domingo, 18 de diciembre de 2011

Erre con erre (y cuatro)


El primero en responder fue el señor de generoso tonelaje. Y por su respuesta, pude deducir dos cosas, a saber:
a) El coche comedor se encontraba en una posición elevada.
b) El caballero me confundía con un horticultor extranjero, presumiblemente italiano.

Porque, en efecto, lo que dijo el abultado varón fue : El comedor te lo voy a bajar yo, gringo dell'orto.(*)
Inmediatamente la señora de aspecto severo se puso a recriminarle una supuesta actitud incivil para con el extranjero que nos visitaba (que vendría a ser yo) y a hacer una encendida defensa de la actividad turística y sus ventajas para el país anfitrión. Mientras tanto, la señorita aprisionada profería una risita nerviosa.

Me pareció que la conversación llegaba a un punto muerto, de manera que aprovechando otra exhalación avinagrada me paré y, anunciando que pronto volvería, me dispuse a localizar el bendito comedor por mis propios medios.

Recorrí, no sin dificultad, debido a que había numerosos pasajeros  viajaban parados (unas condiciones de viaje a todas luces inaceptables, pero curiosamente nadie se veía alterado ni disconforme) toda la formación, y no encontré lugar alguno donde sirvieran comidas, es más, tampoco transportaba mesas este convoy.
Luego recordé que, según mi experiencia, algunos trenes, seguramente en aras de optimizar la cantidad de pasajeros transportados, no destinan ningún espacio especial para comer, sino que proveen un servicio de sándwiches y bebidas que un empleado transporta en un carrito y va ofreciendo a los viajeros en sus propios asientos. Ah, el caballero robusto me había jugado una broma, y yo había caído como si realmente fuera un campesino de la Toscana.

Volví a mi puesto con la intención de saludar la humorada, y para mi sorpresa lo encontré ocupado por otra persona, en este caso un jovencito que llevaba ropas demasiado grandes para su talla y coronaba su testa con una gorrita como la que usan los jugadores de baseball.
Procurando no hacerlo sentir incómodo por la confusión, le expliqué que ese era mi lugar, y les pregunté a mis otros compañeros de travesía si habían prevenido al recién llegado de la circunstancia.

Con la cadencia propia de un pizzicatto, el joven de ropa holgada y gorrita me contestó algo que yo interpreté como la sugerencia de dirigirme hacia otro lugar en forma perentoria. Me dijo : Rajá, pelado. No encontré apoyo a mi reclamo de pertenencia en ninguno de mis ya antiguos colegas de travesía: la señora de aspecto severo miraba con nerviosismo por la ventana, súbitamente interesada en la vegetación urbana, la señorita comprimida había descubierto su vocación por escudriñar el piso y el señor rollizo soltó una salva de eructos para festejar la ocurrencia del jovencito.

Suele decirse que ignorar la injusticia cometida contra uno es la forma más elegante de la soberbia, y con un poco de soberbia, un poco de elegancia y un poco de mareo debido a los efluvios que el sonoro y gutural homenaje había esparcido en el ambiente, seguí la sugerencia del muchacho de gorrita.

Luego de deslizarme entre los muchos cuerpos cuyos portadores no parecían dispuestos a mover para franquearme el paso, actividad en la que estaba adquiriendo bastante práctica, encontré cerca de una puerta un espacio lo suficientemente amplio como para estacionarme sin compartir el aliento de media docena de personas. Y allí me dispuse a esperar el carrito de los sándwiches, preguntándome a la vez cómo habría de maniobrar su conductor para desplazarlo entre tanto humano inmóvil.

Nunca me enteré, ya que jamás se presentó. Otra queja que pensaba presentar al Presidente de Union Internationale des Chemins de Fer para América Latina apenas tuviera la oportunidad.
Sin embargo, sí se aparecieron numerosos vendedores ambulantes de toda clase de productos maravillosos, anunciando a viva voz las inmejorables condiciones comerciales en las que, por única vez, podían expender los mismos. Era prácticamente un regalo, una oportunidad imperdible de adquirir bienes de excelente calidad a un precio irrisorio.

Al final de mi viaje, yo era el feliz poseedor de una linterna cuyas baterías se recargaban accionando una manivela, un juego de rotuladores de colores, una práctica tijera china plegable, un completo set de agujas de coser (incluyendo un novedoso adminículo que servía para enhebrar), tres libritos para colorear, un líquido para quitar manchas, una guía con mapas de la ciudad y todos los recorridos del transporte público de pasajeros, dos cajas de apósitos adhesivos con motivos de Disney y un prolongador eléctrico retráctil de tres metros con conector doble.

También, merced a personas que pedían una colaboración para paliar circunstancias de lo más desgraciadas, recibí tres plantillas de calcomanías que representaban a supuestos personajes de historietas que no pude reconocer, y cuatro estampitas de santos, entre los cuales estaba San Cristóbal, patrono de los viajeros.

Tan entretenido me encontraba haciendo ejercicio del intercambio voluntario de bienes y dinero, que el resto del viaje se me pasó en un santiamén, y casi lamenté bajarme en una parada intermedia y perderme las ofertas que todavía no se habían presentado.

Pero haciendo gala de una disciplina laboral admirable caminé hasta mi oficina, y al llegar calculé el tiempo total de mi travesía. Una hora y media. Unos cuarenta minutos más que en automóvil.

Sobre el viaje de vuelta, la experiencia de esperar en un andén oscuro y solitario durante más de media hora al tren de habría de acercarme nuevamente al hogar y descubrir que venía cargado hasta el tope de individuos para quienes la impenetrabilidad de los cuerpos era sólo una opinión, no he de explayarme en esta oportunidad.

Sólo diré que,  a pesar de que el experimento resultó fascinante, sigo conduciendo a mi trabajo todos los días.

Buenas noches.


(*) Del huerto, en italiano.

12 comentarios:

Dany dijo...

Elija entre volver al pasado.....o cambiar de país...o el teletrabajo.

Lo de "rajá pelado" no lo tome como una mención a su dignidad de rey.....sino más bien como "tomátelas pelado" que no es una incitación a beber....
Bueno....su experiencia indica que no está preparado para hablar con la gente.

Abrazo!

Mecha dijo...

Querido Bugman!

Acabo de volver de un pequeño paseo por el Viejo Continente, y los trenes son EXACTAMENTE como Usted esperaba que fueran aquí.
Es más, yo recorrí un par de vagones para llegar al comedor, me tomé una cerveza sentada en la barra sin que se derramara una gota (el tren casi ni se siente moverse), y finalmente retorné a mi asiento, que continuaba estando desocupado y al cuál identifiqué porque ahí había dejado mi campera y mi bolso de mano, que seguían estando ahí cuando regresé...

Cosa de locos!

Alecleamas dijo...

Ya me temía, mi querido Bugman, un final como el del Eustaquio, el cual me hizo recordar este relato, pero logró evitar las miasmas y las chotacabras.
Saludos.

carancho dijo...

Se hizo desear, Don Bugman.
Como ha tenido el gusto de comprobar, los trenes en este notable paìs son un insulto al gènero vacuno. Ni hablar si se suben humanos.
Entre parèntesis, en el Sarmiento, que sale de mis pagos (Moreno) han tuneado unos vagones con uan gigantografìa del finado Kirchner y el cuasi-finado Chàvez.
Teniendo en cuenta que en ese tren viajan gran cantidad de pungas y faloperos, considero que es un homenaje a sus votantes.
Saludos.

Occam dijo...

...errre con errre carrril / rrruedan que rrruedan las rrruedas, las rrruedas del ferrrocarrril.

Y entre tantas erres, es importante que usted no le erre más, y vuelva a la comodidad de su transporte privado, y esperemos que ningún rrratero rrroñoso rrreventado no lo termine privando de transporte.

Entre tantas maravillas que adquirió, tendría que haber incluido los chocolates Hamlet, un poco marmolados por el calor, y los turrones esos de envoltorio azul y rojo. No serán como los productos del coche comedor, pero engañan el estómago por un buen rato.

Un cordial saludo.

Viejex dijo...

Considérese afortunado, yo tomo diariamente ese tren y todos dicen que esta línea, (Mitre - Linea Retiro Tigre) es la que presta el mejor servicio. Imagínese como serán las otras. Podría despotricar largo y tendido sobre las bondades del tren pero ya me aburro a mi mismo con eso. Usted lo ha hecho con mucho mayor gracia de la que yo podría ser capaz.

JuanRa Diablo dijo...

¡Pero qué experiencia sin igual, Señor Bugman! Si le agarra a usted un ataque de nostalgia por aquel placentero viaje, no dude en dedicar un día al año a repetirlo, y reencontrarse con aquellas gentes sencillas y amables.
(pero recuerde llevar un sangüichito o dos y mucha morralla para hacer trueques)

Qué triste volver a la soledad del auto, qué triste...

El Profe dijo...

No son, por cierto, tiempos para caballeros andantes mi estimado Bugman. Lo bueno es que tales desventuras narradas (en tres entregas)desde una fingida perplejidad condenan certeramente, con fino humor, las penosas condiciones de nuestros ferrocarriles...aún en funcionamiento, a pesar de todo lo que se hizo para hacerlos desaparecer. Un abrazo y ¡Felices Fiestas!

Capitan Manchas dijo...

En fin Pilarín, no se preocupe usted Sr. Bugman que en todas partes cuecen habas.
Felices fiestas y prospero año nuevo para usted, los suyos y todos los argentinos en general.

Bugman dijo...

Dany, elijo volver al pasado, claramente. En el pasado, yo era joven y hermoso. Y menos cínico.
Pero viajaba en tren, eso sí.
Eso de no hablar con la gente lo practico lo más que puedo.

Mecha, por su descripción parecería que usted ha experimentado la indescriptible eficiencia de los trenes británicos. Su puntualidad es casi sobrenatural. Le dan a uno un librito con los horarios de cada día del año, donde están incluidas cosas como que "el tren de las 12:37 a Manchester sufrirá una demora de 37 minutos el día 4 de octubre, por tareas de mantenimiento".

Alecleamas, eso es porque tomé el Mitre. Me parece que en el Sarmiento no me salvaba.

Carancho, una sola vez en mi vida tomé el Sarmiento. En una época tomaba bastante el Roca. La gigantografía la ví en los diarios, y como dije en Twitter, creo que la cantidad de fotografías gigantes de presidentes y líderes en un país es inversamente proporcional al grado de libertad de que gozan sus ciudadanos.

Occam, no tuve la fortuna de encontrarme con un vendedor de productos alimenticios. Cuando yo era casi un niño recuerdo a los que vendían los chocolates Suchard, y si mi madre me los compraba era una fiesta.

Señor Viejex, en mis épocas universitarias tomaba ese tren todos los días. No lo recordaba tan mal. O será que uno soporta más vejaciones siendo joven. O que me estoy volviendo un viejo cascarrabias. O las dos cosas.

JuanRa Diablo, usted, europeo, no tiene idea de lo que son nuestros trenes. Algún día tendría que venir a verlo. Si a mí me pareció una experiencia interesante, a usted le va a servir para escribir una novela.
La soledad del automóvil, sí. Un placer, vea.

Profe, muchas gracias, esa precisamente era mi intención. Y conste que utilicé la línea que atraviesa las zonas más privilegiadas del conurbano bonaerense, no me quiero imaginar lo que debe ser en otras menos favorecidas.
Me encanta el tren como medio de transporte, pero soy consciente de que el irrisorio precio del pasaje no puede resultar en un servicio óptimo.
Los trenes europeos son magníficos, pero caros.
¡Felices Fiestas para usted también!

Capitan Manchas, muchas gracias, felicidades para usted y para sus compatriotas, que la están pasando mal (aunque para nosotros es como si estuvieran casi bien).

Emoción dijo...

Brillante su historia! Para cuándo la próxima parte?
Por otro lado, ¿profe de qué? (yo de chusma nomás)

Emoción dijo...

Brillante su historia! Para cuándo la próxima parte?
Por otro lado, ¿profe de qué? (yo de chusma nomás)

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