El rey de la comedia

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El otro día fui a desayunar a Mc. Donald's. Sí, ya se que el café que hacen ahí es horrible, pero yo tomo té. Además me gusta que me atiendan rápido. Y es barato. Y basta, que me voy a olvidar de la anécdota, caramba.

El asunto es que cuando pagué mi desayuno la empleada se quedó mirando el billete de 50 pesos que yo le estaba ofreciendo y me preguntó si no "tenía más chico".

Tengo incorporadas a mi organización psicofísica una serie de respuestas casi automáticas a determinados estímulos. Son prácticamente reflejos. Puedo evitarlos solamente si le estoy prestando especial atención a lo que estoy haciendo.

Uno de esos reflejos se dispara, justamente, cuando un comerciante me pregunta si no tengo un billete más chico. La respuesta que surge de algún rincón de mi cerebro donde debe haber algunas neuronas especializadas en el humor fácil es: "No, lo siento. Todos los billetes que tengo son del mismo tamaño". Se supone que la gracia de la frase consiste en una confusión entre valor y tamaño, combinada con la convención casi planetaria (hay excepciones) de que todos los billetes, cualesquiera sea su denominación, de determinada moneda nacional mantienen las mismas medidas de ancho y largo. Lo que facilita la confección de billeteras, entre otras cosas.

Normalmente el efecto de mi casi involuntaria humorada varía desde una sonrisa de compromiso hasta un bufido matizado con murmuraciones, pasando por las miradas de reproche y la completa indiferencia. Me apresuro a admitir que cualquiera de esas reacciones puede estar bien merecida.

Pero esta vez, la señorita se rió. Pero con ganas. Pero mucho. Pero fuerte.
Y yo al principio me sentí un poco halagado, porque que le festejen un chiste a uno siempre es un poco halagador, pero la señorita no paraba de reírse y sus compañeros de mostrador la miraban y ella no podía parar.

Y le caían la lágrimas, y se agarraba el estómago, y la compañera de al lado se contagió, porque a decir verdad la señorita tenía una risa de esas que llaman a la risa.

Y ahora eran dos que se reían y no podían parar y se doblaban. Entonces vino un supervisor a ver qué pasaba, y miró a una de las chicas a la cara y cuando lo hizo, ¡zas!, el tipo también se contagió y empezó a carcajear. Para colmo el supervisor tenía una risa realmente graciosa, parecía como un burro con hipo.

A todo esto el público comienzó a mirar con curiosidad la escena, y los que estaban más cerca escucharon la risa del supervisor y les causó gracia, y se empezaron a reir.

Con el expendio paralizado, la cola empezó a nutrirse de nuevos clientes que se preguntaban impacientes qué demonios estaba pasando. Se comprende, no es habitual ver en el mostrador de Mc. Donald´s a tres empleados que en vez de inquirir compulsivamente "¿Desea agregar un jugo?, ¿¿DESEA AGREGAR UN JUGO??", están allí desternillándose de risa.

A esas alturas nadie sabía qué pasaba, ni de qué se reían, pero se estaba armando una especie de tumulto, y yo decidí que mejor me iba y desayunaba en la oficina.

Hace días que no paso por ese Mc Donald's. A lo mejor todavía se están riendo.

Buenas noches.