La primera vez que viajé en avión yo era un niño y me pareció la experiencia más maravillosa del mundo. Ahora, luego de décadas y cientos de miles de millas recorridos, la cosa me resulta francamente incordiante. Las esperas en los aeropuertos, las colas para despachar equipaje, las revisiones de seguridad cada vez más incómodas, las cancelaciones, las demoras, todo parece empeorar con el tiempo. Esto tiene como consecuencia que al momento de abordar la aeronave ya estemos cansados, con un humor de los mil demonios, y unas incontenibles ganas de responder con un upper cut al saludo profesionalmente sonriente de la tripulación. Y entonces nos dirigimos hacia el asiento que nos haya tocado en suerte, y lo vemos.
Antes se llamaba primera clase, ahora business o ejecutiva. Supongo que las aerolíneas o los genios de marketing que las asesoran habrán pensado que el hecho de que existiera una primera clase suponía que el resto era de segunda, y a nadie le gusta que le digan eso en la cara. A menos que hubiera una tercera clase, pero los aviones no son tan grandes. El eufemismo que encontraron fue llamar al resto, clase turista o económica.
Cuando entramos al avión por la puerta delantera necesariamente pasamos por la sección de clase ejecutiva, cuyos pasajeros ya están cómodamente sentados (obviamente, ellos abordan antes que todos los demás) inspeccionando los juguetes que les dan para que se entretengan durante el vuelo.
Deberían hacernos pasar por allí con los ojos cerrados, o ponernos una venda, o hacernos entrar al avión por otro lado. Porque luego de ver los asientos anatómicamente diseñados que se reclinan hasta quedar casi horizontales convertidos en una especie de divanes con apoyapiés y soporte lumbar permitiendo al feliz pasajero viajar muy confortablemente, llegar hasta nuestro puesto cuyo respaldo se inclina unos pocos grados y donde las rodillas quedan comprimidas contra el asiento delantero nos provoca una depresión insobornable.
Y eso es solo el principio. Si nos toca sentarnos en una ubicación que permita divisar el territorio de los privilegiados, seremos testigos de diferencias ultrajantes:
Los auriculares tipo plug que nos dan (o en algunos vuelos nos venden) a los proletarios de la clase económica lastiman los oídos y el sonido que proviene de ellos está contaminado por un constante siseo de fondo. En cambio en la clase ejecutiva tienen unos tipo headphone que cubren la oreja por completo y están diseñados para suprimir los ruidos exteriores. Se podría, en teoría, disfrutar de una sinfonía sin que el alarido de un bebé fastidioso nos alterase en lo más mínimo.
Mientras los ratones del fondo apenas si podemos escuchar algunos canales de música medio entrecortada y ver una película en las pantallas generales (si es que se alcanza a divisar algo desde nuestro asiento, incluso al precio de una tortícolis), los aristócratas delanteros tienen a su disposición un verdadero centro multimedia individual, con una pantalla LCD sensible al tacto donde pueden elegir distintas programaciones de películas, series, música y juegos.
La experiencia de comer con cubiertos de plástico en las bandejitas plegables la comida no menos plástica intentando no chocar demasiado los codos con el o los compañeros de asiento, rogando que al pasajero del asiento delantero no se le ocurra mover el respaldo porque puede que una cirujano tenga que extraernos la bandejita del abdomen ya es bastante humillante sin ver al mismo tiempo a los sibaritas de business eligiendo sus alimentos de entre varias posibilidades que les ofrece una carta elegantemente impresa, y cortándolos con cubiertos de verdad al tiempo que secan sus labios con servilletas de tela luego de beber de copas de cristal.
La diferencia entre secciones en un avión existe desde hace años, pero me da la impresión de que se acentúa con el tiempo. A medida que la tecnología permite incorporar más y más cosas a un asiento de avión, el asiento de clase ejecutiva se hace más y más confortable, mientras que el de clase económica no cambia, o tal vez se hace peor. Porque a mí no me engañan, las aerolíneas están configurando los aviones para que tengan cada vez más filas de asientos de turista, es decir que están cada vez más juntos. O eso, o mis piernas se alargan en cada viaje (y mi torso se acorta para compensar, porque mi estatura sigue invariable).
En serio, deberían evitar que los pasajeros del común pudieran ver cómo viajan los que pueden pagar unas tarifas exageradamente caras. Las secciones deberían estar completamente separadas, incluso deberíamos abordar y desembarcar por diferentes puertas. La sección ejecutiva debería ser una especie de mito para quienes nunca viajaron en ella.
De otra manera, si siguen exhibiendo alegremente las ventajas de tener dinero ante una masa de pasajeros irritados, cansados, hambrientos, sedientos, doloridos y mal dormidos, algún día la rebelión será inevitable. Y será sangrienta, sin duda. Recuerden que ningún avión tiene suficientes asientos de primera para acomodar a más del diez por ciento de sus pasajeros.
Buenas noches.
Actualización 03/04/08 : Si les parecía que la cosa no podía empeorar mucho más, vean esto
Antes se llamaba primera clase, ahora business o ejecutiva. Supongo que las aerolíneas o los genios de marketing que las asesoran habrán pensado que el hecho de que existiera una primera clase suponía que el resto era de segunda, y a nadie le gusta que le digan eso en la cara. A menos que hubiera una tercera clase, pero los aviones no son tan grandes. El eufemismo que encontraron fue llamar al resto, clase turista o económica.
Cuando entramos al avión por la puerta delantera necesariamente pasamos por la sección de clase ejecutiva, cuyos pasajeros ya están cómodamente sentados (obviamente, ellos abordan antes que todos los demás) inspeccionando los juguetes que les dan para que se entretengan durante el vuelo.
Deberían hacernos pasar por allí con los ojos cerrados, o ponernos una venda, o hacernos entrar al avión por otro lado. Porque luego de ver los asientos anatómicamente diseñados que se reclinan hasta quedar casi horizontales convertidos en una especie de divanes con apoyapiés y soporte lumbar permitiendo al feliz pasajero viajar muy confortablemente, llegar hasta nuestro puesto cuyo respaldo se inclina unos pocos grados y donde las rodillas quedan comprimidas contra el asiento delantero nos provoca una depresión insobornable.
Y eso es solo el principio. Si nos toca sentarnos en una ubicación que permita divisar el territorio de los privilegiados, seremos testigos de diferencias ultrajantes:
Los auriculares tipo plug que nos dan (o en algunos vuelos nos venden) a los proletarios de la clase económica lastiman los oídos y el sonido que proviene de ellos está contaminado por un constante siseo de fondo. En cambio en la clase ejecutiva tienen unos tipo headphone que cubren la oreja por completo y están diseñados para suprimir los ruidos exteriores. Se podría, en teoría, disfrutar de una sinfonía sin que el alarido de un bebé fastidioso nos alterase en lo más mínimo.
Mientras los ratones del fondo apenas si podemos escuchar algunos canales de música medio entrecortada y ver una película en las pantallas generales (si es que se alcanza a divisar algo desde nuestro asiento, incluso al precio de una tortícolis), los aristócratas delanteros tienen a su disposición un verdadero centro multimedia individual, con una pantalla LCD sensible al tacto donde pueden elegir distintas programaciones de películas, series, música y juegos.
La experiencia de comer con cubiertos de plástico en las bandejitas plegables la comida no menos plástica intentando no chocar demasiado los codos con el o los compañeros de asiento, rogando que al pasajero del asiento delantero no se le ocurra mover el respaldo porque puede que una cirujano tenga que extraernos la bandejita del abdomen ya es bastante humillante sin ver al mismo tiempo a los sibaritas de business eligiendo sus alimentos de entre varias posibilidades que les ofrece una carta elegantemente impresa, y cortándolos con cubiertos de verdad al tiempo que secan sus labios con servilletas de tela luego de beber de copas de cristal.
La diferencia entre secciones en un avión existe desde hace años, pero me da la impresión de que se acentúa con el tiempo. A medida que la tecnología permite incorporar más y más cosas a un asiento de avión, el asiento de clase ejecutiva se hace más y más confortable, mientras que el de clase económica no cambia, o tal vez se hace peor. Porque a mí no me engañan, las aerolíneas están configurando los aviones para que tengan cada vez más filas de asientos de turista, es decir que están cada vez más juntos. O eso, o mis piernas se alargan en cada viaje (y mi torso se acorta para compensar, porque mi estatura sigue invariable).
En serio, deberían evitar que los pasajeros del común pudieran ver cómo viajan los que pueden pagar unas tarifas exageradamente caras. Las secciones deberían estar completamente separadas, incluso deberíamos abordar y desembarcar por diferentes puertas. La sección ejecutiva debería ser una especie de mito para quienes nunca viajaron en ella.
De otra manera, si siguen exhibiendo alegremente las ventajas de tener dinero ante una masa de pasajeros irritados, cansados, hambrientos, sedientos, doloridos y mal dormidos, algún día la rebelión será inevitable. Y será sangrienta, sin duda. Recuerden que ningún avión tiene suficientes asientos de primera para acomodar a más del diez por ciento de sus pasajeros.
Buenas noches.
Actualización 03/04/08 : Si les parecía que la cosa no podía empeorar mucho más, vean esto