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Estaba caminando tranquilamente por la calle, silbando bajito una vieja tonada finlandesa (o tal vez danesa, nórdica en todo caso) cuando sucedió.
En dirección opuesta a la que yo llevaba, con paso ligero y cara de "en cualquier momento salgo en los diarios", apenas si notó mi estupor. Al acortarse la distancia que nos separaba y advertir, ahora sí, que me había quedado estático y mirándolo de hito en hito, me dedicó una mirada de aquellas que harían partir a un diamante por su propia voluntad. Y en ese momento hizo el gesto máximo. Levantó una sola ceja.
Solo entonces reaccioné y le dediqué una semisonrisa, levantando a su vez mi ceja. Y él correspondió de la misma manera.
No se detuvo, de manera que yo reinicié mi caminata, y los dos nos alejamos, ahora con la misma cara de "y eso qué demonios fue?"
Me volví a mirarlo mientras la distancia entre nosotros aumentaba, para disfrutar del raro privilegio de ver cómo es uno de espaldas sin necesidad de espejos.
Y es que, queridos lectores, por si hasta ahora no se dieron cuenta, me encontré con mi doppelganger. La misma calva, el mismo gesto de pocos amigos, la misma mirada de odio ante un idiota que lo observaba insistentemente. Vestido con una ropa que yo mismo podría tener. Apurado como yo mismo puedo estar. Probablemente en este momento esté escribiendo en su propio blog un relato de su encuentro, porque obviamente yo soy "su" doppelganger.
Así que señores, les prevengo. Somos al menos dos. Quién sabe si en otras ciudades, otras provincias, otros países no hay más.
Pero no creo que podamos nunca organizarnos para tomar el mundo, sojuzgar al resto de la raza humana y cambiarle el nombre a todas las personas que no sean nuestros dobles (propongo que todos los demás se llamen "coso" o "cosa") porque por desgracia, yo y por fuerza todos mis doppelgangers somos antisociales y de ninguna manera nos dirigiríamos la palabra. Mucho menos nos reuniríamos en grandes grupos. Con lo que odiamos las multitudes.
Buenas noches.
1 comentario:
¡Genial!
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