domingo, 26 de febrero de 2006

Duda viajera


Como sabrán ( y si no sabían se los estoy contando) en estos días me encuentro viajando mucho. De hecho, este artículo lo estoy escribiendo en un aeropuerto. En los años que llevo en esto de andar por los aires en contenedores metálicos mas grandes que nuestras casas impulsados por elementos químicos en explosión, es decir viajando en aviones, siempre me pregunté y todavia nadie me contestó:
Qué demonios escriben los empleados de las aerolíneas en sus computadoras cuando nos presentamos en elmostrador a hacer el check-in? Ya tienen todos nuestros datos, nuestras reservas estan confirmadas, lo único que nos preguntan es nuestra preferencia en cuanto a asientos (ventanilla o pasillo?). Uno podría pensar que el tipo solamente tiene que completar ese dato, tecleando algo así como "23F" en un formulario electrónico, pero no, está dale que dale escribiendo, aporreando las teclas a velocidad fantástica por cinco minutos. Tengo la teoría de que son todos escritores fantasmas, de esos que escriben la autobiografía de un personaje que apenas sabe deletrear su nombre pero publica un libro contando su vida con un estilo literario de lo más barroco. Por alguna razón estos esclavos editoriales solo se inspiran para producir página tras pagina de obras que jamás les seran atribuídas cuando tienen enfrente una persona impaciente por abordar un avión. No me extrañaría que los libros de Harry Poter y el Código da Vinci hayan sido en realidad obra de uno de estos muchachos tratando de redondear sus ingresos con la escritura de novelas a 2 centavos la página.

Los dejo porque estoy a punto de subir a otro avión, esta vez rumbo a Catamarca, vía La Rioja (es que el aeropuerto de Catamarca está cerrado). Qué dura es la vida de un ...de un... bueno, la mía.


Buenas noches.

viernes, 17 de febrero de 2006

Prejuicios perjudicados


Hace algunos siglos, cuando casi nadie iba a ninguna parte, la opinión que la gente tenía sobre los extranjeros era invariable: eran unos bárbaros que se comían a los chicos crudos o cocidos segun la época del año. Y allí se acababa la discusión. El avance de la tecnología de los transportes y las comunicaciones hizo que esta creencia unánime fuera convirtiéndose poco a poco en toda una gama de matices, naciendo así los estereotipos nacionales: los italianos gritan, los franceses son antipáticos y estirados, los japoneses sonríen mucho, los alemanes son severos, los argentinos son fanfarrones y poco confiables, los mexicanos duermen la siesta, los rusos bailan y cantan, los norteamericanos mascan chicle, los ingleses toman té, los búlgaros hacen corbatas con motivos búlgaros, y así.
Esto no está del todo mal, ya que de esta forma uno se prepara para estar a tono con el lugar que va a visitar. Además de ropa adecuada, uno lleva en la valija un paquetito de prejuicios que le ayudan a comportarse adecuadamente en cada país. Si, pongamos por caso, hay que ir a Alemania, pues se comportará el visitante en forma seria y respetando las leyes, en cambio si se va a Italia hablará a los gritos y haciendo muchos ademanes.
Es importante aclarar que solo se deben utilizar prejuicios que sean útiles, más o menos inofensivos y que tengan alguna base. Conviene informarse adecuadamente.De lo contrario uno corre el riesgo de ofender a los nativos. (Imagínense a un turista frotando vigorosamente la cabeza rapada de un Lama tibetano con una franela porque un amigo bromista le dijo que eso está muy bien visto por allá, y además trae buena suerte).

El caso es que es una tendencia natural de las personas asignarles tales o cuales características a una nacionalidad, a un grupo racial, a una profesión, o cualquier otra categoría que deseen considerar. Yo no escapo de esta tendencia y tengo dos firmes ideas sobre los orientales (los de Asia, no nos referimos aquí a los uruguayos, que son buena gente, morochos y toman mucho mate):

-Los japoneses son amables.
-Los chinos no son amables.

Estas convicciones han sido reforzadas a lo largo de mi vida por una serie de hechos. El primer amigo que tuve en mi vida era un compañerito japonés del jardín de infantes, y el día que me invitó a jugar a su casa sus padres estaban vestidos de kimono y me dieron una galletita con dulce de leche mientras me sonreían mucho. En cambio un compañero mío de la secundaria era chino y era de lo más desagradable. Los turistas japoneses siempre van de a muchos y sonrientes. Los empleados de los supermercados chinos te atienden mal y te cobran más caras las gaseosas que están en la heladera. Por lo tanto mis prejuicios casi ni eran tales, acarcándose a la categoría de datos culturales.
Hasta hace poco.

Durante mis vacaciones tuve la oportunidad de conocer una pareja de japoneses que no sonreían nunca. Jugando al golf se mostraban impacientes cuando venían detrás nuestro y más de una vez revolearon un pelotazo que no cayó muy lejos de donde yo estaba. No contestaban cuando se los saludaba.Y eran japoneses, lo verifiqué.
Ayer fui a un supermercado chino cerca de casa (al que yo evito ir, justamente porque no me agrada que los chinos me maltraten) y ahí nomás a la entrada un empleado me mira y mostrándome todos los dientes (creí que me iba a morder, pero no, estaba sonriendo) me dijo
"Lindo día!". En realidad dijo algo así como "erindo ería!", pero el sentido de la frase fue bastante claro. Y eso no es todo, la cajera me dijo "por favor" y "muchas gracias", y saludó a una clienta frecuente por el nombre. Y eran chinos, lo verifiqué.

Muy bien, alguien me puede decir qué está pasando aquí? Es una broma? Contrataron actores solamente para fastidiarme?. Por favor, adonde vamos a ir a parar? Qué sigue? Una "Escola do Samba" suiza? Rusos abstemios? Ingleses manejando como locos?
Estoy muy molesto, no me parece bien andar demoliendo así como así los cómodos prejuicios de un hombre honesto y trabajador. O los míos, si vamos al caso.
En lo sucesivo, tengan todos la amabilidad de comportarse de acuerdo a mis preconceptos, y evitarme disgustos. Se los agradeceré con una sonrisa al mejor estilo oriental. O no, ya no estoy seguro de nada.

Buenas noches

martes, 14 de febrero de 2006

Días extraños

Acabo de volver de un extraño lugar, del cual no puedo darle muchos detalles por lo que ustedes ya saben. De todas formas, estas fueron mis experiencias:


Me despierto con algo presionándome insistentemente las rodillas. En una especie de sopor doloroso reconozco el entorno: estoy en un avión, y el pasajero de adelante acaba de reclinar el respaldo de su asiento comprimiendo mis fémures. Intento cambiar de posición hasta que mis rodillas salen disparadas lateralmente, de suerte que la izquierda queda sobresaliendo por el pasillo de la aeronave, justo en el momento en que una vigorosa azafata empuja el carrito de las comidas. A pesar de que no hay lugar para el carrito y para mi rodilla en ese pasillo, la vigorosa azafata consigue hacerlo pasar. Ahogo un grito y le digo amablemente a la vigorosa azafata que me puede enviar mi rotula por correo mas tarde, que no se preocupe por recogerla del piso ahora. Mi acompañante duerme placidamente, disfrutando del privilegio de una anatomía reducida, más adaptable a aviones configurados por enanos sádicos que odian a la gente de más de un metro y medio de altura.
Luego de algunas horas llegamos a un aeropuerto donde nos marcan con unas pulseras plásticas de color amarillo con un símbolo que representa un tridente. Nuestras pertenencias son cargadas en una minivan, y nosotros en un autobús. Nos descargan en un puerto y nos suben a un catamarán. Unas gentes de piel oscura que hablan un idioma musical y dulzón nos sonríen constantemente y nos indican por donde ir. Mi acompañante y yo obedecemos, incapaces de protestar. Nos damos cuenta de que nos dirigimos a una isla. Nos desembarcan y nos conducen hasta otro ómnibus. Unos minutos después llegamos a nuestro destino final: un establecimiento de proporciones enormes con profusión de edificios, instalaciones deportivas y otras cuyo propósito no aparece evidente por el momento. Al bajar del ómnibus nos recibe una gran cantidad de gente sonriente con uniformes que ostentan las siglas G.O. Hay una pequeña confusión, mientras nos dan de beber algo que yo rechazo: no conozco a esta gente, no conozco a nadie de quienes viajaron con nosotros, no se muy bien que intenciones tienen. Probablemente la bebida contiene una droga que hace a las personas más dóciles, porque al momento una señora que parece ser la directora del establecimiento grita algunas cosas encaramada a una tarima en ese idioma musical y dulzón y la gente aplaude. Creo entender que por la tarde se nos darán instrucciones de alguna clase. Nuestras pertenencias están marcadas con una cifra, y uno de los G.O. sostiene sobre su cabeza un cartel con un rango numérico en el cual esta comprendido el nuestro. Varios de los recién llegados lo siguen y comprendo que esa es la intención del uniformado. Lo seguimos y nos lleva a nuestros habitáculos, que ostentan el mismo número que nuestras pertenencias. Al parecer somos prisioneros de estas gentes, pero al llegar a nuestra celda nos entregan unas placas metálicas que hacen las veces de llaves (con el número asignado). Bueno, al menos parece una cárcel de puertas abiertas. Pido hablar con el juez, pero el G.O. sonríe y dice algo que parece ser una bienvenida, y nos recuerda que deberíamos asistir a la sesión informativa.
La celda no esta mal: tiene aire acondicionado, baño, televisión. Mi acompañante dice que no le gusta la vista y que va a pedir un cambio. Yo sonrío para mis adentros. Donde se ha visto que un prisionero pida que lo cambien de celda porque no le gusta la vista. Me acuesto en la espaciosa cama (en verdad la celda es casi tan confortable como una habitación de hotel) y trato de dormir hasta la hora de la sesión informativa, en la que espero enterarme de algunas cosas.

La sesión es realmente informativa, allí nos enteramos de que la que aparentemente era la directoria del establecimiento lo es en efecto, que no es el primer establecimiento de este tipo que dirige, que espera que pasemos una estancia agradable, todo dicho en una confusión de idiomas de raíz evidentemente latina entre los cuales no se encuentra el español, así que la comprensión que tenemos de su discurso es en parte intuitiva y en parte contextual. Se nos indica la ubicaciones de los diferentes servicios, las instalaciones deportivas, las tareas que esperan desempeñemos (aunque se nos aclara que podemos optar por no hacer nada) y los horarios de comidas. Se nos presenta a algunos G.Os que rodean a la directora como una guardia pretoriana. Cada uno tiene diferentes áreas de responsabilidad: hay administrativos, instructores de deportes, otros que se dedicaran a cuidar los niños (si, hay niños entre los prisioneros, aparentemente se han llevado a familias enteras) y algunos que aparentemente se dedicaran a entretenernos. No me gusta el tono alegre en que nos dicen todo esto. Casi se diría que en lugar de en un campo de prisioneros, estamos en un complejo vacacional. De hecho, la palabra vacaciones es mencionada varias veces. Vaya sentido del humor.

Más tarde nos dirigimos a uno de los tres comedores que hay en el lugar. Las mesas son grandes, de manera que hay que compartirlas con otras personas. Creo que se pretende que nos conozcamos entre nosotros. Incluso algunos G.Os se sientan con los internos. Yo no quiero conocer a nadie. Ya estoy pensando en como escapar de allí. La comida es variada, abundante y sabrosa. Y esta permitido comer todo lo que se desee. Por lo menos no pasaremos hambre.

Al otro día antes del desayuno decidimos dar un pequeño paseo para familiarizarnos con las instalaciones. Todo se ve bastante cuidado, hay una vegetación tropical que resulta agradable a la vista, y lo más llamativo es que aunque hay G.Os por todas partes, nadie hace el más mínimo ademán para detenernos ni vedarnos el paso a ningún lado. Se limitan a saludarnos con grandes sonrisas. Ya en el comedor ingerimos profusamente, yo insisto en hacerlo así temiendo que después nos nieguen la comida.
Después de desayunar descubrimos que hay una playa y nos vamos hacia allá. Yo quiero estudiar las posibles vías de escape, pero mi acompañante quiere tenderse al sol. Ya que ambos objetivos pueden ser cumplidos sin interferencia, no pongo objeciones, aunque me extraña la tranquilidad con la que mi acompañante acepta las circunstancias. Hasta parecería que se creyó que estamos de vacaciones. Al llegar al lugar mi acompañante extrae de su bolso un frasco con un ungüento el cual según ella debo untarme por todo el cuerpo. Le pregunto el propósito de dicha operación, y dice que es para proteger mi piel de los rayos solares, que en estas latitudes son especialmente dañinos. Le señalo unas palmeras bajo cuya sombra puedo protegerme perfectamente, pero me dice que para estar bajo la sombra no tiene sentido ir a la playa. Yo no entiendo mucho por que uno debe protegerse de algo dañino y al mismo tiempo exponerse a ello, pero decido no discutir y me aplico capa tras capa del protector. Mi acompañante expone su cuerpo a la radiación con una actitud de relajación casi beatifica, mientras yo me dedico a estudiar el entorno.
Las aguas son transparentes y cálidas. La marea esta baja, se puede caminar cientos de metros alejándose de la playa sin que la profundidad pase de los cincuenta centímetros. Fantaseo con escaparme de la isla simplemente a pie.
Entonces los veo. Hay cinco veleros con el mismo símbolo del tridente que llevamos en nuestras pulseras, que son abordados por los prisioneros, pero siempre acompañados por un G.O. (están por todas partes, no hay manera de escapar de su vigilancia, me pregunto si podrán ser sobornados, por alguna razón nos dejaron conservar el dinero que traíamos encima). Los G.Os llevan a los prisioneros de paseo en los veleros, pero no se alejan de la costa más que unos pocos metros. Si pudiera hacerme con una embarcación seguramente podría llegar al continente. Tengo algunos conocimientos de náutica. Trato de llamar la atención de mi acompañante señalando los veleros, pero ella se limita a saludarme y asentir alegremente. Me pregunto si habrá entendido que estoy estudiando un plan de escape. Me acerco con precaución a uno de los barcos. Un G.O. viene corriendo al lado mió y me pregunta algo que no entiendo. Asiento con la cabeza, y me da un chaleco salvavidas y me da la espalda. Me quedo esperando unos minutos, pero el uniformado no me presta la menor atención. Tímidamente empujo el velero hacia el agua. Nadie me dice nada. No lo puedo creer. Salto dentro del casco y dirijo la proa hacia el continente. No me pienso escapar dejando a mi acompañante, simplemente quiero ver hasta donde me dejan llegar. Navego unos minutos esperando que en cualquier momento salgan a interceptarme con un bote a motor cuya presencia ya he advertido, pero nada sucede. Lleno de excitación me alejo de la costa unos cientos de metros, esto parece demasiado fácil. De pronto, con un ruido seco, el barco se detiene: acabo de encallar. Y ahí lo veo claro, ni hace falta que nos vigilen, hay una barrera de corales entre nosotros y el continente, a no ser que la marea suba insólitamente no hay manera de franquearla en barco. Tal vez podría dejar el esquife allí y pasar la barrera a pie para luego ganar la costa a nado, pero es una ilusión, no tengo el entrenamiento necesario. Filosóficamente, desencallo el velero y me dedico a navegar por los lugares en que la profundidad me lo permite. Curiosamente, lo disfruto bastante.
Cuando vuelvo a la playa, esta casi desierta: todos se fueron a almorzar. Mi acompañante y yo no tenemos hambre debido al copioso desayuno, así que nos quedamos ahí. Los veleros están sin vigilancia, al igual que unas tablas de windsurf. ¿Podría pasar sobre el arrecife en una tabla? No lo creo, además no se navegar en esas cosas.

Mas tarde nos vamos a nuestra celda y nos cambiamos de ropas (nos dejan usar nuestra propia ropa, no hay uniformes para los internos). Y nos vamos a jugar al golf. Si, hay un campo de golf allí. Un G.O se nos une y damos la vuelta con el. Yo envío un par de veces la pelota fuera de los límites del campo, un poco por impericia y otro poco para ver si cuando la voy a buscar me siguen, pero nadie me hace caso. Evidentemente, no hay manera de salir de la isla, de otra manera la vigilancia seria más cuidadosa.
Terminamos el partido y nos dejan ir adonde nos plazca. Yo tengo sed, y me dirijo a un bar. Si, hay un bar allí. Pido una bebida cautelosamente esperando un castigo, en vez de eso me dan la bebida con una sonrisa. Y entonces, el barman hace algo increíble: me pide mi autógrafo. Se lo doy, no intento entender para qué demonios lo quiere.

A partir de ese momento noto que algunas veces nos dan comida y bebida en abundancia sin tener que pedirla cuando estamos en los horarios y lugares adecuados, en otras ocasiones la comida o bebida se nos entrega solo luego de solicitarla, y a cambio nos piden un autógrafo.

Cenamos en el mismo comedor del desayuno, y mas tarde seguimos al resto de los internos a una especie de teatro. Si, hay un teatro allí. Los GOs nos dan una especie de espectáculo cómico, la directora lo presenta muy entusiasmada y el publico aplaude y se ríe. Realmente esto parece un centro vacacional. Algunos internos son obligados a participar del show, adivino cierta intención de quebrar su voluntad mediante la humillación pública, pero ellos parecen disfrutarlo. Es curiosa la forma en que la mente humana se adapta a las circunstancias. Luego del espectáculo, comienza a sonar una música pegadiza, y los GOs insisten en que todos debemos bailar, con ellos dirigiendo los pasos. Ver a toda esa gente moviéndose al unísono me recuerda a una sesión de gimnasia obligatoria en una penitenciaria. Pero otra vez, parecen estar divirtiéndose. Mi acompañante y yo nos escabullimos, pero a nadie parece preocuparle.


Ya en nuestra celda me miro al espejo y veo algo preocupante: mi saludable piel verdosa-amarillenta ahora se ve de un color extraño, más oscuro. No le digo nada a mi acompañante para no preocuparla, la piel de ella se ve todavía mas oscura, casi se parece a las de los GOs.

El resto de los días pasa más o menos de la misma manera, desayunamos, navegamos, jugamos al golf, una vez cabalgamos y nos salimos de los límites del establecimiento, pero esta vez acompañados de un GO de robusta complexión. Por alguna razón me piden mi autógrafo al final del paseo. Una tarde practicamos el arco y flecha, las flechas son realmente puntiagudas, pero los GOs no parecen preocuparse por la posibilidad de un interno abriéndose paso a flechazos hasta la libertad.

Mi acompañante parece totalmente adaptada a la idea de estar confinados en el lugar, y en realidad se la ve feliz y relajada. De hecho, casi toda la gente parece así al cabo de unos días. Probablemente el hecho de aceptar la imposibilidad de escaparse pone a todos de un humor entre resignado y festivo.
Yo mismo empiezo a abandonar la idea del escape. Después de todo, no la estamos pasando tan mal. Podría llegar a acostumbrarme a la comida, los deportes, los espectáculos, la asombrosa cordialidad de los guardias.

Y de pronto, un día al volver a la celda (ya no la llamamos así, le decimos habitación) nos encontramos con una nota que explica los procedimientos de salida. ¡Nos van a liberar! Por extraño que parezca, no nos pone muy felices el hecho de irnos de allí.
Voy a una especie de mostrador según las instrucciones que nos dieron, y allí me muestran una copia de todos los autógrafos que fui firmando durante la semana. Al lado de cada autógrafo hay un número. Me entregan una nota con la suma de todos esos números. Creo que pretenden que ese número total es un valor en metálico. No entiendo, yo no soy famoso, ¿por que mi autógrafo habría de valer algo? No, no es así, ellos quieren que les compre mi propio autógrafo dándoles el dinero a ellos. Pienso en negarme, pero estoy a punto de ser liberado. Les pago.
Los procedimientos de salida indican que habremos de estar listos a las 6 de la mañana del día siguiente para ser enviados fuera del establecimiento. Esa noche la cena es un poco mas tranquila, todos están pensativos. El espectáculo tampoco es tan animado como de costumbre. La directora dice que esta muy triste de que nos vayamos. Los GOs también. A decir verdad, todos se ven un poco tristes por la partida. Debe ser el famoso síndrome de Estocolmo.

Por la mañana muy temprano nos dan de desayunar, y nos suben a los autobuses. Los internos se abrazan con los carceleros, los niños no se quieren separar de sus cuidadores, todo es muy raro. Yo me siento un poco aliviado de volver a mi vida de todos los días, hasta que la directora se sube a nuestro autobús y en su babel casi incomprensible nos dice que espera vernos a todos el próximo año. Le pregunto a mi acompañante por que cree ella que estuvimos aquí.
“Porque nos lo merecíamos”, responde.
Blog Widget by LinkWithin