Casi todos los que ya hemos dejado atrás nuestras épocas de estudiantes, podemos evocarlas con la nostalgia propia de los recuerdos imperfectos. Dulcificados por el tiempo, esos días se nos presentan como felices por abrumadora mayoría.
No a todos les pasa lo mismo.
Existe un cierto porcentaje de personas que han tenido infancias y adolescencias difíciles. Por su forma de vestir, por su manera de hablar, por tener un apariencia peculiar, por venir de un lugar extraño, por ser muy tranquilos, por ser muy tímidos, por ser muy altos, por ser muy bajitos, por usar anteojos, por bañarse poco, por tartamudear, por ser bizcos, por no poder pronunciar la "erre", por tener mucho acné, por carecer de destreza física, por tener facilidad para las matemáticas, por solitarios, por la razón que fuere, y a veces sin mediar razón alguna, fueron señalados por sus compañeros de clase como blancos de toda broma, desprecio, ritual pavote y consagración de la tarambanez que las hormonas veloces y las neuronas lentas fueron capaces de concebir.
La mayoría de las víctimas logra superarlo, incluso a trompada limpia, y se unen alegres al rebaño para maltratar a otro. Otros simplemente dejan atrás ese asunto al salir de la escuela, hacen nuevos amigos y se convierten en ciudadanos modelo y excelentes padres y madres de familia. Habrá también quienes necesitarán cierto grado de asistencia de parte de la Psicología, la Farmacología o el Código penal.
Pero hay una pequeña minoría que reúne dos cualidades cuya combinación puede resultar letal: Paciencia y Rencor.
Estas personas pasaron la vida buscando el momento de hacerle pagar al mundo lo que les han hecho sufrir. Cada cachetada en la nuca, cada papelito pegado en la espalda, cada empujón, cada fiesta de cumpleaños a la que no fueron invitados, cada niña que no quiso bailar, cada niño que no quiso jugar han sido depositados con toda minuciosidad en su banco de afrentas, y acumulan intereses.
Imagine usted que es acusado falsamente de un delito y cuando tiene que hacer su descargo ante el juez, el magistrado no es otro que el gordito Schmidt, al que en cuarto grado le cantaban la cancioncita de Porky cada vez que la maestra lo llamaba al pizarrón. ¿Cree usted que sus posibilidades de salir libre en ese momento son buenas, teniendo en cuenta que el Juez Schmidt lo acaba de reconocer como al que le bajó los pantalones enfrente de todas las chicas en un recreo? Es una pregunta retórica, usted está frito.
La jirafa Muñoz, que ahora es una mujer espectacular y gerente de un banco tiene ante sí su solicitud de un crédito hipotecario, y mientras toma un sello le pregunta : ¿Te acordás de que en sexto grado yo te escribí una cartita de amor y vos la leíste en frente de toda la clase y todos se reían, y vos eras el que más se reía de todos? ¿Qué cree usted que dice el sello que la Gerente Muñoz está a punto de estampar? No, otra vez es una pregunta retórica, ¿usted es medio lento, verdad? ¿Seguro que en la escuela no le hacían bromas pesadas? No, por nada, por nada.
Los ejemplos citados son muestras al azar de una revancha limitada, ¿pero qué ocurre cuando el apaleado juvenil termina (o ya venía) con un pequeño déficit de caramelos en el frasco? Allí tenemos al tímido oficinista que un día se sube a la terraza con una ametralladora antiaérea, al simpático encargado de edificio que llena el tanque de agua con ácido sulfúrico, al educado vecino al que se le descubrieron trescientos cuarenta y siete cadáveres enterrados en el jardín, todos de pelirrojos. La Historia nos da ejemplos aún más aterradores: el joven austriaco que soñó con ser pintor o arquitecto y de grande en cambio se dedicó a invadir Europa empezando por Polonia, y todo porque en la Escuela de Bellas Artes le dijeron que se dedicara a otra cosa (1), el niño romano al que le pusieron botitas (2) como apodo y al llegar al Senado nombró cónsul a su caballo (no estamos muy seguros de que esto sea muy malo, pero lo mencionamos por pintoresco), el terrible nerd que conquistó el mundo con sus sistemas operativos diseñados para hacernos sufrir(3).
El daño que hemos hecho los que dejamos las aulas hace tiempo ya está hecho. Recibiremos lo que nos toque en castigo, o impartiremos nuestra venganza si es que estuvimos del otro lado. Pero aún podemos minimizar los riesgos de un futuro Armagedón en manos de cuatro ojos Rabufetti, pata de catre Casal o bodoque Gutiérrez. Debemos enseñar a nuestros hijos, sobrinos, a los hijos de nuestros amigos, a las amigas de nuestros hijos y a todo menor que tengamos a mano que es bueno conocer al raro, que hay que invitar a jugar al apestoso, que aunque sea una vez hay que salir con la que tiene anteojos, que las chicas podrían darle un beso al feo, que el gordo no va a ser un buen nueve pero a lo mejor se las arregla en la defensa, que la flaca que se viste toda de negro y es pálida como un cadáver también apreciaría que un día le dijeran una palabra amable.
Sabemos que los muy cabezas de alcornoque no nos van a hacer caso, que van a seguir haciéndole la vida imposible a los que detecte la manada como débiles e indefensos. Bueno, que se la aguanten, cuando pancuca Mazzarpone desate la tercera guerra mundial se van a acordar de nosotros. No va a servir de mucho, pero se van a a acordar.
Buenas noches.
Dedicado a ese compañero del secundario al que todos menos yo molestaban porque decían (yo no) que era morocho y feo, y ahora se hizo político y tiene un puesto en el gobierno desde el cual puede arruinarnos la vida en diez minutos.
(1) Sí, nos referimos a Adolf Hitler. No lo nombramos porque sabemos que hay toda clase de locos buscando "Adolf Hitler" con Google. Y lo que menos queremos es recibir montones de visitas de locos buscando "Adolf Hitler" con Google. Porque Adolf Hitler es uno de esos personajes polémicos que atraen a los locos. Que buscan Adolf Hitler en Internet. Con Google. Por eso no lo nombramos a Adolf Hitler. Porque es polémico. Adolf Hitler.
(2) Calígula. Porque calígula quier decir botitas en ese idioma que hablaban los romanos, que era latín. En este caso no lo nombramos porque nos la queremos dar de cultos. No tiene nada que ver con Adolf Hitler. Calígula tenia lo suyo, pero no era tan desquiciado como Adolf Hitler. O sí, pero no tenemos mucho problema en nombrar a Calígula y sí tenemos problema en hablar de Adolf Hitler.
(3) Bueno, esta ya sabemos quién es, no hace falta aclararlo. Por lo pronto, sabemos que no es Adolf Hitler.