infancia, así me encontraba. Y con un humor de perros, claro. De perros estreñidos.
Al principio me lo tomé con calma. Incluso los mejores amantes habrán tenido sus percances durante los lances venéreos, unos días de desequilibrio en las tripas no eran para hacer una cuestión de estado.

Pero el desbalance entre lo comido y lo descomido continuó, y entonces hice lo que cualquier persona decente que tiene en cuenta su salud hace en estos casos: investigar en Internet.
Gracias a la red de redes, que nunca miente, que todo lo sabe y todo lo publica, conseguí unas siete mil recetas caseras para curarme el estreñimiento y unos cuatrocientos diagnósticos para mi condición, que abarcaban desde una maldición gitana hasta el envenenamiento con las secreciones de una planta que crece en el Tibet, a unos 4000 metros sobre el nivel del mar en una maceta que tiene un primo segundo del Dalai Lama en un balcón de su casa, pasando, claro está, por alternativas más probables y menos risueñas.

Imposibilitado de procesar tal cantidad de información sin caer en la locura, hice lo segundo que cualquier persona decente que tiene en cuenta su salud hace en estos casos: ignorar el problema un tiempito, a ver si se arreglaba solo.

Pequeña digresión: esta conducta perece irresponsable, pero en el fondo, a no ser que el síntoma sea que uno se acaba de amputar un brazo con una motosierra, es parecida al procedimiento médico estándar. Ellos nos revisan, y si no están seguros del diagnóstico nos recetan algún placebo y nos hacen regresar a verlos en dos semanas. Qué otra cosa sino confiar en la muchas veces inexplicable y siempre maravillosa capacidad de de autoreparación del cuerpo humano es eso.

La estrategia de la ignorancia no dio resultado. Podríamos decir que la ignorancia nunca es una buena estrategia, pero aquí no estamos intentando educar a las masas, apenas si estamos relatando mis miserias.
El asunto es que el balance continuó siendo netamente positivo, y empecé a preguntarme donde estaba acumulando reservas de dudosa calidad. Aunque palpar mi vientre tenso como un tambor podría haberme dado una pista. Caramba, lo que no había podido lograr con vigorosos ejercicios abdominales lo estaba obteniendo con relleno sanitario.

La siguiente etapa lógica en la evolución del paciente que aún se resiste a serlo de manera oficial, es probar con toda clase de remedios caseros para su dolencia. 
Fueron días de yogures mágicos, purés, panes integrales, frutas, verduras, evitar carnes y grasas, todos procedimientos que en el mejor de los casos pueden haber colaborado en convertirme en el cadáver más saludable del cementerio, pero que no contribuyeron un ápice a la desopilación buscada.

Era hora de darle una oportunidad a la ciencia, es decir automedicarme con un laxante de venta libre.
Mentiría si dijera que no hubo un cambio. Pero no en el sentido esperado, ya que si bien mis exportaciones fueron igual de exiguas, mutaron grandemente en su calidad. Para peor. Lo que antes eran unos pequeños trocitos de material compacto, ahora eran unas cuantas gotas de tristeza semilíquida. Que además eran acompañadas por un despliegue sonoro francamente exagerado. Mucho ruido, y nada que se pareciera ni remotamente a la más humilde de las nueces.

Y entonces, sólo entonces, luego de haber agotado todas las alternativas, con la seguridad de no padecer una molestia pasajera, sino por el contrario, representar un desafío médico, un enigma científico, algo a lo que no tuvieran más alternativa que ponerle mi nombre, con la secreta convicción de padecer el aún no descubierto síndrome de Bugman, acudí a un doctor.

(Continuará)

Buenas noches.

PD: Casi me olvido...¿ya votó por este blog en los Premios Bitácoras? Haga click en el botón, arriba, a la derecha de la pantalla. No sea ídem, por favor.







domingo, 23 de septiembre de 2012

Los Premios Bitácoras y la tradición.





Es posible que usted haya notado la presencia de ese botón arriba, a la derecha de la pantalla, debajo de un sugestivo título que dice "¡A VOTAR, BOTARATES!"














Si usted es un antiguo lector de este opúsculo virtual, probablemente ya sepa lo que significa, y esté sacudiendo la cabeza entre incrédulo y resignado.

Si en cambio, usted nos sigue hace poco tiempo, debería contarle de qué se trata. 

Resulta que hay un sitio de Internet que se llama Bitacoras.com, que todos los años organiza un concurso que premia a los blogs en español más destacados, clasificados en varias categorías..
Resulta que la metodología para elegir a los ganadores es una combinación de votación y jurado:  el público vota a los blogs de su preferencia en cada categoría, y  en determinada fecha los tres  más votados de cada una son declarados finalistas y pasan a ser examinados por un jurado que elige a los ganadores.
Resulta que este blog ha participado en este concurso los años  2008, 2009, 2010 y 2011,  y en todas las oportunidades ha llegado a la instancia  final (la terna que debe examinar el jurado).
Resulta que en ninguna de esas oportunidades el jurado ha considerado que este blog merezca premio alguno.

Hasta aquí, los hechos.

Este año no estaba muy entusiasmado por  participar. Es más, anticipándose a mi desgano, los organizadores ni siquiera me habían enviado el correo electrónico de rigor invitándome a la exposición anual de mi autoestima
Pero luego lo pensé mejor, y comprendí que ya se ha establecido un tradición que involucra a este blog y estos premios, que consiste en participar, llegar a la final y nunca ganar, y que no hay ninguna razón válida para romperla (tampoco para mantenerla, pero es más divertido así).

Y en medio de esas reflexiones me llegó el correo de invitación, y como cuando uno quiere hacer algo puede interpretar a su antojo cada cosa que pasa a su alrededor como si fuera una señal de que el universo aprueba su intención, decidí que otra vez vamos a jugar a esto.

Bien, para que eso sea posible necesito sus votos, estimados lectores. ¿Cómo pueden votar? Es sencillo, hacen click en el botón que dice "VOTA AHORA Premios 2012 Bitacoras.com" (arriba, a la derecha de la pantalla, señora, no puede perderse).
Una vez hecho esto, aparece la pantalla con todas las categorías, y si configuré bien el firinduli , en las correspondientes a "Mejor Blog Personal" y Mejor Blog de Humor" debería estar escrita la dirección de este blog, o sea http://buguert.blogspot.com . Si no es así, por favor escríbanla. Sí, pueden copiar y pegar, faltaba más. (Sí, señora, participamos en dos categorías al mismo tiempo. Sí, se puede. No, no es trampa. Que no).
El sistema les va a pedir que se identifiquen. (No, señora, no es que le van a preguntar si usted es la suegra de Estercita, la de la panadería, le van  a pedir un usuario y contraseña). Llegado a este punto, puede suceder que usted ya sea un usuario de Bitacoras.com o tenga cuenta en Twitter o Facebook, y entonces puede votar con cualquiera de esas cuentas. Si no es así, y quiere seguir adelante, bueno, primero tendrá que abrirse una cuenta en alguno de esos tres lugares. (Entenderé si su entusiasmo merma en ese momento, y decide que mejor se va a preparar un sándwich y que al blogger calvo lo vote la suegra de Estercita la de la panadería).

Cada semana los organizadores informan sobre los primeros 50 clasificados de cada categoría, esto ya ha comenzado (o sea que este año encima de todo estoy empezando tarde) y en la categoría "Personal" no figuramos, pero en "Humor", curiosamente, estamos en el puesto 31. 

¿Hasta cuándo pueden votar? Hasta el 9 de noviembre.
¿Cuándo se anuncian los finalistas? El 12 de noviembre.
¿Y los ganadores? El 23 de noviembre, en una ceremonia que se hace en Madrid, porque quienes organizan estos premios son unos señores españoles, no recuerdo si les había contado.

Entonces, amables lectores, agradeciéndoles por adelantado su amabilidad al votar por este blog, me despido con la arenga de rigor: 

¡A VOTAR, BOTARATES!

Buenas noches.



domingo, 12 de agosto de 2012

El Humor en los tiempos de porquería.



Los antiguos lectores de Los Sin-logismos, y algunos de los más nuevos habrán notado que la mayoría de los artículos aquí expuestos tienen un tono intencionalmente humorístico (no, el hecho de que no le hayan provocado la menor gracia a usted no es relevante en este momento, pero gracias por su opinión).

También habrán notado, porque los adivino suspicaces, que no he escrito nada en los últimos dos meses.

No habré de justificar mi ausencia con el relato de tragedias propias, que para ustedes, amables lectores, serán ajenas y por lo tanto, al decir de Oscar Wilde, de una banalidad insoportable. 
Tampoco es que tenga que  justificar nada, ya que a pesar de los esfuerzos desplegados durante los últimos ocho años, no he logrado despertar el interés de nadie al punto de que se mostrara ansioso de pagarme por escribir. De manera que no le debo explicaciones a mi agente, mi editor o mi mecenas, ya que por lo general no voy por la vida excusándome ante personas cuya característica más saliente es la inexistencia.

El hecho es que no he estado escribiendo, y hace poco me pregunté por qué. No es una pregunta superflua, uno siempre debería preguntarse por qué no está haciendo algo que solía disfrutar (a menos, claro, que lo haya reemplazado por algo que disfruta mucho más). Llegué a la conclusión de que simplemente no estaba de humor. Lo cual es completamente absurdo.

Hay una clase de humor para las ocasiones amables, los tiempos alegres, los encuentros festivos. Es un humor que actúa como catalizador para la carcajada, apenas un empujoncito para que ocurra ese estado convulsivo y feliz inundando nuestro cerebro de endorfinas. Son ocasiones en las que una pedorreta puede hacer que literalmente nos revolquemos de risa. No se escribe un humor así, obviamente. 

Pero hay otras épocas en las que el estado de las cosas no invita a la distensión y la chanza superflua, donde la pedorreta se convierte, despojada de contexto, en lo que realmente es, una grosería sin relieve.
Es en esas condiciones que el humor se transforma. Se concentra, se destila, se hace más punzante, y al estar más enfocado deja a oscuras a muchos, pero ilumina con más fuerza a los que se encuentran bajo su potente haz.
En tiempos de porquería, el humor es escudo y lanza, coraza y mosquete, tabla flotando en un naufragio y sofisticada estrategia de superveniencia. 

Me apresuro en aclarar que no estamos aquí hablando de la necesidad de poner al mal tiempo buena cara, ni le asignaremos magia alguna a una liviana actitud positiva. Las catástrofes suceden, los problemas no desaparecen mediante el sencillo trámite de pensar en ellos con optimismo y alegría, y nada cambia el hecho de que al final del camino seremos fagocitados por bichos asquerosos (muchos de los cuales ya están viviendo adentro nuestro, malditos traidores).

Se trata de una actitud completamente diferente. Es una forma de protesta. Es decirle al Universo que ya sabemos lo que nos prepara, y que aún así  no nos dejamos amedrentar. Es una postura,  una declaración.

En ese orden de ideas, no escribir humor porque no se está de humor resulta equivalente a no hacer dieta porque se está demasiado gordo.

Dedicada a aquellos de entre ustedes que aspiran (como yo) a ser esa clase de individuos capaces de improvisar una broma acerca de corbatas y nudos en el preciso momento en que el verdugo les pone la soga al cuello, voy a terminar este artículo con una anécdota personal.

Hace no mucho tiempo, me encontraba cuidando a mi abuela, anciana de 99 años en su lecho de muerte. La veía debatirse con inquietud, mientras murmuraba algunas palabras ininteligibles. Lentamente, las palabras comenzaron a hacerse más claras y audibles: decía, alternativamente, "quiero vivir" y "me quiero morir". Las repetía como un mantra. Vivir, morir, vivir, morir. 
La escena era angustiosa, yo permanecía en silencio y escuchaba.
Vivir, morir, vivir, morir, vivir, morir...
Y en un instante, el silencio. 
Mi abuela abrió los ojos, levantó apenas la cabeza de la almohada, y declaró :

-Pero qué vieja boluda, no sé ni lo que quiero.

A eso me refiero, exactamente.

Buenas noches.


sábado, 16 de junio de 2012

domingo, 10 de junio de 2012

Recuerdos del fin del mundo (cuarta parte)





(Viene de la tercera parte)

Y esperamos.
Y seguimos esperando.
Y esperamos más.
Y cuando perdimos la paciencia, respiramos hondo, miramos hacia el techo, y esperamos todavía más.

Existen fracasos espectaculares, fracasos épicos, fracasos gloriosos e incluso fracasos heroicos.
El nuestro no fue nada de eso.
Sí, fracasamos, pero usted ya lo sabía.
Porque es evidente que si hubiéramos tenido éxito yo estaría demasiado ocupado haciendo lo que sea que los millonarios hacen como para escribir en este blog. Y no , no creo que los millonarios escriban en blogs. A los sumo contratan a tipos como yo para que escriban por ellos. Y no, tampoco me ofrecieron nada de eso.

Es cierto que si bien no tuvimos ni un poquito de éxito podríamos haber fracasado aún más. No vendimos ni una Centurion Card, es cierto, pero tampoco compramos ninguna. Nadie nos contrató una auditoría completa Y2K, pero tampoco subcontratamos a diez auditores a los que tuvimos que pagarles de todas formas. En resumen, perdimos algo de tiempo, algo de autoestima y una pizca de integridad, pero todo eso pudo recuperarse (1). 


EPÍLOGO.


En diciembre de 1999, mi socio y yo ya no éramos consultores independientes. Habíamos sido contratados por una empresa británica que se dedicaba, al desarrollo de software. El proyecto Y2k de esta empresa, con oficinas en varios países, consistía en parte en confiar en la robustez de sus productos, y en parte en esperar y ver qué pasaba.
El 31 de diciembre de ese año, aprovechando la diferencia de horarios, los colegas australianos fueron los primeros en tranquilizarnos señalando que en lo que concernía a nuestros productos no había nada inusual que informar. A las 12 de la noche brindamos con nuestras familias y ni siquiera pensamos en el efecto Y2K.


En todo el planeta fue más o menos igual. 


El primer fin del mundo basado en la ocurrencia de una falla tecnológica había sido evitado, ya sea mediante la laboriosa y sistemática aplicación de elaborados planes o a través de la técnica alternativa de cruzar los dedos y cerrar los ojos (2).


Muchas personas ganaron mucho dinero con el asunto. Yo no fui uno de ellos. Pero no importa, me alegro de que el mundo no se haya terminado precisamente por culpa de personas que se dedican a la informática, porque eso me hubiera dado muy mala reputación en el Infierno.


Y además, tendré mi revancha en el año 2038.

Buenas noches.






(1) En este preciso momento estoy recuperando parte de ese tiempo escribiendo muy rápido.

(2) Pero no es cierto que el efecto Y2k haya pasado desapercibido. El 1ro de enero del año 2000, una ancianita de Tauranga, Nueva Zelandia, quiso retirar 12 dólares neozeladeses de un cajero automático y no pudo hacerlo. La octogenaria mujer comenzó a azotar la máquina con su bastón hasta que llegó la policía y amablemente le indicó que los teléfonos públicos no entregan dinero.





domingo, 3 de junio de 2012

Recuerdos del fin del mundo (tercera parte)



(Viene de la segunda parte)

Con mi socio, nos dedicamos un par de días a evaluar la situación. Pronto, estuvimos de acuerdo en que las grandes empresas y bancos ya se estaban dedicando al problema,  probablemente desde antes de que se hiciera público. Además, no teníamos ni los conocimientos ni los recursos necesarios para encarar un proyecto de consultoría a gran escala (1).

Nuestros clientes, eran, en general, pequeñas empresas y profesionales independientes cuya cultura informática se limitaba a no introducir alimentos adentro del monitor pensando que era un horno de microondas (2). La percepción de estas buenas gentes acerca del problema del año 2000 era entre difusa e inexistente. En otras palabras, no tenían miedo, y esa antipática actitud hacía que se mostraran renuentes a darnos dinero a los consultores informáticos para salvarlos de un peligro inexplicable.

Como la falta de temor puede provenir tanto del conocimiento como de la ignorancia, decidimos combatir la segunda proporcionando el primero. O algo así.
Lo que hicimos fue una especie de boletín informativo que se distribuía vía correo electrónico, que contenía algunas nociones generales de informática, algunas noticias, algún artículo en tono jocoso, y, por supuesto, sutiles referencias al efecto Y2K . No empezamos gritando ¡USTED ESTÁ CONDENADO A PERDER TODAS SUS POSESIONES Y A SOBREVIVIR COMIENDO BICHOS DE LA CORTEZA DE ÁRBOLES PODRIDOS A MENOS QUE NOS PAGUE MUCHO DINERO AHORA MISMO! sino que, lentamente, comenzamos a introducir el tema. Lo que se dice, toda una operación de prensa.

Mientras esperábamos que en nuestros clientes se despertara la curiosidad, que diera paso al interés, para convertirse en preocupación y luego en alarma, estudiábamos las opciones de servicios que podíamos ofrecerles cuando vinieran a golpearnos la puerta dando alaridos y arrancándose el cabello a mechones.
Decidimos centrarnos en los equipos informáticos, es decir las computadoras y servidores, ya que no conocíamos a nadie que estuviera a nuestro alcance que usara software de los 70 que hubiera costado millones de dólares y valiera la pena modernizar. La idea era dar a entender que las computadoras fabricadas antes de 1997 estaban en peligro de fallar más allá de todo arreglo a la hora cero del 1 de enero de 2000, y nosotros podríamos salvarlas.

Una exhaustiva investigación de mercado (3) dio como resultado el hallazgo de dos maravillosos productos que salvarían el futuro de nuestros bienamados clientes al proteger sus valiosos equipos informáticos y el nuestro al proporcionarnos unas ganancias que nos permitirían retirarnos a los cuarenta e irnos a vivir a la Polinesia.

En primer lugar, encontramos el Millenium Bug Fix, un software que aseguraba que analizaba su computadora y luego de correr una serie de pruebas informaba si estaba en peligro de sufrir la muerte por Y2K-itis. El criterio en que se basaba este software para hacer la evaluación era desconocido, y la explicación que tenían en la página web era jerigonza técnica sin ningún significado real, pero las pantallas que se mostraban mientras corrían las pruebas eran sospechosamente parecidas a lo que el público en general está acostumbrado a ver en las películas: algo que está haciendo "cosas" y que muestra barras de progreso que se mueven. Y como broche de oro la presentación del producto tenía una versión en español que había sido traducida por algún sistema automático, resultando en que Millenium Bug Fix se convirtiera en Bicho Milenio Repara. Era estupendo, era irresistiblemente encantador.

El segundo pilar de nuestro futuro imperio económico era la Centurion Card, que no era la exclusiva tarjeta American Express de color negro (4), sino una placa con circuitos impresos, que se colocaba en las computadoras supuestamente para compensar la falla de reloj que habría de producirse en la fecha señalada. Los fabricantes de estas tarjetas también aportaban su granito de arena a la confusión general, diciendo que su artilugio corregía incluso el efecto Croucher-Elkin , (5) llamado de esa manera por los dos estudiantes de la universidad de Wichita del Norte (6) que lo habían descubierto, y que, según ellos ¡podía afectar también a las computadoras fabricadas después de 1997!  

La estrategia era brillante: primero, crear la preocupación por el efecto Y2K. Luego, ofrecer nuestros servicios de consultoría para relevar la situación particular de cada cliente y, gracias al Bicho Milenio Repara, hacer un diagnóstico. Si el Bicho Milenio Repara decía que la computadora estaba en riesgo, venderle la Centurion Card. Si el Bicho Milenio Repara no decía nada, entonces revelarles la existencia de aterrador efecto Croucher-Elkin (7) y de todas maneras venderle la tarjeta. 

Se preguntará usted por qué no ofrecíamos directamente la dichosa tarjeta, si por una razón u otra le íbamos a decir al cliente que tenía que comprarla. 
Es que usted no comprende cómo trabaja un consultor. El objetivo no es venderle una solución. El objetivo es cobrarle por el trabajo que le dará al consultor convencerlo a usted de que tiene que comprar la solución. Y después vendérsela.

Ya habíamos echado las redes. Era cuestión de tiempo, los clientes comenzarían preguntando tímidamente, luego con más insistencia y al final se convertirían en una marea incontenible de pedidos y dinero. Mucho dinero. 

Con un emocionado recuerdo hacia aquellos pioneros del desarrollo de aplicaciones bancarias que habían decidido heredarnos sus problemas y permitirnos hacernos ricos con nuestras soluciones, nos sentamos a esperar.

(Continuará)




(1) Aquello fue un exceso de escrúpulos. A lo largo de los años me he encontrado con muchísima gente que no tiene recursos ni conocimientos y sin embargo encara cualquier proyecto. Los resultados suelen ser entre desastrosos y mediocres, pero se las arreglan para cobrar buen dinero y evitar la cárcel.
(2) Y no es que no lo intentaran.
(3) Sí, escribimos "Y2K ,productos" en un buscador de Internet. Pero no era Google, por eso fue exhaustiva.
(4) Es a la inversa, para obtener esa tarjeta, primero hay que tener el imperio.
(5) No estoy muy seguro del nombre. Pero sonaba parecido. 
(6) Tampoco estoy seguro de que fuera esa Universidad. De los que estoy seguro es de que no era una de las más conocidas.
(7) Que no, que no estoy seguro.

domingo, 27 de mayo de 2012

Recuerdos del fin del mundo (segunda parte)



(Viene de la primera parte)

Similares escenas se produjeron en las oficinas de los dueños, administradores, responsables y chivos expiatorios de las otras grandes empresas y bancos.
Además, en esa época existían muy pocos programadores de computadoras y todos compraban sus anteojos de marco grueso en la misma óptica, de manera que la noticia se esparció rápidamente entre la pintoresca comunidad. El resultado fue que el asunto de las fechas fue resuelto en todas partes siguiendo el criterio general: dos dígitos. Treinta años era muchísimo tiempo, era ridículo pensar que los programas que estaban escribiendo durarían tanto, y lo mejor de todo era que si algo malo sucedía sería problema otras personas.

La gente suele equivocarse al hacer pronósticos, sobre todo a tan largo plazo. Se suponía que a fines del siglo XX deberíamos contar con autos voladores, veredas móviles y robots domésticos. En cambio teníamos teléfonos celulares para avisar que llegaríamos tarde porque estábamos en medio de un tremendo tapón de tránsito. Eso, y software de los setentas.
Porque de alguna manera, como una bacteria especialmente resistente, aquellos programas que habían dejado sin trabajo a cientos de miles de monos en los setentas, habían sobrevivido a mutaciones, mejoras, correcciones y actualizaciones (1), y todo con dos dígitos.

Fue así que durante los primeros meses de 1999, una vez que hube entendido aproximadamente el origen del problema, me dispuse a investigar sobre sus potenciales consecuencias.
Y encontré toda clase de personas que afirmaban toda clase de cosas. Estaban aquellos que decían que volveríamos a la edad de piedra y los que aseguraban en tono conspirativo que todo era una maniobra de la CIA, el FBI, el Ejército de Salvación y los Escribanos Públicos para controlar el mercado mundial de dentaduras postizas. En el medio, estaban las opiniones de los que con un poco más de credibilidad, explicaban que, de no hacerse algo, era muy posible que hubiera dificultades graves en el mundo financiero, en los transportes, las comunicaciones y la producción industrial automatizada.

Cuando uno se encuentra ante un asunto complejo sobre el cual hay mucha información y a la vez mucha ignorancia, lo mejor suele ser juntar la información con la ignorancia y hacer una pasta más o menos digerible para el intelecto. Este es un proceso arduo y trabajoso que implica revisar los datos de los que se dispone, clasificarlos, compararlos, valorarlos y extraer conclusiones, que a su vez deben ser objeto de revisión para asegurarnos de que son el resultado directo de los datos y no de algún prejuicio subyacente o una muestra sesgada.

Por supuesto que no hice nada de eso, el sólo escribirlo ya me causó dolor de cabeza. En su lugar, me puse a imaginar qué podía suceder, como si yo fuera el guionista de una película clase B.
Bien, allí estaba, primer plano del rostro de una ancianita frente a un cajero de banco que le acaba de decir que en su cuenta de ahorros no hay un solo centavo. Otra escena, un operario en una fábrica de muñecas ve pasar por la cinta transportadora un torso plástico con tres piernas (2). Los carteles electrónicos de un aeropuerto empiezan a mostrar la leyenda "DEMORADO" en todos los vuelos. Vista aérea de un embotellamiento enorme, con miles de automovilistas tocando inútilmente sus bocinas. Un operador de bolsa mirando una pantalla y agarrándose la cabeza, mientras detrás de él pasa gente corriendo y tirando papeles. Gente rompiendo vidrieras y llevándose televisores. Un niño de corta edad llorando desconsoladamente sentado en la calle, entonces pasa un elefante y lo aplasta. No, caramba, esa última escena  no. Conseguir un elefante entrenado es carísimo.

Más allá de las escenas eliminadas, el ejercicio me sirvió para darme cuenta de que existía un problema, un problema feo, cuyo alcance no se conocía con exactitud, en el que estaban trabajando muchísimas personas en todo el mundo tanto de los gobiernos como de las empresas, y cuya solución estaba demandando miles y miles de horas hombre y montañas inconmensurables de dinero.

Y entonces entré en pánico, porque por primera vez capté las implicaciones del asunto:
¡Había muchísima gente asustada dispuesta a darle dinero a consultores en informática!
¡Y yo no lo estaba aprovechando!


(Continuará)




(1) La mayoría de los monos también sobrevivieron. Algunos volvieron a la selva, otros se convirtieron en conductores de shows televisivos y una pequeña minoría se unió al enemigo y se dedicó al software de computadoras. Su producto más conocido fue el Windows Millenium.
(2) La muñeca debe ser ligeramente parecida a Barbie, pero no tanto como para que nos quieran cobrar regalías, recuerden que es una película clase B.







sábado, 19 de mayo de 2012

Recuerdos del fin del mundo (primera parte)





Si usted nació después del 1 de enero de 2000, probablemente no sepa lo cerca que estuvo de no existir. Y además es un niño, y no sé qué está haciendo aquí leyendo esto.








Corría el año 1999, más precisamente los primeros meses de ese año, y quien suscribe trabajaba de consultor independiente en el área de informática. 
Uno de mis clientes, como al pasar, me preguntó qué había de cierto en el efecto 2K, y yo le contesté que no se preocupara. El que se preocupó fui yo, porque no tenia la menor idea de qué me estaba hablando.

Más tarde, luego de una ardua investigación en Internet (1) me enteré de qué iba la cosa.

Advertencia: lo que sigue es una versión novelada de lo que realmente sucedió. Si usted es una persona que sabe mucho de la historia de la tecnología, por favor no incordie con los múltiples detalles omitidos o exagerados o inventados. Especialmente con los inventados, que son los mejores.

Resulta que por allá por la década del 70, muchas grandes empresas y bancos comenzaron a pensar que sería buena idea dejar de tener ejércitos de chimpancés y orangutanes provistos de ábacos (2) para llevar sus cuentas. Y los dueños de esas grandes empresas y bancos preguntaron qué estaba de moda, y les respondieron que las computadoras. Y computadoras compraron, que en ese entonces eran unas tremendas máquinas que ocupaban más lugar que un automóvil (pero no las ponían en el garage, porque costaban una fortuna). 

Y después miraron las computadoras y miraron alrededor y vieron que nada cambiaba, y llamaron al proveedor y lo insultaron y le pidieron que les devolvieran la plata, hasta que les explicaron que adentro de las computadoras tenían que poner algo, un software, es decir los programas para hacer las cuentas en lugar de los chimpancés y orangutanes (que para esa altura ya estaban robando material de oficina, en previsión de su inminente despido). 

Y allí fueron los dueños de las grandes empresas y bancos, pensando que más les hubiera valido quedarse con los monos, pero ya estaban metidos en el baile y tenían que bailar. Entonces fue que contrataron a unos señores sumamente curiosos, un poco parecidos a los primates peludos, pero menos higiénicos: los programadores (3).
Los programadores suelen ser personas muy meticulosas, antes de empezar a escribir una sola línea de código pretenden saber qué demonios se espera que hagan. Así que luego de interminables idas, vueltas, y  larguísimas sesiones de diagramación, coordinación, enumeración, información, recapitulación, capacitación y desesperación (4), se dieron una buena idea de lo que un sistema bancario o de gestión empresarial debería hacer.

Ahora bien, es frecuente que durante la etapa de desarrollo de un software cualquiera aparezcan detalles que escaparon al  análisis inicial. Por ejemplo, que los monos atacaran a los programadores. No, estoy bromeando. Eso estaba previsto, todos los programadores cargaban pistolas de dardos tranquilizantes (5).  Pero sí hay ocasiones en las cuales el programador tiene que tomar una decisión, y le parece que es demasiado relevante como para tomarla él mismo y cargar con la responsabilidad. Entonces pregunta . 

En este caso la decisión a tomar era: ¿Cómo registramos las fechas, específicamente el año? ¿Con dos o cuatro dígitos? Es decir, el 1 de enero de 1973 se verá como "01/01/73" o como "01/01/1973"?
Ya sé lo que están pensando. Es una tontería, un detalle cosmético, una fruslería, una insignificancia, una nadería, una minucia. Nadie se muere por tener que escribir cuatro números en vez de dos.
Bien, resultó ser que el detalle era importante. Imaginemos la situación. Un programador se encuentra con ese dilema, y le pregunta al jefe de proyecto. El jefe de proyecto evalúa las diferencias y sus implicaciones, y se da cuenta de que lo mejor es explicarle la cosa al cliente y dejar que él decida. De esa manera siempre podrá defenderse diciendo "usted lo pidió así".

Imaginemos que el siguiente diálogo se produce a principios de los 70 en la oficina del dueño de una gran empresa o banco, entre el jefe de proyecto y el mismísimo mandamás:

Jefe de Proyecto: -Bueeenas...si no está muy ocupado, quisiera hacerle una consulta sobre el Proyecto Alfa.

Dueño: -¿El qué? ¿Quién es usted? ¿Quién lo dejó pasar? (observando que dos orangutanes y un chimpancé aprovechan al puerta abierta para colarse en el despacho).

Jefe de Proyecto: -Soy Smith, de Tecnnical Technology Technicals Inc., somos los que estamos haciendo el software de gestión de la empresa...

Dueño: (quitándole una engrapadora a un orangután) Ah, eso, sí. ¿Qué quiere?

Jefe de Proyecto: -Eeh...vea, tenemos que decidir la cantidad de dígitos en las fechas...

Dueño: (tirándole la engrapadora a un chimpancé que estaba masticando una carpeta). -Los dígitos de....¿qué?

Jefe de Proyecto: -Le pregunto si quiere las fechas con dos o cuatro dígitos para el año.

Dueño: -¿Eh?

Jefe de Proyecto: (un poco incómodo ante la presencia de un orangután especialmente corpulento que empezaba a despiojarlo) -Es que hay dos maneras, usted puede hacer que las fechas sean como  "01/01/73" o como "01/01/1973".

Dueño: ¿Pero qué importa? ¡Cierre la puerta que entran más monos!

Jefe de Proyecto: (más incómodo porque acaba de advertir que en los ojos del orangután que lo está despiojando se advierte un brillo lujurioso) -Está la cuestión de la memoria....

Dueño: (buscando en un cajón su pistola de dardos tranquilizantes) -¡No sea insolente, jovencito! ¡No le pasa nada a mi memoria, es sólo que hay cosas que no vale la pena recordar!

Jefe de Proyecto: (intentando inútilmente que el orangután deje de acariciarle el pelo) -No, me refiero a la memoria de las computadoras, RAM, ROM...

Dueño: (tratando de decidir si el dardo tranquilizante tendría como blanco al orangután o al jefe de proyecto) -No empiece con esa jerga rara que tienen ustedes. Estoy seguro que la mitad del tiempo no dicen nada, y se ríen de nosotros.

El jefe de proyecto suspiró, el orangután interpretó eso como una respuesta a sus requiebros amorosos y lo abrazó desde atrás. El dueño de la gran empresa o banco cerró un ojo, apuntó y disparó. El simio cerró los ojos con expresión pacífica, y se desplomó a los pies del jefe de proyecto formando una especie de gran felpudo marrón-anaranjado. El jefe de proyecto hizo la mejor imitación de la estatua de un jefe de proyecto que ha estado a casi nada de convertirse en el novio de un orangután de 80 kilogramos.

Dueño: (cargando otro dardo en la pistola) -¿Me decía?

Jefe de Proyecto: -Gasrp. Florg. Figggg. Sflash.

Dueño: -Ahí está otra vez esa jerga, mire, jovencito, mejor me lo explica en un idioma que sepamos los dos o se retira.

Jefe de Proyecto: -Buennno...el asunto es que los datos ocupan memoria en...(continúa con una explicación técnica al nivel de un lector de "Mecánica Popular" durante 10 minutos ininterrumpidos. El dueño y los monos se lo quedan mirando con una expresión que puede ser de profundo interés o de coma incipiente).

Dueño: (tratando de escrutar el rostro de los simios para ver si ellos habían entendido algo) -¿Y todo esto tiene alguna importancia porque...?

Jefe de Proyecto: (recordando súbitamente cuál era el resorte que movía el interés de sus clientes) -Es que si ponemos cuatro dígitos en las fechas, tendremos que ampliar la memoria del mainfra... eh...de esa máquina grande que compraron. Y eso significa que el proyecto será más caro.

Dueño: -¡Hubiera empezado por ahí, jovencito! (los monos asienten) -¿Cuánto más caro?

Jefe de proyecto: -Y...calculamos...y es un cálculo preliminar...podría ser un poco más...y depende del tiempo de entrega...eh... más o menos...unos...cinco millones de dólares...(6)

Dueño: (levantando la voz porque los monos empiezan a aullar y agitar los brazos) ¿CINCO MILL...?¿QUÉEEEE? ¿ESTA LOCO? ¿POR DOS NUMERITOS?

Jefe de proyecto: (esquivando las heces de un chimpancé, que había decidido utilizarlas como proyectil) No son "numeritos", es la fecha...debemos pensar en el futuro...si utilizamos dos dígitos puede producirse un colapso cuando se terminen...

Dueño: -Ajá.¿Y cuándo, precisamente, va a suceder eso?

Jefe de proyecto:  A la hora cero del primero de enero del año 2000.

Se produjo un silencio, durante el cual los presentes reflexionaron sobre el asunto. La fecha de la que hablaban estaba en un futuro lejano, casi treinta años. El dueño no se hacía ilusiones de llegar vivo a tan avanzada edad, o al menos no en un estado en el cual le preocupara algo más que tener alguna clase de control sobre sus esfínteres. El jefe de proyecto se imaginó pescando truchas o tocando el banjo o conduciendo un taxi, pero nunca trabajando con computadoras, que todos sabían que eran una moda pasajera. Los monos comenzaron a mordisquear la planta que estaba en una maceta en un rincón del despacho.

Dueño: -Use dos numeritos.

Jefe de proyecto: - Me parece bien.

Monos : -¡¡¡EEEEEKKKKKKK!!!

El dueño, por primera vez en la entrevista, se relajó, y se repantigó en su enorme sillón de cuero negro. Había tomado una decisión que le ahorraría cinco millones de dólares, o al menos le evitaría el gasto. Y las consecuencias de esa decisión, si las hubiera, no le tocarían a él. Era un empresario brillante.
Sonrió. Abrió su boca y mostró dos amplias hileras de dientes brillantes. Un chimpancé lo vio e interpretó el gesto como amenaza, y chillando, se le arrojó encima. El dueño reaccionó rápidamente y le disparó un dardo con su pistola, que se le clavó en el cuello. Al jefe de proyecto.

Mientras el dueño, hombre corpulento y fuerte a pesar de su edad, rodaba por el piso combatiendo a mordiscones con el enfurecido primate, el jefe de proyecto dormía el sueño de los potentemente sedados, tiernamente acurrucado junto a su pretendiente orangután.

Acababan de condenar a la humanidad.


(Continuará)



(1) No subestimen lo arduo de la investigación. En 1999 no había Wikipedia ni blogs, y Google era apenas la competencia de Altavista, a no ser que uno fuera lo suficientemente sofisticado como para usar Webcrawler. Además utilizábamos líneas telefónicas para conectarnos con módems de 56k. Y la única pornografía que había eran fotografías.
(2) Sí, estoy exagerando. No usaban ábacos, sino calculadoras.
(3) Es una broma. Trabajo todos los días con programadores, y muchos de ellos se bañan.
(4) Por lo general yo estoy en esas.
(5) En ocasiones los programadores usaron esas pistolas para tranquilizar a sus clientes.
(6) Sí, en esos años ampliar la memoria de una computadora era carísimo. Entienda que hoy usted tiene más poder de procesamiento en su teléfono celular que el que tenía la computadora a bordo del Apollo11. Y en su computadora de escritorio hay probablemente más memoria que en la del Bank of América en los 70. Y le costó unos ciento de miles de veces más barata. (Todos estos son cálculos aproximados, basados en el hecho de que me da pereza buscar la información exacta).


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