lunes, 28 de febrero de 2011

Bugman en Twitter

Profundizando la política que acabo de adoptar acerca de abandonar viejos prejuicios para abrazar nuevos, he decidido abrir una cuenta en Twitter. Todavía no estoy seguro de qué voy a escribir allí, y existe la probabilidad de que me pase lo mismo que me sucedió con Facebook, pero parece que me estoy perdiendo de mucho, y a mí no me gusta perderme de mucho.
Ahora bien, ya es conocido el problema que tengo con el usuario Bugman, que ha sido tomado por un individuo que está construyendo una cascada desde octubre de 2007, y no parece dispuesto a cederme gentilmente su nombre. (A pesar de que yo lo uso desde antes que él, no hay Justicia, señores, no hay Justicia).
Incluso, siguiendo las instrucciones de Paper  hice un reclamo a Twitter, pero me dicen que aunque no se vea públicamente la actividad del cascadero, su cuenta no cumple los requisitos para ser desactivada (con lo cual resulta que el usuario tiene una actividad secreta, cosa que me parece muy bien, no sabía que se podía hacer eso en Twitter).
Así las cosas, debo elegir un usuario alternativo.
Tengo para mí que entre los amables lectores hay unos cuantos que además de bloggers, son twitters, o twitteros, o tweetistas o como se diga. Para ellos es la pregunta (aunque también pueden dar su opinión los que no tengan nada que ver, porque es inevitable que la gente opine sobre cuestiones de la que no tiene la menor idea, de otra manera no existirían las elecciones):

¿Qué nombre de usuario, teniendo en cuenta que Bugman ya está ocupado, debería elegir en Twitter?

Las sugerencias, en los comentarios. Si algún nombre se repite muchas veces, lo tomaré. Si no, elegiré entre todos los que me sugieran, siempre y cuando Twitter me lo permita. Y si no me gusta ninguno, lo inventaré yo mismo, que para pedir sugerencias soy mandado a hacer, pero para aceptarlas soy rebelde. Muchas gracias.

♫Tendremos Bugman twittero,
a pesar del cascadero.
Cataplín, cataplín, cataplero.♫


Buenas noches.


ACTUALIZACIÓN (01/03/2011): Ya me decidí. @Mr_Bugman será. Gracias a todos.
ACTUALIZACIÓN 2 (01/03/2011) : Caramba, ya tengo mi primer seguidor en Twitter. ¿Y ahora qué tengo que hacer? (¡Gracias, @hielasangre !)

jueves, 24 de febrero de 2011

He vivido equivocado

De vez en cuando llega el momento de reconocer la invalidez de un prejuicio más o menos arraigado. Y ese momento, para mí, es ahora.


Durante mucho tiempo estuve mirando con actitud de perdonavidas a esos individuos poseedores de teléfonos celulares de última generación (los lamados smartphones) que, hechizados por quién sabe qué demonio tecnológico, empleaban cualquier momento disponible para hacer quién sabe qué cosas con sus dispositivos, manipulando diminutos teclados y deslizando sus dedos sobre las pantallitas embarradas de secreciones.

Orgulloso, le decía a quien quisiera escucharme(*) que mi antiguo teléfono era sólido, virtualmente indestructible, barato, simple de utilizar y servía a todas mis necesidades de comunicación, esto es, hacer y recibir llamadas (en realidad, casi siempre recibirlas, por lo cual además gozaba de la ventaja de poder manejarme con un abono ridículamente económico). No eran para mí, decía, esos adminículos llenos de funciones innecesarias, espantosamente caros y voluminosos, que en virtud de su diseño sofisticado requerían tiernos cuidados y toda clase de precauciones. Además, razonaba, ¿quién quiere estar recibiendo a cada rato  mensajes de correo electrónico en su teléfono celular? Vamos, si existiera un verdadera urgencia nos llamarían, que para eso se inventaron estos aparatos. Navegar por Internet desde cualquier lugar tampoco era una necesidad impostergable, habida cuenta de que paso la mayor parte del día conectado a la red desde mi oficina.

Pero, a raíz de una serie de cuestiones personales y laborales, mi uso moderado del teléfono celular tuvo que convertirse en intensivo, y me vi obligado a complementar mi ridículamente económico abono con sucesivas recargas de crédito, con lo cual el aspecto económico fue relegado y se manifestó con fuerza el costado ridículo. Y, extrañamente, comencé a recibir mensajes de texto reclamándome que leyera inmediatamente mi correo electrónico, circunstancia que me obligó a hacer cosas tan estúpidas como cargar a todas partes mi notebook junto con uno de esos módems USB para conectarme a Internet, cuyo funcionamiento suele ser, cuando menos, temperamental. Por supuesto, el uso de ese modo de conexión también sumaba lo suyo a mi presupuesto de comunicaciones.

Así las cosas, resistí un par de semanas hasta que me vi obligado a tomar el primer paso de un camino sin retorno: fui a la compañía que me provee del servicio celular a averiguar cuáles eran mis alternativas. 
Debo confesar que iba dispuesto a que me maltrataran, me quisieran obligar a cambiar mi número telefónico, me presionaran para que adoptara un plan de llamadas y datos y cosas carísimo, en fin, que me hicieran sentir la santa indignación de un consumidor insatisfecho. No era alguna clase de torcida perversión masoquista lo que me animaba a adoptar esa actitud de prevención pesimista, sino el hecho de que había intentado hacer esas gestiones en forma telefónica, encontrándome con impenetrables barreras formadas por contestadores automáticos repletos de opciones que me llevaban por tortuosos caminos hacia ninguna parte, operadores fastidiados y demoras debilitantes. Siempre me resultó curioso que una empresa de telefonía fuera tan poco amigable en sus comunicaciones telefónicas.

En resumen, mi ánimo al entrar en las modernas oficinas de la compañía de teléfonos celulares era fancamente beligerante. 

Son malvados. No hay duda. De otra manera no se explica que hayan derribado desde el primer momento mis honestas expectativas de agravio. Tal vez haya sido el hecho de que fuera temprano y no hubiera casi ningún cliente esperando, o que los empledos hubieran recibido la noticia de un aumento de sueldo o la amenaza de un potencial despido, pero me atendieron en contados minutos, me asesoraron con eficiencia, me hicieron recomendaciones válidas teniendo en cuenta mis necesidades de comunicación actuales y con encomiable paciencia me fueron mostrando las ventajas y limitaciones de cada teléfono del catálogo. 

Salí de allí completamente desconcertado, con una oferta que incluía conservar mi número, un plan de precio razonable comparado con lo que estaba gastando con mis incómodos, caros e ineficientes métodos, y un teléfono  de alta gama reservado a mi nombre por 24 horas por si me decidía a comprarlo. Repito, son malvados.
Por si fuera poco, había una de esas promociones que otorgan un descuento si uno paga con la tarjeta del Banco Fulano, e increíblemente yo tengo la tarjeta del Banco Fulano, y entonces me di cuenta de que en realidad no había ninguna decisión que tomar: el Universo ya la había tomado por mí.

Al otro día llegué unos minutos antes de que abrieran, debido a mi ansiedad y a mi temor de dejar escapar uno de esos momentos tan poco frecuentes en los que todos los factores parecen alinearse en armonía.
Y tampoco hubo inconveneinte alguno: el teléfono efectivamente estaba reservado a mi nombre, el trámite de cambio de equipo y plan fue rapidísimo (sospecho que ya lo tenian a medio hacer, tanta era su confianza), me dieron el código para desbloquear mi antiguo aparato y hacer de él lo que se me diera la gana y a los diez minutos yo estaba en la callle nuevamente confundido, con un aparato en la mano aparentemente capaz de cambiar la trayectoria de un misil balístico intercontinental, decirme de qué era una empanada sin necesidad de morderla y, con cierta probabilidad, permitirme mantener conversaciones a viva voz con otras personas.
(Continuará)


Buenas noches.


(*) Aunque es probable que muchos no quisieran.

lunes, 14 de febrero de 2011

Cositas sueltas 30



-Hay tantos asuntos que requieren mi atención, que este año las vacaciones me las tengo que tomar fraccionadas:  cada tres horas, me voy 6 minutos.

-Me compré uno de esod teléfonos nuevos que hacen de todfo. Afhora misno esdtoy ezcrihiendo exte artpículiko desfde el telfdontitho. Pensdé queltecladko pequñlito iba asert incomomodo, pero nasda quever. Una maasravillla.

-De ninguna manera me estoy haciendo viejo. Lo que pasa es que las jovencitas vienen cada vez más jovencitas. Debe ser por el calentamiento global.

-Si usted no puede ser talentoso, sea raro. La mayoría de la gente no notará la diferencia.

-Cada vez que pienso que lo peor ya pasó, resulta que lo peor se olvidó de alguna cosa y vuelve a buscarla.

-¡Sonría! ¡Estos son los buenos viejos tiempos que añorará en su vejez!
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