domingo, 21 de octubre de 2012

Los Premios Bitácoras y la dignidad.




Hace algunos día hablábamos, o mejor dicho yo escribía y ustedes leían, acerca de los Premios Bitácoras y la tradición.

Lo que no relatamos en aquella oportunidad fue que hasta ahora, las estadísticas de votos siempre nos habían acompañado desde el primer momento. Es decir, semana tras semana Los Sin-logismos de Bugman se mantenía entre los cinco primeros blogs de su categoría, y llegaba entre los tres primeros al último día de votación, condición sine qua non para estar en la etapa final. Me refiero a la etapa en la cual un Honorable Jurado nunca elige a este blog para ganar el premio. ¡Justamente esa es la tradición, llegar a la final y no recibir el premio!
(Esta costumbre de estar semana tras semana en los primeros puestos incluso me valió una especie de premio consuelo en la edición 2009 de los Premios)

Pero este año no, este año arrancamos de abajo, y vamos subiendo, es cierto, pero temo que nos quedemos afuera del todo.
Las clasificaciones, hasta el momento, vienen así:


Categoría
Personal
Humor
Clasificación parcial 1
No figura (más de 50)
31
Clasificación parcial 2
39
19
Clasificación parcial 3
36
11
Clasificación parcial 4
31
11
Clasificación parcial 5
28
9




Es decir, necesitamos mucha ayuda en "Personal" y un poco menos en "Humor".

El 30 de octubre de 2009 , escribía en este mismo blog:
"Esto de participar en los Premios Bitácoras.com  es realmente curioso: uno pierde la dignidad rogando que lo voten para llegar a una instancia donde se le permita rifar su autoestima".

Pues bien, el de perder la dignidad es ahora.


Vóteme, ¿sí? Qué le cuesta, vamos, no sea así, yo nunca le pido nada, es un minuto nada más. 


Este pedido también lo estoy haciendo por Twitter, porque yo tengo cuenta de Twitter, no sé si sabía. Si, al final me rendí, qué le vamos a hacer. Allá soy @Mr_Bugman , porque "Bugman" ya estaba ocupada. Y sí, pasa mucho, con esto de que todo el mundo tiene Twitter. Por eso también se ven muchas cuentas como @JuanPablo42174628 o @Tito_el_originalOK.  Pero ¡oiga! . me está haciendo desviar del tema.

Lo de Twitter venía a cuento porque algunos amables seguidores me han dicho que tenían toda la intención de votarme pero el procedimiento les ha parecido improbablemente engorroso.
Intentaremos explicar el trámite paso a paso, de manera que quien quiera votar pueda hacerlo y quien no tuviere la menor intención de hacerlo desde un principio deba buscar otra excusa:



Paso 1: Vaya a http://bitacoras.com/premios12/votar . Y cuando decimos "vaya" decimos "haga click sobre el enlace", naturalmente. No, ya sé que ustedes saben. Pero  hay cada uno. Le va a salir una pantalla más o menos igual a esta:


Lo que le están diciendo con ese cartel rojo es que necesita un nombre de usuario y una contraseña para votar. Puede ser que usted alguna vez haya votado este mismo blog u otro, y para ello haya abierto una cuenta en Bitácoras. O puede que tenga una cuenta de Facebook o de Twitter. En el primer caso, lo más probable es que usted sepa qué hacer, y que yo esté molestándolo con estas instrucciones porque usted ya votó y si no fue por Los Sin-logismos de Bugman es porque no le gusta.
Si usted nunca se dio de alta en Bitácoras, y prefiere no hacerlo, puede votar con su cuenta de Twitter o Facebook, como explicamos a continuación:


Paso 2: Haga click en el botón azul (Connect with Facebook) o en el celeste (Sign with twitter) según prefiera. Los siguientes pasos son el ejemplo de lo que habrá de suceder si usted usa su cuenta de Twitter. (Suponemos que con Facebook será parecido, si quiere haga la prueba y cuéntenos). Aparecerá la pantalla que siempre aparece cuando usted quiere asociar cualquier aplicación a su cuenta de Twitter:



Complete con su usuario y contraseña de Twitter, haga click en "Sign In" (o lo que sea equivalente en español, yo tengo Windows en inglés, sepa disculpar).


Paso 3: Aparece una pantalla como la que se muestra a continuación:

Complete el formulario, eligiendo un nombre de usuario para Bitácoras, haga click en "Crear", complete al final del formulario las palabras de seguridad (si no se entiende nada puede hacer que se generen otras presionando ese botón con las flechas que parece un símbolo de reciclado, justo arriba del pequeño símbolo de parlante).
Si todo ha salido bien, verá un mensaje con fondo verde anunciándole que ha creado una cuenta de Bitácoras.com asociada a su cuenta de Twitter, como se muestra en la figura:




Paso 4: Ahora en la barra de menú de arriba, pose el puntero del mouse sobre "Premios2012" y cuando se despliegue el menú haga click sobre "Votar"


















Paso 5: A no ser que usted no haya seguido ninguno de los pasos anteriores porque se cansó, se aburrió, tiene mejores cosas que hacer o justo se le cruzó un mensaje emergente con un enlace a "Las Tías más Jamonas de la Net" (en cuyo caso está disculpado, eso sería simplemente irresistible), la proxima pantalla que debería ver sería la que se muestra a continuación:


Como verá, lo que debería hacer allí es escribir en la categoría correspondiente, la dirección del blog que desea votar. Estamos bajo la impresión de que usted desea votar por Los Sin-logismos de Bugman en las categorías "Mejor Blog Personal" y "Mejor Blog de Humor", de manera que, en el casillero correspondiente a "Personal" escriba la dirección de este blog, es decir buguert.blogspot.com.
Luego, en "Humor", haga lo propio:




Paso 6: ¡Ya casi terminamos! Solamente tiene que completar las palabras de verificación (como hizo en el paso 3)


Y entonces, hace click en "Votar", y si todo sale bien, el mensaje de confirmación será como el de la figura:





¡Excelente! ¡Usted ha votado por Los Sin-logismos de Bugman en las categorías "Mejor Blog Personal" y "Mejor Blog de Humor" en la edición 2012 de los Premios Bitácoras.com! ¡Muchas gracias!
A no ser que haya aprovechado estas detalladas instrucciones para votar por otro blog. En ese caso, nada de gracias. Bellaco.

Buenas noches.

domingo, 14 de octubre de 2012

El vientre de un blogger. (III)




(Viene de la segunda parte )

Los estudios prequirúrgicos, consistentes en un electrocardiograma y análisis de sangre y orina (a esa altura ya empezaba a conocer a mis leucocitos y hematíes por sus primeros nombres) arrojaron resultados normales. De manera que no existía impedimento alguno para que me realizaran el examen que con esa afición  por el eufemismo los doctores llaman invasivo, porque vejatorio suena un poquito fuerte.

El gastroenterólogo me explicó el procedimiento, en ese tono tranquilo que suele tener el que no va a someterse a nada de lo que describe : el día anterior debía someterme a una especie de purga, el estudio se haría bajo anestesia general, si se encontraba alguna porquería durante la operación normalmente se podía extraer ahí mismo sin inconvenientes, y una serie de etcéteras que no vienen al caso. O a lo mejor sí vienen al caso, pero ahora mismo no los recuerdo.
Fijamos la fecha de la práctica para que fuera un lunes, de modo que la preparación (sobre cuya importancia el facultativo fue muy enfático) pudiera hacerse con toda tranquilidad el domingo.
Salí del consultorio con la receta para un purgante (y con "receta" me refiero a "prescripción", no a que me hayan dado la lista de ingredientes y el modo de preparación)  y dos hojas de instrucciones escritas para su uso.

El domingo me levanté tarde, como de costumbre. Al mediodía almorcé liviano según el instructivo. Y exactamente a la hora 17, procedí a tomarme la primera de dos botellitas de un líquido de sabor llamativamente repugnante, incluso mezclado con jugo de naranja como me habían recomendado. Y luego cuatro vasos de agua (un litro, aproximadamente). Y me senté a esperar. Y durante treinta minutos no sucedió nada (*).

Y de pronto, la polifonía ventral. Por debajo de mi ombligo se escuchaban gorgoteos, efervescencias, discurrir de fluidos y otros sonidos que podían ser tanto de origen orgánico como industrial. No tuve tiempo de proceder a una identificación más detallada, porque la algarabía vino de la mano de una urgencia perentoria, un llamado primigenio a la evacuación inmediata.

El bicho kik-mafgogt de la región costera de Guinea-Bissau construye su nido utilizando partes desprendidas de las corazas térmicas de transbordadores espaciales. Debido a la escasez de este material, la mayoría de los bichos  kik-mafgogt no poseen nido propio y tienen que alquilar.

No, el párrafo anterior no fue un error, fue una distracción. Es que realmente no se me ocurre la manera de relatar la experiencia de sentir que todo lo que alguna vez estuvo adentro del cuerpo se está saliendo por la escotilla de los desperdicios. No se me permitía ingerir nada sólido, se me compelía a beber litros de agua y la química de mi intestino había sido modificada para que se negara a realizar absorción alguna. Si combinamos eso con un riñón contento, probablemente hubiera hecho negocio instalándome en el excusado con una TV, un par de libros y doce botellas de agua.

El pináculo de la incomodidad se produjo a la hora 22. En ese momento, siguiendo fielmente las instrucciones, bebí el contenido de la segunda botellita de purgante. (Hay que decir que el líquido era fluido y transparente, lo cual considero una estafa. Algo de sabor tan horrendo debería presentar un aspecto acorde, ser color verde arveja, burbujear, acreditar densidad y emitir miasmas). Esta vez tuve que tomar dos litros de agua (unos ocho vasos) sin pausa. 
¿Alguna vez bebieron dos litros de agua de una sola vez? Ya me parecía. El estómago humano tiene una capacidad de unos 50 mililitros, pero es muy elástico y se puede expandir unas 80 veces para contener hasta cuatro litros. Dejando de lado estos detalles técnicos que algún estudiante de anatomía estará refutando en este momento, el efecto fue que quedé con la panza henchida como si estuviera embarazado, aunque por los dolores y rumores que provenían de esa especie de globo de piel en la que se había convertido mi abdomen lo más probable era que estuviera gestando un alien.
Volver el estómago a un volumen manejable me llevó gran parte de la noche, y requirió expeler líquidos por todas las vías imaginables. Sí, también en forma de lágrimas.

Y  llegó el lunes y mi visita a la clínica, y luego de quitarme la ropa y ponerme esa bata de papel tan elegante que nos dan en las clínicas me acostaron en una camilla y me pasearon por los pasillos permitiéndome revivir la remanida escena de cualquier película que incluya a un paciente trasladado en camilla por los pasillos de una clínica: las luces del techo pasando a gran velocidad.
Llegamos a una especie de quirófano, una doctora me saludó cordialmente informándome a su vez que ella sería la responsable de lo que me fueran a hacer a continuación. ¿Tenía yo alguna pregunta que hacer? No, ninguna. A esa altura y con la novedosa experiencia del día previo mi nivel de curiosidad estaba cerca del de un helecho. 
Otra persona asomó su cara dentro de mi campo visual y se presentó como el anestesista. Me advirtió del leve pinchazo que habría de sentir cuando me introdujera la vía en el brazo (y luego lo hizo). Acto seguido dijo : "Acabo de darte algo que te va a relajar".

Fundido a negro.

Algunas personas me habían contado que la sensación al ser sometido a anestesia total era parecida al sueño, aunque con una transición más rápida desde la vigilia. Otros me relataron una especie de comodidad instantánea seguida de narcosis.
Nada de eso me sucedió.
Si tuviera que hacer una analogía para explicar lo sucedido, yo diría que tomaron mi vida, cortaron aproximadamente una hora y empalmaron. 
Durante esa hora puede que me hayan practicado el estudio de marras, o también que me hayan disfrazado de oso panda, y se hayan sacado fotografías conmigo en poses ridículas. Cualquier cosa puede haber sucedido en ese espacio de tiempo que me fue arrebatado. Al menos cuando desperté en una habitación de la clínica, (a mi parecer completamente dueño de mis facultades, pero según testigos arrastrando las palabras como un beodo) no encontré marcas, pinturas o elementos extraños en mi cuerpo. Continúo sosteniendo que esos mordiscos en el cuello los traía desde antes.

Al rato vino a la habitación  la doctora que me había hecho (suponemos) el estudio anunciando que lo único que habían encontrado era un pólipo minúsculo y que lo habían extirpado de puro aburridos, nomás. Podía buscar en unos días el resultado de la biopsia que le harían a la simpática carnosidad, pero no había nada de qué preocuparse.
Sí, claro. Ella no tendría nada de qué preocuparse. Yo no tenía en mente otra cosa que mi insuficiencia excretora, y si bien en aquél instante mis conductos estaban más limpios que una acera noruega, la causa de mis males no había sido descubierta. 

Y como suele ocurrir, los médicos se encogieron de hombros, y le echaron la culpa de todo al stress. Yo también hubiera podido hacerlo. 


Epílogo

La preparación para el ...lo que sea que me hayan hecho en esa hora desvanecida, me dejó unas bonitas almorranas y la aniquilación total de mi flora intestinal. 
Lentamente, con ayuda de yogures y semillas he recuperado parte de mis funciones perdidas. 
Ya no tengo una regularidad helvética, y ya no puedo estar tranquilamente confiado en la calidad y cantidad de mi producción. 
Y las urgencias pueden encontrarme en cualquier parte.
Evidentemente lo que yo poseía era un don y lo he perdido, no sabemos si transitoriamente o para siempre.

Y mientras desayuno yogures morados rociados con comida para pájaros, me consuelo pensando que he sido capaz de contar esta historia de ribetes escatológicos sin haber escrito ni una sola vez la palabra "caca".

Buenas noches.



(*) Esto no es estrictamente cierto. Sucedieron cosas, pero ninguna relacionada con el tema principal de este artículo. Por ejemplo, a través de la ventana vi a una paloma defecando en la terraza. Y me dio envidia. Ahora que lo pienso, eso sí está un poco relacionado con el tema principal. Pero bueno, ya está escrito.

lunes, 8 de octubre de 2012

El vientre de un blogger. (II)




(Viene de la primera parte )

No pertenezco a ese grupo de personas que ante cualquier molestia sale corriendo llena de zozobra hacia el consultorio médico. En mi opinión la medicina se ha convertido en una especie de causa judicial de trámite lento, donde uno debe ir reuniendo evidencias de lo enfermo que se encuentra para que al final alguien dicte un diagnóstico-sentencia, que luego será apelado y corregido hasta que, con suerte, la cuestión de fondo devendrá abstracta porque usted se habrá curado, habrá fallecido, o habrá aprendido a vivir con lo que sea que le molestaba al principio.

Con esto en mente, cuando llego a la instancia de ser recibido por un facultativo voy preparado para describir mis síntomas, su evolución, lo que he hecho para combatirlos y su resultado, todo con sus correspondientes referencias temporales. Creo que de esa manera ahorramos tiempo, el profesional tiene la información resumida, sin anécdotas intrascendentes y sabe lo que uno ha probado de manera que no tiene que repetirlo.

Todo es inútil, por supuesto: el doctor me trata exactamente  igual que al paciente que va y le dice  "tengo como un dolor más o menos por acá, creo".

Esta no fue la excepción, el galeno fingió escucharme, me dio una serie de órdenes para análisis de sangre y orina, otra para una ecografía abdominal (tal vez sospechara que estaba embarazado) y, despertando en mí el pequeño destello de una esperanza naciente, la receta para adquirir en la farmacia un laxante de potencia industrial.

Todos los estudios llevan tiempo, pero comprar el poderoso elixir laxativo me llevó apenas unos  minutos. Luego de leer rápidamente el prospecto que acompañaba la botellita y comprobar que entre sus efectos secundarios "poco probables" estaban la ceguera, la esquizofrenia, la caía de uñas y la muerte (tengo la teoría de que cualquier medicamento serio debe incluir entre sus efectos la baja probabilidad de efectos secundarios espantosos), me mandé un trago ahí mismo ante la mirada curiosa de un par de transeúntes.

Ah, cuánta fe había depositado en ese líquido denso, transparente y dulzón, que habría de disciplinar a fuerza de moléculas a mis intestinos díscolos. Con serena confianza, mientras salían los resultados de mis análisis con el invariable signo de la normalidad, ingería tres veces por día la pócima definitiva.

La fe se pierde de a poquito. No es que un día uno se levante de la cama  con talante de apóstata, hacen falta pequeñas desilusiones, una cantidad de promesas incumplidas, una serie de evidencias que van royendo las bases de la confianza.
En mi caso bastaron dos semanas de libar cucharada tras cucharada del pegajoso brebaje, que no sólo no mejoró en nada mi peristalsis, sino que me provocó un efecto secundario que podríamos  calificar , al menos, de incómodo
En efecto, no sufrí ceguera ni esquizofrenia ni caída de uñas, pero quizás como una alegoría de lo insustancial de las promesas incumplidas, comencé a acumular gases intestinales de manera dolorosa y alarmante. Y a liberarlos de manera que alarmaba a todo el que estuviera en un radio de unos doce metros. Es muy posible que la ceguera, la caída de uñas y la esquizofrenia fueran, después de todo, efectos secundarios que hayan sufrido quienes hayan sido expuestos a mi presencia durante esos gaseosos días.

Volví a ver al doctor con los resultados de los estudios y con el abdomen henchido de anhídrido carbónico, nitrógeno, oxígeno, hidrógeno y algo de metano. Le conté de la nula eficacia del remedio que me había recetado, y de lo mal que estaba resultando el asunto para mi entorno más cercano, incluyendo animales y plantas. Ilustré mi exposición con la liberación de una muestra de exquisita calidad, con un toque de anhídrido sulfúrico que remitía inmediatamente al aroma particular de los huevos podridos. 
Por más curtido que hubiera estado con los años de profesión, el clínico no pudo evitar un parpadeo rápido y un gruñido cargado de comprensión y náuseas. 
Me habló de laxantes sistémicos, ecuménicos y aristotélicos (bueno, algo así, la verdad es que no le estaba prestando mucha atención), de la pérdida de motilidad, de las posibles causas de obstrucciones intestinales, de la dieta, del stress, en resumen, intentó tranquilizarme de muchas maneras sin notar que yo no estaba nervioso, sino harto.

Era hora de acudir al especialista. 

Tal vez los amables lectores se pregunten por qué no fui al especialista en primer lugar. La razón es obvia : porque es un especialista. A no ser que el problema esté claramente delimitado (un hueso roto nos hace ir al traumatólogo , sin dudas), los especialistas solamente se fijan en su área de expertise , y ya podemos ir nosotros con un ojo fuera de la órbita, que el dermatólogo lo único que nos dirá es que tenemos el cutis un poco seco, o que ese lunar no le gusta nada.
Por eso siempre llego al especialista después de haber perdido una generosa cantidad de tiempo con un generalista que no me ha dado ningún diagnóstico. 

En esta oportunidad el especialista indicado se llama gastroenterólogo , un nombre bastante feo para una actividad que supone hurguetear por lugares un poco desagradables. Pero cada quién con su vocación, vea. Incluso hay escribanos.

El gastroenterólogo fue muy expeditivo. No llegó a escuchar mi historia completa, miró por encima todos los análisis y dijo inmediatamente, "acá hay que ver si hay un caño tapado, y por qué". Un sabio, el hombre.
Y bueno, continuó, "nosotros tenemos una sola manera de ver si hay un caño tapado", así que...

Así que me fui de la entrevista con el especialista con una orden para hacer una serie de estudios prequirúrgicos con vistas a un procedimiento llamado videocolonoscopía, cuyos complejos detalles técnicos resumiré en pocas palabras : me iban a meter una pequeña cámara de televisión por el antifonario para ver lo que tenía adentro.

(Continuará)

Buenas noches



PD: ¿Ya votó a este blog en las categorías "Personal" y "Humor" de los Premios Bitácoras? No quisiera alarmarlo  pero la cosa no va tan bien como otros años, que a esta altura ya estábamos entre los tres primeros. Está bien, no le importa. Bueno, entonces hágame el favor, porque sí nomás, porque yo se lo pido.  Si le da mucho trabajo hacer click en el botón de arriba y a la derecha de la pantalla, puede hacer click AQUÍ . Ah, ¿eso también le cuesta? Bien, me rindo. Qué barbaridad. 



lunes, 1 de octubre de 2012

El vientre de un blogger. (I)


En gran medida, somos criaturas de costumbres. Algunas usanzas son dictadas  por la conveniencia, otras por la necesidad o la simple repetición, y otras, por qué no, por el placer derivado de ejercerlas.
El cuerpo humano, merced a complicados mecanismos de los cuales apenas nos enteramos, provee cierto número de conductas que  genéricamente podrían clasificarse como "tareas de mantenimiento". Expulsar los deshechos que resultan del proceso digestivo es una de ellas.


Con helvética regularidad y satisfactoria eficiencia, mi cuerpo se ocupaba de esos asuntos de una manera tan conveniente, que salvo emergencias originadas en un abrupto y desequilibrante cambio de dieta o en el ataque de un agente patógeno, se podía poner en hora un reloj basándose en la oportunidad de mi visita matutina a los servicios.

Tal eficacia evacuatoria me mantuvo toda mi vida alejado de conceptos tales como laxante, purga, estreñimiento, tránsito lento. Difícil tarea representaba para mí experimentar  empatía con un ser humano imposibilitado de realizar sus expulsiones sin esfuerzo.

Y un día entre los días,  sin previo aviso, sin existir una transformación paulatina, una decadencia gradual o al menos una catástrofe justificatoria, tan arbitrariamente como suceden las maldiciones y las auditorías fiscales, mi excelencia en los ventrales menesteres, simplemente se esfumó. 
Las sesiones matutinas se convirtieron en un ejercicio de futilidad, y la actividad de mi tracto digestivo, algo de lo que era tan poco consciente como de los latidos de mi corazón o del hecho de respirar comenzó a ocupar más y más espacio en mis reflexiones.

¡Oh, época dorada de aurorales deyecciones, oh, privilegio peristáltico, maravilla intestinal, oh, mágicas entrañas!
Como un amante que descubre la valía de su pareja luego de perderla, como un niño que ha perdido su infancia, así me encontraba. Y con un humor de perros, claro. De perros estreñidos.
Al principio me lo tomé con calma. Incluso los mejores amantes habrán tenido sus percances durante los lances venéreos, unos días de desequilibrio en las tripas no eran para hacer una cuestión de estado.

Pero el desbalance entre lo comido y lo descomido continuó, y entonces hice lo que cualquier persona decente que tiene en cuenta su salud hace en estos casos: investigar en Internet.
Gracias a la red de redes, que nunca miente, que todo lo sabe y todo lo publica, conseguí unas siete mil recetas caseras para curarme el estreñimiento y unos cuatrocientos diagnósticos para mi condición, que abarcaban desde una maldición gitana hasta el envenenamiento con las secreciones de una planta que crece en el Tibet, a unos 4000 metros sobre el nivel del mar en una maceta que tiene un primo segundo del Dalai Lama en un balcón de su casa, pasando, claro está, por alternativas más probables y menos risueñas.

Imposibilitado de procesar tal cantidad de información sin caer en la locura, hice lo segundo que cualquier persona decente que tiene en cuenta su salud hace en estos casos: ignorar el problema un tiempito, a ver si se arreglaba solo.

Pequeña digresión: esta conducta perece irresponsable, pero en el fondo, a no ser que el síntoma sea que uno se acaba de amputar un brazo con una motosierra, es parecida al procedimiento médico estándar. Ellos nos revisan, y si no están seguros del diagnóstico nos recetan algún placebo y nos hacen regresar a verlos en dos semanas. Qué otra cosa sino confiar en la muchas veces inexplicable y siempre maravillosa capacidad de de autoreparación del cuerpo humano es eso.

La estrategia de la ignorancia no dio resultado. Podríamos decir que la ignorancia nunca es una buena estrategia, pero aquí no estamos intentando educar a las masas, apenas si estamos relatando mis miserias.
El asunto es que el balance continuó siendo netamente positivo, y empecé a preguntarme donde estaba acumulando reservas de dudosa calidad. Aunque palpar mi vientre tenso como un tambor podría haberme dado una pista. Caramba, lo que no había podido lograr con vigorosos ejercicios abdominales lo estaba obteniendo con relleno sanitario.

La siguiente etapa lógica en la evolución del paciente que aún se resiste a serlo de manera oficial, es probar con toda clase de remedios caseros para su dolencia. 
Fueron días de yogures mágicos, purés, panes integrales, frutas, verduras, evitar carnes y grasas, todos procedimientos que en el mejor de los casos pueden haber colaborado en convertirme en el cadáver más saludable del cementerio, pero que no contribuyeron un ápice a la desopilación buscada.

Era hora de darle una oportunidad a la ciencia, es decir automedicarme con un laxante de venta libre.
Mentiría si dijera que no hubo un cambio. Pero no en el sentido esperado, ya que si bien mis exportaciones fueron igual de exiguas, mutaron grandemente en su calidad. Para peor. Lo que antes eran unos pequeños trocitos de material compacto, ahora eran unas cuantas gotas de tristeza semilíquida. Que además eran acompañadas por un despliegue sonoro francamente exagerado. Mucho ruido, y nada que se pareciera ni remotamente a la más humilde de las nueces.

Y entonces, sólo entonces, luego de haber agotado todas las alternativas, con la seguridad de no padecer una molestia pasajera, sino por el contrario, representar un desafío médico, un enigma científico, algo a lo que no tuvieran más alternativa que ponerle mi nombre, con la secreta convicción de padecer el aún no descubierto síndrome de Bugman, acudí a un doctor.

(Continuará)

Buenas noches.

PD: Casi me olvido...¿ya votó por este blog en los Premios Bitácoras? Haga click en el botón, arriba, a la derecha de la pantalla. No sea ídem, por favor.







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