domingo, 23 de septiembre de 2012

Los Premios Bitácoras y la tradición.





Es posible que usted haya notado la presencia de ese botón arriba, a la derecha de la pantalla, debajo de un sugestivo título que dice "¡A VOTAR, BOTARATES!"














Si usted es un antiguo lector de este opúsculo virtual, probablemente ya sepa lo que significa, y esté sacudiendo la cabeza entre incrédulo y resignado.

Si en cambio, usted nos sigue hace poco tiempo, debería contarle de qué se trata. 

Resulta que hay un sitio de Internet que se llama Bitacoras.com, que todos los años organiza un concurso que premia a los blogs en español más destacados, clasificados en varias categorías..
Resulta que la metodología para elegir a los ganadores es una combinación de votación y jurado:  el público vota a los blogs de su preferencia en cada categoría, y  en determinada fecha los tres  más votados de cada una son declarados finalistas y pasan a ser examinados por un jurado que elige a los ganadores.
Resulta que este blog ha participado en este concurso los años  2008, 2009, 2010 y 2011,  y en todas las oportunidades ha llegado a la instancia  final (la terna que debe examinar el jurado).
Resulta que en ninguna de esas oportunidades el jurado ha considerado que este blog merezca premio alguno.

Hasta aquí, los hechos.

Este año no estaba muy entusiasmado por  participar. Es más, anticipándose a mi desgano, los organizadores ni siquiera me habían enviado el correo electrónico de rigor invitándome a la exposición anual de mi autoestima
Pero luego lo pensé mejor, y comprendí que ya se ha establecido un tradición que involucra a este blog y estos premios, que consiste en participar, llegar a la final y nunca ganar, y que no hay ninguna razón válida para romperla (tampoco para mantenerla, pero es más divertido así).

Y en medio de esas reflexiones me llegó el correo de invitación, y como cuando uno quiere hacer algo puede interpretar a su antojo cada cosa que pasa a su alrededor como si fuera una señal de que el universo aprueba su intención, decidí que otra vez vamos a jugar a esto.

Bien, para que eso sea posible necesito sus votos, estimados lectores. ¿Cómo pueden votar? Es sencillo, hacen click en el botón que dice "VOTA AHORA Premios 2012 Bitacoras.com" (arriba, a la derecha de la pantalla, señora, no puede perderse).
Una vez hecho esto, aparece la pantalla con todas las categorías, y si configuré bien el firinduli , en las correspondientes a "Mejor Blog Personal" y Mejor Blog de Humor" debería estar escrita la dirección de este blog, o sea http://buguert.blogspot.com . Si no es así, por favor escríbanla. Sí, pueden copiar y pegar, faltaba más. (Sí, señora, participamos en dos categorías al mismo tiempo. Sí, se puede. No, no es trampa. Que no).
El sistema les va a pedir que se identifiquen. (No, señora, no es que le van a preguntar si usted es la suegra de Estercita, la de la panadería, le van  a pedir un usuario y contraseña). Llegado a este punto, puede suceder que usted ya sea un usuario de Bitacoras.com o tenga cuenta en Twitter o Facebook, y entonces puede votar con cualquiera de esas cuentas. Si no es así, y quiere seguir adelante, bueno, primero tendrá que abrirse una cuenta en alguno de esos tres lugares. (Entenderé si su entusiasmo merma en ese momento, y decide que mejor se va a preparar un sándwich y que al blogger calvo lo vote la suegra de Estercita la de la panadería).

Cada semana los organizadores informan sobre los primeros 50 clasificados de cada categoría, esto ya ha comenzado (o sea que este año encima de todo estoy empezando tarde) y en la categoría "Personal" no figuramos, pero en "Humor", curiosamente, estamos en el puesto 31. 

¿Hasta cuándo pueden votar? Hasta el 9 de noviembre.
¿Cuándo se anuncian los finalistas? El 12 de noviembre.
¿Y los ganadores? El 23 de noviembre, en una ceremonia que se hace en Madrid, porque quienes organizan estos premios son unos señores españoles, no recuerdo si les había contado.

Entonces, amables lectores, agradeciéndoles por adelantado su amabilidad al votar por este blog, me despido con la arenga de rigor: 

¡A VOTAR, BOTARATES!

Buenas noches.



domingo, 12 de agosto de 2012

El Humor en los tiempos de porquería.



Los antiguos lectores de Los Sin-logismos, y algunos de los más nuevos habrán notado que la mayoría de los artículos aquí expuestos tienen un tono intencionalmente humorístico (no, el hecho de que no le hayan provocado la menor gracia a usted no es relevante en este momento, pero gracias por su opinión).

También habrán notado, porque los adivino suspicaces, que no he escrito nada en los últimos dos meses.

No habré de justificar mi ausencia con el relato de tragedias propias, que para ustedes, amables lectores, serán ajenas y por lo tanto, al decir de Oscar Wilde, de una banalidad insoportable. 
Tampoco es que tenga que  justificar nada, ya que a pesar de los esfuerzos desplegados durante los últimos ocho años, no he logrado despertar el interés de nadie al punto de que se mostrara ansioso de pagarme por escribir. De manera que no le debo explicaciones a mi agente, mi editor o mi mecenas, ya que por lo general no voy por la vida excusándome ante personas cuya característica más saliente es la inexistencia.

El hecho es que no he estado escribiendo, y hace poco me pregunté por qué. No es una pregunta superflua, uno siempre debería preguntarse por qué no está haciendo algo que solía disfrutar (a menos, claro, que lo haya reemplazado por algo que disfruta mucho más). Llegué a la conclusión de que simplemente no estaba de humor. Lo cual es completamente absurdo.

Hay una clase de humor para las ocasiones amables, los tiempos alegres, los encuentros festivos. Es un humor que actúa como catalizador para la carcajada, apenas un empujoncito para que ocurra ese estado convulsivo y feliz inundando nuestro cerebro de endorfinas. Son ocasiones en las que una pedorreta puede hacer que literalmente nos revolquemos de risa. No se escribe un humor así, obviamente. 

Pero hay otras épocas en las que el estado de las cosas no invita a la distensión y la chanza superflua, donde la pedorreta se convierte, despojada de contexto, en lo que realmente es, una grosería sin relieve.
Es en esas condiciones que el humor se transforma. Se concentra, se destila, se hace más punzante, y al estar más enfocado deja a oscuras a muchos, pero ilumina con más fuerza a los que se encuentran bajo su potente haz.
En tiempos de porquería, el humor es escudo y lanza, coraza y mosquete, tabla flotando en un naufragio y sofisticada estrategia de superveniencia. 

Me apresuro en aclarar que no estamos aquí hablando de la necesidad de poner al mal tiempo buena cara, ni le asignaremos magia alguna a una liviana actitud positiva. Las catástrofes suceden, los problemas no desaparecen mediante el sencillo trámite de pensar en ellos con optimismo y alegría, y nada cambia el hecho de que al final del camino seremos fagocitados por bichos asquerosos (muchos de los cuales ya están viviendo adentro nuestro, malditos traidores).

Se trata de una actitud completamente diferente. Es una forma de protesta. Es decirle al Universo que ya sabemos lo que nos prepara, y que aún así  no nos dejamos amedrentar. Es una postura,  una declaración.

En ese orden de ideas, no escribir humor porque no se está de humor resulta equivalente a no hacer dieta porque se está demasiado gordo.

Dedicada a aquellos de entre ustedes que aspiran (como yo) a ser esa clase de individuos capaces de improvisar una broma acerca de corbatas y nudos en el preciso momento en que el verdugo les pone la soga al cuello, voy a terminar este artículo con una anécdota personal.

Hace no mucho tiempo, me encontraba cuidando a mi abuela, anciana de 99 años en su lecho de muerte. La veía debatirse con inquietud, mientras murmuraba algunas palabras ininteligibles. Lentamente, las palabras comenzaron a hacerse más claras y audibles: decía, alternativamente, "quiero vivir" y "me quiero morir". Las repetía como un mantra. Vivir, morir, vivir, morir. 
La escena era angustiosa, yo permanecía en silencio y escuchaba.
Vivir, morir, vivir, morir, vivir, morir...
Y en un instante, el silencio. 
Mi abuela abrió los ojos, levantó apenas la cabeza de la almohada, y declaró :

-Pero qué vieja boluda, no sé ni lo que quiero.

A eso me refiero, exactamente.

Buenas noches.


sábado, 16 de junio de 2012

domingo, 10 de junio de 2012

Recuerdos del fin del mundo (cuarta parte)





(Viene de la tercera parte)

Y esperamos.
Y seguimos esperando.
Y esperamos más.
Y cuando perdimos la paciencia, respiramos hondo, miramos hacia el techo, y esperamos todavía más.

Existen fracasos espectaculares, fracasos épicos, fracasos gloriosos e incluso fracasos heroicos.
El nuestro no fue nada de eso.
Sí, fracasamos, pero usted ya lo sabía.
Porque es evidente que si hubiéramos tenido éxito yo estaría demasiado ocupado haciendo lo que sea que los millonarios hacen como para escribir en este blog. Y no , no creo que los millonarios escriban en blogs. A los sumo contratan a tipos como yo para que escriban por ellos. Y no, tampoco me ofrecieron nada de eso.

Es cierto que si bien no tuvimos ni un poquito de éxito podríamos haber fracasado aún más. No vendimos ni una Centurion Card, es cierto, pero tampoco compramos ninguna. Nadie nos contrató una auditoría completa Y2K, pero tampoco subcontratamos a diez auditores a los que tuvimos que pagarles de todas formas. En resumen, perdimos algo de tiempo, algo de autoestima y una pizca de integridad, pero todo eso pudo recuperarse (1). 


EPÍLOGO.


En diciembre de 1999, mi socio y yo ya no éramos consultores independientes. Habíamos sido contratados por una empresa británica que se dedicaba, al desarrollo de software. El proyecto Y2k de esta empresa, con oficinas en varios países, consistía en parte en confiar en la robustez de sus productos, y en parte en esperar y ver qué pasaba.
El 31 de diciembre de ese año, aprovechando la diferencia de horarios, los colegas australianos fueron los primeros en tranquilizarnos señalando que en lo que concernía a nuestros productos no había nada inusual que informar. A las 12 de la noche brindamos con nuestras familias y ni siquiera pensamos en el efecto Y2K.


En todo el planeta fue más o menos igual. 


El primer fin del mundo basado en la ocurrencia de una falla tecnológica había sido evitado, ya sea mediante la laboriosa y sistemática aplicación de elaborados planes o a través de la técnica alternativa de cruzar los dedos y cerrar los ojos (2).


Muchas personas ganaron mucho dinero con el asunto. Yo no fui uno de ellos. Pero no importa, me alegro de que el mundo no se haya terminado precisamente por culpa de personas que se dedican a la informática, porque eso me hubiera dado muy mala reputación en el Infierno.


Y además, tendré mi revancha en el año 2038.

Buenas noches.






(1) En este preciso momento estoy recuperando parte de ese tiempo escribiendo muy rápido.

(2) Pero no es cierto que el efecto Y2k haya pasado desapercibido. El 1ro de enero del año 2000, una ancianita de Tauranga, Nueva Zelandia, quiso retirar 12 dólares neozeladeses de un cajero automático y no pudo hacerlo. La octogenaria mujer comenzó a azotar la máquina con su bastón hasta que llegó la policía y amablemente le indicó que los teléfonos públicos no entregan dinero.





domingo, 3 de junio de 2012

Recuerdos del fin del mundo (tercera parte)



(Viene de la segunda parte)

Con mi socio, nos dedicamos un par de días a evaluar la situación. Pronto, estuvimos de acuerdo en que las grandes empresas y bancos ya se estaban dedicando al problema,  probablemente desde antes de que se hiciera público. Además, no teníamos ni los conocimientos ni los recursos necesarios para encarar un proyecto de consultoría a gran escala (1).

Nuestros clientes, eran, en general, pequeñas empresas y profesionales independientes cuya cultura informática se limitaba a no introducir alimentos adentro del monitor pensando que era un horno de microondas (2). La percepción de estas buenas gentes acerca del problema del año 2000 era entre difusa e inexistente. En otras palabras, no tenían miedo, y esa antipática actitud hacía que se mostraran renuentes a darnos dinero a los consultores informáticos para salvarlos de un peligro inexplicable.

Como la falta de temor puede provenir tanto del conocimiento como de la ignorancia, decidimos combatir la segunda proporcionando el primero. O algo así.
Lo que hicimos fue una especie de boletín informativo que se distribuía vía correo electrónico, que contenía algunas nociones generales de informática, algunas noticias, algún artículo en tono jocoso, y, por supuesto, sutiles referencias al efecto Y2K . No empezamos gritando ¡USTED ESTÁ CONDENADO A PERDER TODAS SUS POSESIONES Y A SOBREVIVIR COMIENDO BICHOS DE LA CORTEZA DE ÁRBOLES PODRIDOS A MENOS QUE NOS PAGUE MUCHO DINERO AHORA MISMO! sino que, lentamente, comenzamos a introducir el tema. Lo que se dice, toda una operación de prensa.

Mientras esperábamos que en nuestros clientes se despertara la curiosidad, que diera paso al interés, para convertirse en preocupación y luego en alarma, estudiábamos las opciones de servicios que podíamos ofrecerles cuando vinieran a golpearnos la puerta dando alaridos y arrancándose el cabello a mechones.
Decidimos centrarnos en los equipos informáticos, es decir las computadoras y servidores, ya que no conocíamos a nadie que estuviera a nuestro alcance que usara software de los 70 que hubiera costado millones de dólares y valiera la pena modernizar. La idea era dar a entender que las computadoras fabricadas antes de 1997 estaban en peligro de fallar más allá de todo arreglo a la hora cero del 1 de enero de 2000, y nosotros podríamos salvarlas.

Una exhaustiva investigación de mercado (3) dio como resultado el hallazgo de dos maravillosos productos que salvarían el futuro de nuestros bienamados clientes al proteger sus valiosos equipos informáticos y el nuestro al proporcionarnos unas ganancias que nos permitirían retirarnos a los cuarenta e irnos a vivir a la Polinesia.

En primer lugar, encontramos el Millenium Bug Fix, un software que aseguraba que analizaba su computadora y luego de correr una serie de pruebas informaba si estaba en peligro de sufrir la muerte por Y2K-itis. El criterio en que se basaba este software para hacer la evaluación era desconocido, y la explicación que tenían en la página web era jerigonza técnica sin ningún significado real, pero las pantallas que se mostraban mientras corrían las pruebas eran sospechosamente parecidas a lo que el público en general está acostumbrado a ver en las películas: algo que está haciendo "cosas" y que muestra barras de progreso que se mueven. Y como broche de oro la presentación del producto tenía una versión en español que había sido traducida por algún sistema automático, resultando en que Millenium Bug Fix se convirtiera en Bicho Milenio Repara. Era estupendo, era irresistiblemente encantador.

El segundo pilar de nuestro futuro imperio económico era la Centurion Card, que no era la exclusiva tarjeta American Express de color negro (4), sino una placa con circuitos impresos, que se colocaba en las computadoras supuestamente para compensar la falla de reloj que habría de producirse en la fecha señalada. Los fabricantes de estas tarjetas también aportaban su granito de arena a la confusión general, diciendo que su artilugio corregía incluso el efecto Croucher-Elkin , (5) llamado de esa manera por los dos estudiantes de la universidad de Wichita del Norte (6) que lo habían descubierto, y que, según ellos ¡podía afectar también a las computadoras fabricadas después de 1997!  

La estrategia era brillante: primero, crear la preocupación por el efecto Y2K. Luego, ofrecer nuestros servicios de consultoría para relevar la situación particular de cada cliente y, gracias al Bicho Milenio Repara, hacer un diagnóstico. Si el Bicho Milenio Repara decía que la computadora estaba en riesgo, venderle la Centurion Card. Si el Bicho Milenio Repara no decía nada, entonces revelarles la existencia de aterrador efecto Croucher-Elkin (7) y de todas maneras venderle la tarjeta. 

Se preguntará usted por qué no ofrecíamos directamente la dichosa tarjeta, si por una razón u otra le íbamos a decir al cliente que tenía que comprarla. 
Es que usted no comprende cómo trabaja un consultor. El objetivo no es venderle una solución. El objetivo es cobrarle por el trabajo que le dará al consultor convencerlo a usted de que tiene que comprar la solución. Y después vendérsela.

Ya habíamos echado las redes. Era cuestión de tiempo, los clientes comenzarían preguntando tímidamente, luego con más insistencia y al final se convertirían en una marea incontenible de pedidos y dinero. Mucho dinero. 

Con un emocionado recuerdo hacia aquellos pioneros del desarrollo de aplicaciones bancarias que habían decidido heredarnos sus problemas y permitirnos hacernos ricos con nuestras soluciones, nos sentamos a esperar.

(Continuará)




(1) Aquello fue un exceso de escrúpulos. A lo largo de los años me he encontrado con muchísima gente que no tiene recursos ni conocimientos y sin embargo encara cualquier proyecto. Los resultados suelen ser entre desastrosos y mediocres, pero se las arreglan para cobrar buen dinero y evitar la cárcel.
(2) Y no es que no lo intentaran.
(3) Sí, escribimos "Y2K ,productos" en un buscador de Internet. Pero no era Google, por eso fue exhaustiva.
(4) Es a la inversa, para obtener esa tarjeta, primero hay que tener el imperio.
(5) No estoy muy seguro del nombre. Pero sonaba parecido. 
(6) Tampoco estoy seguro de que fuera esa Universidad. De los que estoy seguro es de que no era una de las más conocidas.
(7) Que no, que no estoy seguro.

domingo, 27 de mayo de 2012

Recuerdos del fin del mundo (segunda parte)



(Viene de la primera parte)

Similares escenas se produjeron en las oficinas de los dueños, administradores, responsables y chivos expiatorios de las otras grandes empresas y bancos.
Además, en esa época existían muy pocos programadores de computadoras y todos compraban sus anteojos de marco grueso en la misma óptica, de manera que la noticia se esparció rápidamente entre la pintoresca comunidad. El resultado fue que el asunto de las fechas fue resuelto en todas partes siguiendo el criterio general: dos dígitos. Treinta años era muchísimo tiempo, era ridículo pensar que los programas que estaban escribiendo durarían tanto, y lo mejor de todo era que si algo malo sucedía sería problema otras personas.

La gente suele equivocarse al hacer pronósticos, sobre todo a tan largo plazo. Se suponía que a fines del siglo XX deberíamos contar con autos voladores, veredas móviles y robots domésticos. En cambio teníamos teléfonos celulares para avisar que llegaríamos tarde porque estábamos en medio de un tremendo tapón de tránsito. Eso, y software de los setentas.
Porque de alguna manera, como una bacteria especialmente resistente, aquellos programas que habían dejado sin trabajo a cientos de miles de monos en los setentas, habían sobrevivido a mutaciones, mejoras, correcciones y actualizaciones (1), y todo con dos dígitos.

Fue así que durante los primeros meses de 1999, una vez que hube entendido aproximadamente el origen del problema, me dispuse a investigar sobre sus potenciales consecuencias.
Y encontré toda clase de personas que afirmaban toda clase de cosas. Estaban aquellos que decían que volveríamos a la edad de piedra y los que aseguraban en tono conspirativo que todo era una maniobra de la CIA, el FBI, el Ejército de Salvación y los Escribanos Públicos para controlar el mercado mundial de dentaduras postizas. En el medio, estaban las opiniones de los que con un poco más de credibilidad, explicaban que, de no hacerse algo, era muy posible que hubiera dificultades graves en el mundo financiero, en los transportes, las comunicaciones y la producción industrial automatizada.

Cuando uno se encuentra ante un asunto complejo sobre el cual hay mucha información y a la vez mucha ignorancia, lo mejor suele ser juntar la información con la ignorancia y hacer una pasta más o menos digerible para el intelecto. Este es un proceso arduo y trabajoso que implica revisar los datos de los que se dispone, clasificarlos, compararlos, valorarlos y extraer conclusiones, que a su vez deben ser objeto de revisión para asegurarnos de que son el resultado directo de los datos y no de algún prejuicio subyacente o una muestra sesgada.

Por supuesto que no hice nada de eso, el sólo escribirlo ya me causó dolor de cabeza. En su lugar, me puse a imaginar qué podía suceder, como si yo fuera el guionista de una película clase B.
Bien, allí estaba, primer plano del rostro de una ancianita frente a un cajero de banco que le acaba de decir que en su cuenta de ahorros no hay un solo centavo. Otra escena, un operario en una fábrica de muñecas ve pasar por la cinta transportadora un torso plástico con tres piernas (2). Los carteles electrónicos de un aeropuerto empiezan a mostrar la leyenda "DEMORADO" en todos los vuelos. Vista aérea de un embotellamiento enorme, con miles de automovilistas tocando inútilmente sus bocinas. Un operador de bolsa mirando una pantalla y agarrándose la cabeza, mientras detrás de él pasa gente corriendo y tirando papeles. Gente rompiendo vidrieras y llevándose televisores. Un niño de corta edad llorando desconsoladamente sentado en la calle, entonces pasa un elefante y lo aplasta. No, caramba, esa última escena  no. Conseguir un elefante entrenado es carísimo.

Más allá de las escenas eliminadas, el ejercicio me sirvió para darme cuenta de que existía un problema, un problema feo, cuyo alcance no se conocía con exactitud, en el que estaban trabajando muchísimas personas en todo el mundo tanto de los gobiernos como de las empresas, y cuya solución estaba demandando miles y miles de horas hombre y montañas inconmensurables de dinero.

Y entonces entré en pánico, porque por primera vez capté las implicaciones del asunto:
¡Había muchísima gente asustada dispuesta a darle dinero a consultores en informática!
¡Y yo no lo estaba aprovechando!


(Continuará)




(1) La mayoría de los monos también sobrevivieron. Algunos volvieron a la selva, otros se convirtieron en conductores de shows televisivos y una pequeña minoría se unió al enemigo y se dedicó al software de computadoras. Su producto más conocido fue el Windows Millenium.
(2) La muñeca debe ser ligeramente parecida a Barbie, pero no tanto como para que nos quieran cobrar regalías, recuerden que es una película clase B.







sábado, 19 de mayo de 2012

Recuerdos del fin del mundo (primera parte)





Si usted nació después del 1 de enero de 2000, probablemente no sepa lo cerca que estuvo de no existir. Y además es un niño, y no sé qué está haciendo aquí leyendo esto.








Corría el año 1999, más precisamente los primeros meses de ese año, y quien suscribe trabajaba de consultor independiente en el área de informática. 
Uno de mis clientes, como al pasar, me preguntó qué había de cierto en el efecto 2K, y yo le contesté que no se preocupara. El que se preocupó fui yo, porque no tenia la menor idea de qué me estaba hablando.

Más tarde, luego de una ardua investigación en Internet (1) me enteré de qué iba la cosa.

Advertencia: lo que sigue es una versión novelada de lo que realmente sucedió. Si usted es una persona que sabe mucho de la historia de la tecnología, por favor no incordie con los múltiples detalles omitidos o exagerados o inventados. Especialmente con los inventados, que son los mejores.

Resulta que por allá por la década del 70, muchas grandes empresas y bancos comenzaron a pensar que sería buena idea dejar de tener ejércitos de chimpancés y orangutanes provistos de ábacos (2) para llevar sus cuentas. Y los dueños de esas grandes empresas y bancos preguntaron qué estaba de moda, y les respondieron que las computadoras. Y computadoras compraron, que en ese entonces eran unas tremendas máquinas que ocupaban más lugar que un automóvil (pero no las ponían en el garage, porque costaban una fortuna). 

Y después miraron las computadoras y miraron alrededor y vieron que nada cambiaba, y llamaron al proveedor y lo insultaron y le pidieron que les devolvieran la plata, hasta que les explicaron que adentro de las computadoras tenían que poner algo, un software, es decir los programas para hacer las cuentas en lugar de los chimpancés y orangutanes (que para esa altura ya estaban robando material de oficina, en previsión de su inminente despido). 

Y allí fueron los dueños de las grandes empresas y bancos, pensando que más les hubiera valido quedarse con los monos, pero ya estaban metidos en el baile y tenían que bailar. Entonces fue que contrataron a unos señores sumamente curiosos, un poco parecidos a los primates peludos, pero menos higiénicos: los programadores (3).
Los programadores suelen ser personas muy meticulosas, antes de empezar a escribir una sola línea de código pretenden saber qué demonios se espera que hagan. Así que luego de interminables idas, vueltas, y  larguísimas sesiones de diagramación, coordinación, enumeración, información, recapitulación, capacitación y desesperación (4), se dieron una buena idea de lo que un sistema bancario o de gestión empresarial debería hacer.

Ahora bien, es frecuente que durante la etapa de desarrollo de un software cualquiera aparezcan detalles que escaparon al  análisis inicial. Por ejemplo, que los monos atacaran a los programadores. No, estoy bromeando. Eso estaba previsto, todos los programadores cargaban pistolas de dardos tranquilizantes (5).  Pero sí hay ocasiones en las cuales el programador tiene que tomar una decisión, y le parece que es demasiado relevante como para tomarla él mismo y cargar con la responsabilidad. Entonces pregunta . 

En este caso la decisión a tomar era: ¿Cómo registramos las fechas, específicamente el año? ¿Con dos o cuatro dígitos? Es decir, el 1 de enero de 1973 se verá como "01/01/73" o como "01/01/1973"?
Ya sé lo que están pensando. Es una tontería, un detalle cosmético, una fruslería, una insignificancia, una nadería, una minucia. Nadie se muere por tener que escribir cuatro números en vez de dos.
Bien, resultó ser que el detalle era importante. Imaginemos la situación. Un programador se encuentra con ese dilema, y le pregunta al jefe de proyecto. El jefe de proyecto evalúa las diferencias y sus implicaciones, y se da cuenta de que lo mejor es explicarle la cosa al cliente y dejar que él decida. De esa manera siempre podrá defenderse diciendo "usted lo pidió así".

Imaginemos que el siguiente diálogo se produce a principios de los 70 en la oficina del dueño de una gran empresa o banco, entre el jefe de proyecto y el mismísimo mandamás:

Jefe de Proyecto: -Bueeenas...si no está muy ocupado, quisiera hacerle una consulta sobre el Proyecto Alfa.

Dueño: -¿El qué? ¿Quién es usted? ¿Quién lo dejó pasar? (observando que dos orangutanes y un chimpancé aprovechan al puerta abierta para colarse en el despacho).

Jefe de Proyecto: -Soy Smith, de Tecnnical Technology Technicals Inc., somos los que estamos haciendo el software de gestión de la empresa...

Dueño: (quitándole una engrapadora a un orangután) Ah, eso, sí. ¿Qué quiere?

Jefe de Proyecto: -Eeh...vea, tenemos que decidir la cantidad de dígitos en las fechas...

Dueño: (tirándole la engrapadora a un chimpancé que estaba masticando una carpeta). -Los dígitos de....¿qué?

Jefe de Proyecto: -Le pregunto si quiere las fechas con dos o cuatro dígitos para el año.

Dueño: -¿Eh?

Jefe de Proyecto: (un poco incómodo ante la presencia de un orangután especialmente corpulento que empezaba a despiojarlo) -Es que hay dos maneras, usted puede hacer que las fechas sean como  "01/01/73" o como "01/01/1973".

Dueño: ¿Pero qué importa? ¡Cierre la puerta que entran más monos!

Jefe de Proyecto: (más incómodo porque acaba de advertir que en los ojos del orangután que lo está despiojando se advierte un brillo lujurioso) -Está la cuestión de la memoria....

Dueño: (buscando en un cajón su pistola de dardos tranquilizantes) -¡No sea insolente, jovencito! ¡No le pasa nada a mi memoria, es sólo que hay cosas que no vale la pena recordar!

Jefe de Proyecto: (intentando inútilmente que el orangután deje de acariciarle el pelo) -No, me refiero a la memoria de las computadoras, RAM, ROM...

Dueño: (tratando de decidir si el dardo tranquilizante tendría como blanco al orangután o al jefe de proyecto) -No empiece con esa jerga rara que tienen ustedes. Estoy seguro que la mitad del tiempo no dicen nada, y se ríen de nosotros.

El jefe de proyecto suspiró, el orangután interpretó eso como una respuesta a sus requiebros amorosos y lo abrazó desde atrás. El dueño de la gran empresa o banco cerró un ojo, apuntó y disparó. El simio cerró los ojos con expresión pacífica, y se desplomó a los pies del jefe de proyecto formando una especie de gran felpudo marrón-anaranjado. El jefe de proyecto hizo la mejor imitación de la estatua de un jefe de proyecto que ha estado a casi nada de convertirse en el novio de un orangután de 80 kilogramos.

Dueño: (cargando otro dardo en la pistola) -¿Me decía?

Jefe de Proyecto: -Gasrp. Florg. Figggg. Sflash.

Dueño: -Ahí está otra vez esa jerga, mire, jovencito, mejor me lo explica en un idioma que sepamos los dos o se retira.

Jefe de Proyecto: -Buennno...el asunto es que los datos ocupan memoria en...(continúa con una explicación técnica al nivel de un lector de "Mecánica Popular" durante 10 minutos ininterrumpidos. El dueño y los monos se lo quedan mirando con una expresión que puede ser de profundo interés o de coma incipiente).

Dueño: (tratando de escrutar el rostro de los simios para ver si ellos habían entendido algo) -¿Y todo esto tiene alguna importancia porque...?

Jefe de Proyecto: (recordando súbitamente cuál era el resorte que movía el interés de sus clientes) -Es que si ponemos cuatro dígitos en las fechas, tendremos que ampliar la memoria del mainfra... eh...de esa máquina grande que compraron. Y eso significa que el proyecto será más caro.

Dueño: -¡Hubiera empezado por ahí, jovencito! (los monos asienten) -¿Cuánto más caro?

Jefe de proyecto: -Y...calculamos...y es un cálculo preliminar...podría ser un poco más...y depende del tiempo de entrega...eh... más o menos...unos...cinco millones de dólares...(6)

Dueño: (levantando la voz porque los monos empiezan a aullar y agitar los brazos) ¿CINCO MILL...?¿QUÉEEEE? ¿ESTA LOCO? ¿POR DOS NUMERITOS?

Jefe de proyecto: (esquivando las heces de un chimpancé, que había decidido utilizarlas como proyectil) No son "numeritos", es la fecha...debemos pensar en el futuro...si utilizamos dos dígitos puede producirse un colapso cuando se terminen...

Dueño: -Ajá.¿Y cuándo, precisamente, va a suceder eso?

Jefe de proyecto:  A la hora cero del primero de enero del año 2000.

Se produjo un silencio, durante el cual los presentes reflexionaron sobre el asunto. La fecha de la que hablaban estaba en un futuro lejano, casi treinta años. El dueño no se hacía ilusiones de llegar vivo a tan avanzada edad, o al menos no en un estado en el cual le preocupara algo más que tener alguna clase de control sobre sus esfínteres. El jefe de proyecto se imaginó pescando truchas o tocando el banjo o conduciendo un taxi, pero nunca trabajando con computadoras, que todos sabían que eran una moda pasajera. Los monos comenzaron a mordisquear la planta que estaba en una maceta en un rincón del despacho.

Dueño: -Use dos numeritos.

Jefe de proyecto: - Me parece bien.

Monos : -¡¡¡EEEEEKKKKKKK!!!

El dueño, por primera vez en la entrevista, se relajó, y se repantigó en su enorme sillón de cuero negro. Había tomado una decisión que le ahorraría cinco millones de dólares, o al menos le evitaría el gasto. Y las consecuencias de esa decisión, si las hubiera, no le tocarían a él. Era un empresario brillante.
Sonrió. Abrió su boca y mostró dos amplias hileras de dientes brillantes. Un chimpancé lo vio e interpretó el gesto como amenaza, y chillando, se le arrojó encima. El dueño reaccionó rápidamente y le disparó un dardo con su pistola, que se le clavó en el cuello. Al jefe de proyecto.

Mientras el dueño, hombre corpulento y fuerte a pesar de su edad, rodaba por el piso combatiendo a mordiscones con el enfurecido primate, el jefe de proyecto dormía el sueño de los potentemente sedados, tiernamente acurrucado junto a su pretendiente orangután.

Acababan de condenar a la humanidad.


(Continuará)



(1) No subestimen lo arduo de la investigación. En 1999 no había Wikipedia ni blogs, y Google era apenas la competencia de Altavista, a no ser que uno fuera lo suficientemente sofisticado como para usar Webcrawler. Además utilizábamos líneas telefónicas para conectarnos con módems de 56k. Y la única pornografía que había eran fotografías.
(2) Sí, estoy exagerando. No usaban ábacos, sino calculadoras.
(3) Es una broma. Trabajo todos los días con programadores, y muchos de ellos se bañan.
(4) Por lo general yo estoy en esas.
(5) En ocasiones los programadores usaron esas pistolas para tranquilizar a sus clientes.
(6) Sí, en esos años ampliar la memoria de una computadora era carísimo. Entienda que hoy usted tiene más poder de procesamiento en su teléfono celular que el que tenía la computadora a bordo del Apollo11. Y en su computadora de escritorio hay probablemente más memoria que en la del Bank of América en los 70. Y le costó unos ciento de miles de veces más barata. (Todos estos son cálculos aproximados, basados en el hecho de que me da pereza buscar la información exacta).


martes, 8 de mayo de 2012

Ocho

Me puse minimalista.
A ver quién deduce.

Buenas noches.

lunes, 2 de abril de 2012

Estimado idiota

Estimado idiota, debo felicitarlo por el automóvil que posee, o al menos conduce. Es sin duda alguna un ejemplo de diseño y tecnología, una máquina bellísima, una pieza representativa del estado de arte en la industria automotriz.
He podido apreciar con todo detalle las finas y elegantes líneas de su parte frontal, el modo en el que las luces delanteras se integran al resto de la carrocería dándole un aspecto a la vez sobrio y deportivo, que combina magistralmente lo clásico y lo moderno.
También he experimentado el poderoso efecto de esas luces de xenon, con su característico tono azulado, que por un momento me hicieron sentir que una nave extraterrestre estaba aterrizando a mis espaldas con inextricables intenciones.
Y qué decir de la bocina, esa astuta combinación de frecuencias sonoras que podrían perfectamente sacar de su estado al infortunado que sufriera una crisis catatónica, y hubieran convertido las murallas de Jericó en papilla sin necesidad de andar soplando trompeta alguna.

No me interesa si para conseguir semejante vehículo usted ha trabajado duro, se lo ha ganado en un sorteo o ha estafado a una ancianita. Eso es un problema entre usted, su conciencia y el Código Penal, si acaso.

El asunto es que he podido evaluar en toda su magnificencia las características visibles de su bólido porque usted lo situó muy cerca de mi humilde medio de transporte. Y eso ha ocurrido mientras ambos nos desplazábamos a cierta velocidad en una autopista.

Verá, por alguna razón, yo respeto las velocidades máximas en las vías de tránsito. Y en esa autopista en particular, la máxima es de 130 kilómetros por hora. Bastante respetable, por cierto.

Ah, pero no para usted, estimado idiota.

Porque mientras yo circulaba con mi modesto automóvil precisamente a esa velocidad, usted, montado en su majestuoso alarde automotriz se acercó rápidamente por detrás hasta dejar entre nuestras unidades una distancia tan exigua que apenas alcanzaba para que pasara un lenguado de perfil. Y esto, le recuerdo, a 130 kilómetros por hora. 

Ahora bien, estimado idiota, debo informarle que una máquina de más de una tonelada de masa lanzada a esa velocidad está, como todo cuerpo, sometido a las incontestables leyes de la Física. (Lo estaría incluso cuando estuviera detenida, pero ahora mismo eso no viene al caso). Y que, merced a esas leyes, pasar del movimiento rectilíneo uniforme al reposo requiere grandes cantidades de energía, la misma que ha sido utilizada para llevarla a la velocidad que tan ufanamente ostentaba en aquel momento. Oh, lo lamento, probablemente esté expresándome en un lenguaje muy elevado para usted. Intentaré compensarlo escribiendo despacito. En términos simples, para que un idiota pueda comprenderlos, le diré que a 130 kilómetros por hora, frenar es una asunto complicado y tarda un poquito, tanto que hasta lograrlo su poderoso automóvil alemán se desplazará unos 200 metros, aproximadamente. 

Ah, pero los automóviles modestos como el mío también se hayan sujetos a las universales leyes de la inercia, que no hacen distinción alguna entre calidades y diseños de las masas involucradas. 
Por lo tanto, si por alguna razón inesperada (que se cruzara un proxicáptor por el camino, que me diera un espasmo en el pie del freno por un súbito ataque de tétanos, que un helicóptero se estrellara delante nuestro,  que surgiera de la tierra un trípode como los de La Guerra de los Mundos, elija usted su propia emergencia) yo tuviera que hacer una maniobra brusca, el efecto inmediato sería una virtual fusión en frío entre su impecable coche y mi vieja cafetera. Ah, caramba, lo he hecho otra vez, disculpe: quiero decir que si yo tuviera que frenar usted me chocaría desde atrás violentamente, porque no tendría tiempo de reaccionar ni esquivarme, y el resultado más probable es que los dos saliéramos en los noticieros en medio de un amasijo de acero, plástico, vísceras, elegantes tapizados de cuero y vidrios laminados.

Por si todavía no entiende hacia dónde apunto, estimado idiota, lo que quiero decirle es que su conducta en la autopista, colocando su automóvil a escasos centímetros del mío cuando ambos nos movíamos a una velocidad ciertamente delicada, es completamente irresponsable y estúpída.

Sospecho que lo de la irresponsabilidad es una causa perdida, así que no insistiré en eso. Concentrémonos en lo estúpido de su proceder, estimado idiota.

Partamos de la base de que usted, al arriesgar así su vida (que no me importa) y la mía (que sí me importa, es que es la única que tengo y encima la tengo desde que nací, así que no puedo evitar tenerle algo de cariño) lo que intenta hacer es llegar más rápido a algún lado. Estupendo. 
Sin importar si su destino final era el Canal de Panamá o el centro comercial más próximo, el hecho es que el tramo de autopista que usted y yo compartimos tiene como máximo unos 25 kilómetros de longitud.
Hagamos algunas cuentas.
A 60 kilómetros por hora, usted tardaría 25 minutos en recorrer 25 kilómetros. Un escándalo, su tiempo vale oro, ni hablar.
A 100 kilómetros por hora, en cambio, tardará 15 minutos, y la cosa va tomando otro color.
A 130 kilómetros por hora, el tiempo que le llevaría recorrer 25 kilómetros es un poco menos de 12 minutos.
Notará, estimado idiota, que entre ir a 100  e ir a 130 ya no hay tanta diferencia. Apenas 3 minutos.

Pero a usted no le alcanzaban 130 kilómetros por hora. Usted quería, necesitaba, anhelaba más. Y furiosamente encendía y apagaba luces y hacía gestos y hacía sonar su estridente bocina. ¿Y que ganaba con eso? Veamos.

Circulando a  150 kilómetros por hora en vez de 130, se ahorra unos 2 minutos.
A 180 kilómetros por hora, se ahorra unos 4 minutos y 20 segundos.
A 300 kilómetros por hora, se ahorra 7 minutos.

¿Se da cuenta? Aunque usted pudiera ir a 300 kilómetros por hora sin matarse ni matar a otros, sólo se ahorraría 7 minutos respecto a lo que tardaría respetando la velocidades máximas permitidas.

Pero supongamos que usted no es estúpido. La otra posibilidad es que usted sea un adicto a la adrenalina. Entonces le sugiero que se busque una actividad tan emocionante como lanzarse a grandes velocidades por autopistas, pero que involucre a menos gente en caso de salir algo mal. Puede usted hacerse aficionado al bangee jumping o al paracaidismo, puede hacerse unos tajos por todo el cuerpo y lanzarse a nadar entre tiburones, puede cazar jabalíes a mordiscos, intentar atrapar balas con los dientes o someterse voluntariamente a una auditoría integral de los muchachos del fisco. Yo lo aplaudiré, porque soy partidario de que cada uno se mate como mejor le parezca, siempre que haga de ese acto algo estrictamente individual.

Y para finalizar, estimado idiota, si ninguno de mis argumentos lo han convencido, si nada de lo que le he explicado ha logrado penetrar la dura coraza de estulticia que lo recubre y lo protege de las nociones, simplemente espero que usted y yo no nos encontremos en el Infierno. Porque le aseguro que moveré influencias, haré méritos, sobornaré demonios o haré lo que sea que tenga que hacer para agregar a los tormentos que tenga usted asignados en virtud de las imbecilidades cometidas en esta vida, algunos de mi propia creación. Y recuerde, tendré toda una eternidad para diseñarlos.

Buenas noches.










sábado, 17 de marzo de 2012

Manual de Supervivencia del Soltero Urbano: Capítulo 5

Normalmente no hago caso a los pedidos de los amables lectores cuando se refieren a los temas que yo debería abordar en este opúsculo. No anima esta actitud soberbia alguna, sucede que tales pedidos se caracterizan por una cualidad que los convierte en inoperantes: su inexistencia. Sin embargo, hace unos días recibí por correo electrónico una solicitud que reúne en su constitución todo lo necesario para ser tenida en cuenta: es. Esto es para usted, querido lector.


Ponemos a consideración de los amables lectores un nuevo capítulo de esta guía destinada a que los jóvenes deseosos de abandonar el nido paterno puedan desplegar sus alas sin estrellarse contra la primera pared que se les cruce.

Hasta el momento, hemos tocado diversos tópicos en anteriores entregas:


Hoy habremos de considerar un aspecto de la vida del SU que suele ser ignorado completamente hasta que su propia dinámica lo hace insoslayable.

Nos referimos a la limpieza del hábitat.

El SU promedio acaba de abandonar un alojamiento de cuyo funcionamiento desconoce casi todo. Para él , siempre han sido operaciones misteriosas y ocultas aquellas mediante las cuales la comida aparecía en la mesa, la ropa se acomodaba en sus estantes y las habitaciones, baños y todas las estancias que componían el establecimiento se encontraban en un estado de higiene notable. 
Cuando, instalado en su departamento, el SU comienza a notar que ninguna de esas cosas sucede automáticamente, al principio sospecha que su vivienda está defectuosa. 
En algún momento, sin embargo, ya sea por deducción, ensayo y error, o porque otros SUs con más experiencia lo instruyen, comprenderá que todas esas tareas forman parte de la interminable lucha  del hombre contra la entropía, y requieren por lo tanto ser repetidas periódicamente con el consiguiente gasto energético.

Para los aspirantes a SU que no interpreten el lenguaje de las ciencias, podemos resumir la situación en las siguientes palabras: para que algo permanezca limpio, hay que limpiarlo de vez en cuando.

Ahora bien, un SU sin experiencia puede pensar que el modo en que vive, ahora que no tiene a nadie controlándolo, es su problema, y si quiere retozar entre hedores, desperdicios y superficies pringosas, nadie habrá de impedírselo. 
Hay una multitud de buenos argumentos para rebatir esta suerte de independencia mugrosa, desde sanitarios hasta legales (recuerde que el SU es por definición, un inquilino), pero apelaremos a uno de fundamental relevancia: a las mujeres no suele gustarles la cochambre. (Piense, estimado aspirante a SU, sobre las derivaciones de la afirmación anterior. Tómese su tiempo. ¿Ya está? Sí, nos referimos precisamente a eso).

Ya que hemos establecido la conveniencia de mantener cierto grado de higiene en el entorno del SU, podemos enfocarnos en los aspectos prácticos de la cuestión. Estimado aspirante a SU, siga estos consejos, nacidos de la pura experiencia:

  • Usted puede hacer su propia limpieza. Un SU promedio no habita en grandes superficies, de manera que no le llevará demasiado tiempo ni esfuerzo.
  • El secreto consiste en determinar la periodicidad de la labor. Las operaciones demasiado separadas en el tiempo harán que cada una sea más trabajosa debido a la proverbial costumbre que tiene la suciedad de penetrar, acumularse, incrustarse y diseminarse; un ciclo demasiado corto significará un desperdicio de recursos valiosos.
  • Según nuestra experiencia, una limpieza semanal evita el brote de la mayoría de las enfermedades infecciosas, mantiene a raya a casi todas las alimañas conocidas e impide la aparición de especies vegetales en alfombras y rincones.
  • Un principio fundamental de la limpieza es evitar en lo posible la acumulación. No deje que se acumulen ropa sucia, restos de comida, cadáveres o indigentes.
  • Las alfombras poseen una proverbial simpatía con la mugre. Si posee alfombras, ocúpese de ellas con frecuencia, adquiera una aspiradora y úsela. Las alfombras son superficies muy dúctiles, si se encuentran en buenas condiciones. Confíe en nuestra experiencia.
  • Si en algún momento duda sobre la necesidad de asear su habitáculo, haga la prueba de la inspiración: salga del departamento durante quince o más minutos, luego regrese, abra la puerta e inspire fuertemente el aire interior. Si sus ojos comienzan a lagrimear, siente mareos o náuseas, pierde momentáneamente la visión, sufre de alucinaciones o se le caen las cejas, es posible que una acción urgente de saneamiento sea necesaria.
  • Tenga en mente la limpieza cada vez que piense en incorporar un mueble a la dotación de su vivienda de SU. Recuerde que los muebles atesoran cochambre. Manténgase minimalista.
Una recomendación final.

Es posible que luego de algún tiempo, usted, estimado aspirante a SU, goce de alguna mejora en sus finanzas, y esté en condiciones de delegar las tareas de aseo en personas especializadas. No nos oponemos a esta mejora en su nivel de vida, un SU no es menos SU porque no friegue sus propios pisos. 
Pero recuerde: nunca, jamás, por ninguna razón, en ninguna ocasión, en ninguna circunstancia contrate personal de limpieza que a su vez trabaje en casa de madres, novias, madres de novias, ex novias, amigas de novias, amantes, amigas de amantes, novias de amigos, esposas de amigos, compañeras de trabajo, y en general toda mujer que tenga un grado de relación con usted tal que conozca su nombre y su rostro. 
Una vez más, confíe en nuestra experiencia.

Buenas noches.



martes, 14 de febrero de 2012

Sólo otra gran conspiración.





Si usted, estimado lector, es amante de la Literatura, probablemente haya incursionado en los clásicos, desde Cervantes hasta Dostoievsky, pasando por Tolstói, Flaubert, Shakespeare y Bugman. (Bueno, era un chiste, qué carácter, caramba).

Sospecho con cierto fundamento que usted es hispanoparlante al igual que yo, y que, al menos en ciertos casos, recurre a las traducciones porque se le complica un poco interpretar cosas como " Говорят что русский язык сложный . (Pero aún si usted ha podido leer eso que acabo de escribir, abandone la sonrisita perdonavidas que está ejerciendo en este momento, porque eso no lo salva de ser otra víctima de una espantosa conspiración. Sí, otra más. Me ocuparé de usted más adelante). 

Quienes dominamos un idioma y tal vez chapuceamos en uno o dos más, decía, leemos traducciones. En otras palabras, leemos la versión de una persona sobre lo que escribió otra. Por más que el traductor ponga en su tarea todo el oficio y el cariño de que disponga, siempre existe la sombra de una duda sobre la fidelidad del texto traducido. ¿Cómo se logra captar la sutileza de un juego de palabras, de un énfasis casi imperceptible, de la carga cultural que lleva un palabra que tal vez ni siquiera exista en otro idioma? Los traductores suelen disculparse por estas insolvencias en las "N del T" (nota del traductor) al pie de página. 

Pero olvidémonos de estas dificultades por un momento, después de todo las traducciones nos aproximan razonablemente a una obra original, y existen traducciones muy buenas, quién sabe si algunos clásicos no fueron mejorados en las versiones que conocemos.

Ése es el asunto. Quién sabe.

¿Estamos seguros de que Crimen y Castigo es una novela psicológica sobre el bien, el mal, el arrepentimiento? ¿Podemos afirmar que Guerra y Paz narra las vivencias de muchos personajes a lo largo de varias décadas de la historia rusa? ¿Será realmente buena la poesía de Tomas Tranströmer, último Premio Nobel de Literatura? ¿Es más, será realmente poesía?

No, no lo es. No lo son. Esa es la conspiración.

Los rusos, los suecos, los chinos, los japoneses, los islandeses, y en general todos los que utilizan idiomas difíciles nos han hecho creer que sus autores nacionales son grandes maestros de la Literatura Universal, que han producido obras inolvidables, importantes, conmovedoras, fundamentales. Pero la verdad es que se ríen de nosotros, que nos postramos ante colecciones de chistes fáciles, recetas de borsch y manuales de aspiradoras, sin sospecharlo. 

Ha sido un trabajo arduo, sin dudas. Hizo falta que todos se pusieran de acuerdo, y luego, en una segunda fase, sobornaran, amenazaran o convencieran de algún modo a todos los traductores del mundo para que escribieran las versiones que sí parecen buena literatura. (Probablemente un traductor genial lo hizo la primera vez, y luego todos copiaron, más o menos).

Ya lo sabe, estimado lector. Se estuvieron burlando de usted todo el tiempo. Los Hermanos Karamazov es en realidad el inventario de un ferretería en Minsk. La novela de Genji es un instructivo sobre el cultivo de cerezos, y El Don Apacible una composición escrita por un alumno de una escuela primaria de Ekaterinburgo cuyo tema era "qué hice en mis vacaciones".

No, no me olvidé de usted, lector políglota que aún sigue sonriendo socarronamente. Sí, claro, usted leyó las obras en idioma original y puede asegurar que nada de lo que digo es cierto. Le tengo malas noticias : usted leyó en idioma original, pero no las obras originales. O acaso piensa que una conspiración tan gigantesca iba a dejar librado al azar el pequeño detalle de que algún entusiasta como usted pudiera aprender idiomas. Es claro que lo que usted leyó es lo mismo que escribió el primer traductor (que en realidad no tradujo nada, escribió la obra completa), traducido al idioma original (que en realidad no es el idioma original, porque no es la misma obra que...bueno, ustedes entienden, o al menos son capaces de ejercer una simulación de entendimiento).

¿No me cree? Allá usted. Pero le recomiendo que la próxima vez que visite alguno de estos países que tantos autores consagrados han dado al mundo, se tome el trabajo de pasar por alguna casa donde supuestamente vivió y escribió alguno de esos autores. Vea la placa recordatoria, imagínese si desea al prosista o al poeta encorvado sobre su mesa, rasgando con su pluma el papel a la luz de una vela. 

Pero sobre todo, vea a los habitantes locales. Escrute sus miradas cuando usted se emocione al tocar la silla donde se sentaba el mismísimo Shólojov. 

Y perciba la chispa inconfundible de quien se sabe parte de una burla magistral.

Buenas noches.


domingo, 22 de enero de 2012

Al Vuelo XI

Para los que no lo sepan y para recordárselo a los que sí lo sabían pero parecen haberlo olvidado, aquellos artículos que llevan por título "Al Vuelo" seguido de un número romano, son los que escribo sin tener ningún tema en mente, porque aunque no lo crean el resto de los artículos sí los escribo pensando en un asunto en particular.

Si fuera español diría que estos artículos son para escribir lo que "me sale de los cojones", pero como no soy español no puedo decir eso sin sentirme un tanto ridículo. Es una pena, porque los españoles tiene algunas expresiones que me gustan mucho. "Flipar en colorines", por ejemplo. Que significa "alucinar", pero en buen rollo. Digo, de buena manera. O por lo menos eso interpreté, que estos españoles está un poco majaretas, también. Jolines.

Mi vecino tiene un gato. En realidad, tiene dos. Uno de ellos es siamés, y cuando llego de trabajar suele estar acostado en el frente de la casa del vecino y al verme cruza la calle para saludarme. Me refiero al gato. El vecino me saluda de lejos. Y el gato viene y se echa panza arriba para que lo rasque, lo cual es un poco raro, porque por lo general los gatos no se ponen panza arriba para que los rasquen. Y yo lo rasco, y el gato ronronea como un motor a explosión particularmente bien afinado, y si yo me siento en el suelo el gato salta a mi regazo y se acomoda allí, con toda confianza. 

Desconozco qué es lo que yo tengo para caerle tan bien a este gato en especial. Nunca he tenido gato propio, y es toda una novedad para mí hacerme tan amigo de un gato ajeno. No, no trabajo en una envasadora de sardinas. Tampoco le he ofrecido nunca comida alguna a mi felino amigo. Es todo un misterio para mí. Digo, con las personas me pasa igual, no tengo idea de por qué alguien pueda querer pasar un solo minuto conmigo, pero ese enigma ya lo he clasificado como "sin respuesta posible".

Hace un rato me puse a arreglar el soporte para auto del teléfono celular. Tiene una abrazadera para sujetarlo, que se libera con una palanquita, y eso se había trabado, entonces no tenia demasiada utilidad. Así que, lleno de orgullo y bizarría, lo desarmé, esperé que todos los resortes que suelen tener estos firundulis adentro terminaran de saltar de golpe y meterse en rincones oscuros e inaccesibles, escuché como el tornillo más pequeñito caía al suelo y quedaba fuera de mi vista, rompí dos o tres encastres plásticos, comprendía aproximadamente cuál era el desperfecto que convertía al útil artilugio en un montón de plástico de formas caprichosas, y solucionado este, procedí al rearmado.

Esta experiencia, sumada a muchas otras que he tenido a lo largo de mi vida de desarmador de cosas, me llevan a la inevitable conclusión de que soy muy bueno para agarrar cualquier ingenio que conste de muchas piezas e identificar aquellas que son superfluas. Luego de desarmar y volver a armar el artefacto en cuestión, esas partes inútiles, cuya eliminación ahorraría a diversas industrias miles de zillones de dólares y probablemente detendría el cambio climático, salvaría a las ballenas y causaría la mudez perpetua de Ricardo Arjona, quedan invariablemente en la mesa o escritorio donde estuve trabajando, debajo del papel más cercano.

Buenas noches.

martes, 27 de diciembre de 2011

El Sin-logista



Algunos de ustedes se han estado preguntando por qué mi ritmo de publicaciones ha bajado tan drásticamente en los últimos tiempos. He aquí la explicación.



No se ha tratado de las causas habituales : mucho trabajo, poca inspiración, viajes, falta de conexión a Internet, abducción alienígena. Esta vez es una historia diferente.

Todo comenzó hace unos cinco meses, cuando recibí un mensaje de correo electrónico de parte de una importante editorial que decía que querían contactarme con referencia a este blog. 
Verán, con cierta periodicidad recibo ofertas para poner publicidad en este espacio, o de hacer intercambio de enlaces con "la más importante red de lo que sea en donde sea", o de escribir por moneditas algún artículo  para alguna empresa, todas cosas que no valen en dinero ni en placer el tiempo que debería invertir en ellas. 

Así que casi sin pensarlo envié ese mensaje al olvido, y continué con mi vida.

Dos días después el mensaje regresó, pero con otra redacción, y el firmante actual parecía tener mayor jerarquía que el anterior. Me tomé esta vez la molestia de verificar la existencia de la importante editorial. Todo parecía auténtico. 
Contesté. No perdía nada más que tiempo, y la verdad es que lo suelo perder a montones, así que un poco más no importaba.

Y sucedió que después de varios intercambios epistolares electrónicos, un llamado telefónico y un par de consultas con un amigo leguleyo, me encontré en las oficinas de la importante editorial firmando un contrato para publicar un libro. Sí. Un libro. El libro de Los Sin-logismos de Bugman.

Los meses que siguieron a la firma fueron bastante intensos, hubo que elegir los artículos que se publicarían, pulir algunas partes, agregar otras, eliminar algunas referencias temporales, corregir, y, lo más importante, escribir doce artículos nuevos que nunca fueron (ni podrán ser) publicados aquí. Fue una experiencia nueva, eso de escribir a pedido, nunca me había pasado que, por ejemplo, me hicieran reescribir completamente algo que para mí estaba, bueno...bastante bien.

Esa etapa ya terminó. El libro ya está escrito, corregido y listo para impresión. Falta definir el arte de tapa, (la imagen que ilustra este artículo es, justamente, ilustrativa) pero es casi seguro que contendrá una fotografía mía haciendo el gesto de la ceja levantada, porque me hicieron ir a un estudio donde me registraron con cámaras unas quinientas veces.(La ceja me quedó acalambrada, por un momento pensé que nunca más podría bajarla)

La idea original era lanzar el libro (una tirada pequeña, de doscientos ejemplares, se ve que tanta pero tanta fe no me tiene la importante editorial) para fin de año, aprovechando que la gente se lleva algo que leer a la playa, y que, vamos a admitirlo, esto es lectura liviana, pero las cosas se retrasaron y no creo que esté en las librerías antes del mes de febrero.

Se suponía que yo no debía decir nada hasta una semana antes del lanzamiento, pero esta era una noticia parecida a tener en la mano una granada sin espoleta, si no la soltaba explotaba. Yo, explotaba.
Los muchachos de la importante editorial me dejaron darles la primicia. Con tal de que no publicara el nombre de la importante editorial, ni la tapa del libro (cosa que no puedo hacer porque todavía no me la mostraron, señores de la importante editorial).

Bien, ya saben por qué no estuve escribiendo aquí, es porque estuve escribiendo allá. Como loco, estuve escribiendo. Un libro. ¡Estuve escribiendo un libro! Que va a salir en un mes y medio, más o menos. ¿Lo van a comprar? ¿Eh? Tiene lo mejor de Los Sin-logismos de Bugman, corregido y aumentado, más doce ¡doce! artículos inéditos. No, todavía no está decidido el precio de tapa. No, no les voy a contar cuál fue el arreglo económico con la importante editorial. Sí, si quieren les dedico su ejemplar, faltaba más.

Se va a llamar "El Sin-logista"

Buenas noches.


domingo, 18 de diciembre de 2011

Erre con erre (y cuatro)


El primero en responder fue el señor de generoso tonelaje. Y por su respuesta, pude deducir dos cosas, a saber:
a) El coche comedor se encontraba en una posición elevada.
b) El caballero me confundía con un horticultor extranjero, presumiblemente italiano.

Porque, en efecto, lo que dijo el abultado varón fue : El comedor te lo voy a bajar yo, gringo dell'orto.(*)
Inmediatamente la señora de aspecto severo se puso a recriminarle una supuesta actitud incivil para con el extranjero que nos visitaba (que vendría a ser yo) y a hacer una encendida defensa de la actividad turística y sus ventajas para el país anfitrión. Mientras tanto, la señorita aprisionada profería una risita nerviosa.

Me pareció que la conversación llegaba a un punto muerto, de manera que aprovechando otra exhalación avinagrada me paré y, anunciando que pronto volvería, me dispuse a localizar el bendito comedor por mis propios medios.

Recorrí, no sin dificultad, debido a que había numerosos pasajeros  viajaban parados (unas condiciones de viaje a todas luces inaceptables, pero curiosamente nadie se veía alterado ni disconforme) toda la formación, y no encontré lugar alguno donde sirvieran comidas, es más, tampoco transportaba mesas este convoy.
Luego recordé que, según mi experiencia, algunos trenes, seguramente en aras de optimizar la cantidad de pasajeros transportados, no destinan ningún espacio especial para comer, sino que proveen un servicio de sándwiches y bebidas que un empleado transporta en un carrito y va ofreciendo a los viajeros en sus propios asientos. Ah, el caballero robusto me había jugado una broma, y yo había caído como si realmente fuera un campesino de la Toscana.

Volví a mi puesto con la intención de saludar la humorada, y para mi sorpresa lo encontré ocupado por otra persona, en este caso un jovencito que llevaba ropas demasiado grandes para su talla y coronaba su testa con una gorrita como la que usan los jugadores de baseball.
Procurando no hacerlo sentir incómodo por la confusión, le expliqué que ese era mi lugar, y les pregunté a mis otros compañeros de travesía si habían prevenido al recién llegado de la circunstancia.

Con la cadencia propia de un pizzicatto, el joven de ropa holgada y gorrita me contestó algo que yo interpreté como la sugerencia de dirigirme hacia otro lugar en forma perentoria. Me dijo : Rajá, pelado. No encontré apoyo a mi reclamo de pertenencia en ninguno de mis ya antiguos colegas de travesía: la señora de aspecto severo miraba con nerviosismo por la ventana, súbitamente interesada en la vegetación urbana, la señorita comprimida había descubierto su vocación por escudriñar el piso y el señor rollizo soltó una salva de eructos para festejar la ocurrencia del jovencito.

Suele decirse que ignorar la injusticia cometida contra uno es la forma más elegante de la soberbia, y con un poco de soberbia, un poco de elegancia y un poco de mareo debido a los efluvios que el sonoro y gutural homenaje había esparcido en el ambiente, seguí la sugerencia del muchacho de gorrita.

Luego de deslizarme entre los muchos cuerpos cuyos portadores no parecían dispuestos a mover para franquearme el paso, actividad en la que estaba adquiriendo bastante práctica, encontré cerca de una puerta un espacio lo suficientemente amplio como para estacionarme sin compartir el aliento de media docena de personas. Y allí me dispuse a esperar el carrito de los sándwiches, preguntándome a la vez cómo habría de maniobrar su conductor para desplazarlo entre tanto humano inmóvil.

Nunca me enteré, ya que jamás se presentó. Otra queja que pensaba presentar al Presidente de Union Internationale des Chemins de Fer para América Latina apenas tuviera la oportunidad.
Sin embargo, sí se aparecieron numerosos vendedores ambulantes de toda clase de productos maravillosos, anunciando a viva voz las inmejorables condiciones comerciales en las que, por única vez, podían expender los mismos. Era prácticamente un regalo, una oportunidad imperdible de adquirir bienes de excelente calidad a un precio irrisorio.

Al final de mi viaje, yo era el feliz poseedor de una linterna cuyas baterías se recargaban accionando una manivela, un juego de rotuladores de colores, una práctica tijera china plegable, un completo set de agujas de coser (incluyendo un novedoso adminículo que servía para enhebrar), tres libritos para colorear, un líquido para quitar manchas, una guía con mapas de la ciudad y todos los recorridos del transporte público de pasajeros, dos cajas de apósitos adhesivos con motivos de Disney y un prolongador eléctrico retráctil de tres metros con conector doble.

También, merced a personas que pedían una colaboración para paliar circunstancias de lo más desgraciadas, recibí tres plantillas de calcomanías que representaban a supuestos personajes de historietas que no pude reconocer, y cuatro estampitas de santos, entre los cuales estaba San Cristóbal, patrono de los viajeros.

Tan entretenido me encontraba haciendo ejercicio del intercambio voluntario de bienes y dinero, que el resto del viaje se me pasó en un santiamén, y casi lamenté bajarme en una parada intermedia y perderme las ofertas que todavía no se habían presentado.

Pero haciendo gala de una disciplina laboral admirable caminé hasta mi oficina, y al llegar calculé el tiempo total de mi travesía. Una hora y media. Unos cuarenta minutos más que en automóvil.

Sobre el viaje de vuelta, la experiencia de esperar en un andén oscuro y solitario durante más de media hora al tren de habría de acercarme nuevamente al hogar y descubrir que venía cargado hasta el tope de individuos para quienes la impenetrabilidad de los cuerpos era sólo una opinión, no he de explayarme en esta oportunidad.

Sólo diré que,  a pesar de que el experimento resultó fascinante, sigo conduciendo a mi trabajo todos los días.

Buenas noches.


(*) Del huerto, en italiano.
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