En estas épocas donde hasta el potus de la familia tiene correo electrónico, lo único que llega a nuestros domicilios impreso y adentro de un sobre son cuentas por pagar o intimaciones a pagar cuentas. Podríamos considerar entre estas últimas a las infracciones de tránsito, que ahora vienen con una preciosa fotografía del vehículo infractor atrapado in fraganti.
Y allí estaba, un poco sucio, el Bugmóvil invadiendo desconsideradamente una senda peatonal. Pecatta minuta, podría decirse, pero no deja de ser una infracción. Siguiendo las instrucciones que figuraban en la simpática misiva, me presenté ante una delegación municipal para hacer mi descargo frente a un controlador de tránsito. Intenté eludir el trámite, ofrecí pagar la multa sin protestar, pero aparentemente las autoridades municipales le dan mucha importancia a eso de permitir que uno se defienda, aún cuando no hay defensa posible.
Mientras esperaba pensé en exponer mi caso de alguna manera ridícula para dejar en claro mi disconformidad con el procedimiento (en realidad este no es un automóvil, no se si escuchó hablar de los autobots ; sí, está bien, invadí la senda peatonal, pero sólo porque iba conduciendo borracho, drogado, hablando por el teléfono celular y con los ojos vendados), pero mi confianza en el sentido del humor de los empleados municipales se fue disipando a medida que fui viendo sus rostros, de manera que cuando me tocó el turno saludé a la señora que me esperaba del otro lado del escritorio y me dispuse a escuchar la cifra que me correspondería desembolsar.
Debo reconocer que la señora era muy amable, se dirigía a mí con toda corrección y me miraba cuando hablaba, cosa rara en empleados que por lo general no levantan la vista de los papeles ni la desvían de la pantalla de su computadora.
La funcionaria estudió mi caso, y me preguntó si necesitaba el Certificado de Libre Deuda. No, la verdad es que no lo necesitaba. Me miró un poco extrañada.
-¿Usted no está por vender su automóvil?- me preguntó.
-La verdad es que no, ¿por qué lo pregunta? -contesté.
- Bueno, es que todo el mundo viene a solucionar sus multas cuando está por vender el auto...usted...¿usted viene por su propia voluntad? Por...¿responsabilidad? - dijo la mujer, y la verdad es que la forma en que me miraba me puso un tanto incómodo. Era esa mirada que ponen las maestras cuando les mostramos un dibujo especialmente bien hecho y ellas sospechan que recibimos ayuda de alguien más.
-Bueno...sí...no se...en ese papel dice que me tengo que presentar, y entonces vine...-respondí, algo dubitativo.
-¿Podría, Señor....Bugman -tuvo que fijarse en el formulario para eso-esperar aquí un momento?
-Bueno, espero.
La burócrata se levantó de su silla con agilidad y premura sorprendentes y se dirigió a un señor que tenía aspecto de burócrata de grado superior. Desde donde me encontraba no alcanzaba a escuchar la conversación, pero el señor sacudía la cabeza con incredulidad. La mujer me señaló, los dos me miraron desde la distancia, y yo, cada vez más incómodo, les sonreí y los saludé con la mano. Y entonces ambos vinieron.
-Señor Bugman, la controladora aquí presente me asegura que usted está aquí para cumplir con el trámite de infracciones, pero no porque deba regularizar su situación para poder vender el vehículo, sino porque considera que es su deber hacerlo. ¿Es esto correcto?-me dijo el burócrata superior.
-Yo...eh...ahí dice que tengo que presentarme...yo...caramba, no se...entendí que tenía que presentarme, es que ahí dice...¿ve? ahí mismo.-respondí, tímidamente, mientras señalaba la notificación que decía, precisamente, que debía presentarme.
Se miraron. Me miraron. Asintieron con un movimiento de cabeza. El burócrata superior sacó un silbato del bolsillo y lo sopló con todas sus fuerzas.
La cansina actividad de la dependencia se detuvo al instante. Un par de segundos después, todos los empleados se levantaron de sus sillas y comenzaron a aplaudir. Al principio despacio, sin demasiado entusiasmo, pero alentados por el burócrata mayor, que agitaba los brazos, el "clap,clap" fue creciendo hasta que se convirtió en una salva atronadora. Y todos me miraban y sonreían, y me señalaban y asentían.
No se de dónde salieron los globos, el papel picado, las cornetitas y los sombreros. No alcancé a identificar en qué momento se formó el trencito y se pobló de empleados y ciudadanos con creciente nivel de alegría.
¿Estuvieron allí todo el tiempo las dos ñiñitas primorosamente vestidas de blanco que se me acercaron y me entregaron un ramo de rosas?
¿Y quién empezó con el coro "Porque es un buen ciudadano / porque es un buen ciudadano / porque es un buen ciudadano / ¡lo queremos destacar! "?
Me levantaron en andas y me pasearon por toda la enorme sala, y luego me arrojaron para arriba como en los casamientos. Casi todas las veces me atajaron.
Lentamente, la algarabía fue cediendo. Me depositaron en el piso con delicadeza, muchos me estrecharon la mano, alguien me pidió permiso para sacarse una foto conmigo, una señora con aspecto de empleada pública de las que figuran en el inventario de la repartición me abrazó mientras lloraba y repetía..."usted....usted...".
Y entonces me quedé solo otra vez frente a la señora que me había atendido originalmente. Me indicó que tomara asiento en la silla frente a su escritorio, justo donde todo había comenzado.
-¿Qué...qué fue...eso?-pregunte balbuceando, mientras me pinchaba con las espinas del ramo de rosas.
-Son cosas nuestras-respondió en tono súbitamente serio.
Y me reprendió por mi falta de tránsito, me aplicó una sanción, me recomendó que no lo volviera a hacer y me quitó cinco puntos del registro.
Pagué la multa en la caja, y cuando salía, le regalé el ramo de rosas a la señora que me había abrazado llorando. Ella lo recibió, lo examinó brevemente, y sin decir nada lo arrojó a la basura.
Buenas noches.