martes, 22 de junio de 2004

El sagrado derecho de ser estúpido

Una vez leí por ahí que todos tenemos derecho a ser estúpidos 15 minutos al día.
Evidentemente el que dijo eso estaba ejerciendo su derecho, porque para la mayoría de nosotros 15 minutos no alcanzan.
Vean sino la lista de estupideces que he cometido últimamente:

-Tengo que ir a Córdoba por un trabajo. Como voy a volver en el día, me voy en auto a Aeroparque y lo dejo estacionado allí. A la vuelta, me olvido de ese detalle y me tomo un taxi. Ahí me doy cuenta que algo se me escapaba, y me da tanta vergüenza que en vez de volver en el mismo taxi le digo al conductor que me deje en una esquina cualquiera y me tomo otro taxi de regreso al aeropuerto. Como me había olvidado completamente donde había estacionado, me paso casi media hora deambulando por entre el resto de los autos, apretando el control remoto de la alarma con la esperanza de que en algún lugar se encendieran las luces que me ayudaran a identificar mi vehículo. Sí, al final lo encontré, gracias.

-Después de un pequeño déficit de sueño, me levanto y me dispongo a desayunar. Me sirvo un vaso de Coca-Cola y a continuación, le pongo leche. No contento con esta torpeza, procedo a tomarme el inefable brebaje. Mis papilas gustativas reaccionan con violencia ante la inesperada agresión, y escupo el líquido marrón y burbujeante sobre mi camisa y corbata limpias.

-Estoy durmiendo, suena el teléfono. Durante 20 segundos intento infructuosamente detener la alarma del despertador, que obviamente no está sonando.

-Hago una limpieza de papeles en casa, entre las cosas que tiro está mi DNI.

Esta es solo una pequeña muestra, no sigo porque me da vergüenza.
Los más piadosos de entre los lectores pueden pensar: “Bueno, eso no es ser estúpido, es ser distraído”. Agradezco su apoyo, pero no. Distraído puede ser un sabio nuclear que pone una media de cada color porque mientras se viste está resolviendo una ecuación diferencial en su cabeza, no uno que si tuviera algún dispositivo de audio conectado al cerebro lo único que podría escucharse sería un zumbido permanente y algunos tara-reos mezclados con expresiones como “ugh!” “ahhh!” “Uhhh!”.

Es así, señores, yo ejerzo el derecho a la estupidez a toda conciencia, con todo entusiasmo y sin ningún pudor.
Claro que trato de mantenerlo en privado, aunque algunas veces ni siquiera eso me sale.
Pero esa es otra historia.

Buenas noches.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado, me sorprende y alegra que leas mis pequeñas intromisiones —de ninguna manera merecen respuesta y su sola mención ya es demasiado— las hago y las haré principalmente en aquellos escritos que no tienen coments y que, por supuesto, los merecen...como todo lo tuyo. Saludos.

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