viernes, 1 de abril de 2005

Crónicas de Viaje : Viva Las Vegas! (Segunda Entrega)

Unos de mis escasos lectores me sugirió que el último artículo era tan aburrido como una colisión de tortugas. Muy bien, Señor Divertido, espero que este le guste más. Si no es así, le sugiero lecturas más amenas, como la Guía Telefónica de Chañar Ladeado o el Manual de Uso de la Aspiradora Hoover Aspiflex 75.

Bien, por si alguno de ustedes no tiene ganas de leer el artículo que precede a este, estuve en Las Vegas.Como podrán deducir gracias a las películas, el negocio de esta ciudad son los juegos de azar en todas las formas imaginables. Estar en Las Vegas y no pisar un casino es casi impensable; están por todas partes. Hasta el más zaparrastroso de los hoteles tiene su colección de mesas de ruleta, blackjack, baccarat, punto y banca, poker, pai-go poker (no me pregunten qué demonios es) y muchos, pero muchos "slots", que nosotros llamamos "tragamonedas". Y eso es lo que hacen estos aparatejos infernales, se fagocitan los "quarters" con unos sonidos que uno podría jurar que son de satisfacción. Hay máquinas de 5 centavos, de 25 centavos y de 1 dólar. La velocidad con que se puede perder dinero sentado ahí es asombrosa. Verán, yo no soy un fanático de estas cosas, pero estar en Las Vegas y no apostar aunque sea un poquito es casi una profanación, así que en un par de ocasiones invertí todo un dólar en las máquinas de 5 centavitos dispuesto a tener unos minutos de emoción. No creo que haya durado un minuto completo. Lo más humillante fue ver cómo la mujer que daba bebidas gratuitas a los apostadores ni siquiera se me acercó, debo tener aspecto de poco solvente. En todo caso, no estaba dispuesto a darle propina. La fortuna me sonrió una vez : gané como 6 dólares. Que procedí a perder en forma inmediata. Los apostadores de maquinita son notables, aceptan sus pérdidas y sus eventuales ganancias sin que se les mueva un músculo. Dan la impresión de estar trabajando en una línea de producción en serie. Aprietan los botones a veces sin siquiera mirar, y algunos juegan en dos o tres máquinas simultáneamente. Calculo que si algun distraído intenta jugar en una de las tragamonedas que ellos controlan, puede ser degollado con una monedita. Las maquinitas son las preferidas de las ancianas. Están allí sentadas por horas, jugándose,supongo, sus jubilaciones. Claro que ellas tiene mejores jubilaciones que las nuestras.

Es muy fácil perder la noción del tiempo en un casino de Las Vegas. Cuidadosamente, mantienen la misma iluminación durante todo el día, y no hay relojes a la vista. Escuché un diálogo entre una de las camareras y un cliente, donde este último le pregntaba la hora, y ella contestaba "It´s gambling time" (es hora de jugar).

Además de los slots y las mesas (donde los apostadores sí se entusiasman), hay un sector donde se puede apostar a los deportes. Ahí la gente apuesta a los resultados del fútbol, básquet, caballos, lo que se les ocurra. Se diría que hasta timbean con los hoyos de un juego de golf.

Las Vegas es caro, sobre todo para un latinoamericano devaluado. Hay sin embargo en algunos hoteles restaurantes económicos del tipo "all you can eat", o sea "tenedor libre". Allí fuimos más de una noche, a pagar la friolera de 16 dólares por barba para atiborrarnos de camarones y patas de cangrejo. A propósito de las patas de cangrejo, nunca lleven a una dama a comer eso en su primera cita. El espectáculo de un caballero destrozando esos tubos acorazados para obtener su pulpa con la única ayuda de sus manos y dientes es francamente desagradable, y decir la mejor de la frases románticas con la barbilla chorreante de jugo de limón y filamentos de carne de crustáceo arruina el efecto.

Otra característica propia de esta ciudad es su clima extremadamente seco, típica del desierto que la rodea. Si a esto unimos pisos alfombrados por todas partes, obtenemos grandes cantidades de electricidad estática que se acumula en nuestros cuerpos y que se descarga cada vez que tocamos algo con conexión a tierra. Es notable el espectáculo de gente pegando saltitos cada vez que se saluda, agarra un picaporte o un pasamanos. En la exposición que fue el motivo de este viaje, los desdichados que debíamos hacer demostraciones de nuestros productos nos las veíamos en figurillas para disimular las pequeñas electrocuciones en frente de los clientes, y debíamos descargarnos preventivamente antes de darles la mano. A raíz de esto, desarrollé una curiosa forma de relacionarme con los objetos que me rodeaban, tocándolos siempre con prevención y retirando la mano como si estuvieran hirviendo. Sí ya sé, todos hemos pasado alguna vez por la experiencia de echar alguna chispa, y hemos sobrevivido lo más bien, pero si les pasara eso cada 10 minutos promedio, les aseguro que empezarían a portarse de forma rara, como las ratas de laboratorio. Saben cuántos voltios tiene una chispita de esas? Aproximadamente muchísimos.

El ajetreo del día unido al hecho de que nuestros ritmos circadianos estaban un poco desajustados por el cambio de horario (5 horas de diferencia con Buenos Aires) hacía que la mayoría de las noches mi socio y yo estuviéramos durmiendo a más tardar a las 10 de la noche. Pero como en esas latirudes a las 6 de la tarde ya estaba oscuro, eso no impidió que una vez terminado el trabajo diurno en una oportunidad fuéramos a conocer un bar situado en el hotel MGM Grand, que tenía el sugestivo nombre de "Coyote Ugly"(Coyote Feo). Hay una película del mismo nombre que trata de unas mujeres que atienden un bar que también se llama así, y en la película las mujeres son todas infartantes y bailan arriba de la barra (o algo así, no ví la película, estoy contándoles el argumento a partir de haber visto la carátula del video), así que fuimos. ChicaS había, sí. Pero lo más abundante eran americanos borrachos, a razón de 15 a 1. Las chicas bailaban arriba de las dos barras que tenía el bar, es verdad, y eran francamente impresionantes, pero además bailban junto a ellas algunas de las parroquianas más audaces (o más beodas) lo cual no era un espectáculo tan agradable. Por un lado uno debe admirar la audacia que promueve el alcohol al hacer que una señora que debería estar haciendole la cena al marido o viendo la telenovela estuviera en cambio sacudiéndose a la vista de todos mientras la bañaban en cerveza, pero el show daba un poquito de verguenza ajena. Sobre tierra quedaban pocas mujeres, una se me acercó arrastrando a su blonda y sonriente compañera y me dijo algo que no entendí. Sospecho que debe haber sido algo así como "mi amiga rubia está completamente borracha, no querés aprovecharte de ella?"porque ante mi momentáneo desconcierto se dirigió al muchacho parado al lado mío, y acto seguido arrojó a la rubia literalmente en sus brazos, luego de lo cual se entraron a besar y toquetear como si no hubiera un mañana (la rubia y el muchacho, la amiga entregadora se fue a bailotear arriba de la barra). Quién dijo que los americanos no son románticos.Enfrente nuestro, un poco por debajo se presentaba otra atracción. Dos chicas que hacían honor a la segunda parte del nombre del bar (pista: no eran coyotes). Una de ellas era llamativamente simétrica, era tan ancha como alta. Las dos bailaban juntas y ejecutaban unos movimientos que en mujeres con 50 centímetros más de estatura y menos de cintura podrían interpretarse como sensuales. Además aprovechaban la cercanía de humanos masculinos para frotarse contra sus cuerpos, pero al parecer nadie estaba lo suficientemente borracho como para agradecer el contacto. En un momento las perdí de vista y un instante después sentí algo que me recorría la espalda...no era un escalofrío, era la más esférica de las dos bailarinas entusiastas, que me acariciaba con una manita regordeta. Halagado y horrorizado por partes iguales, le sonreí caballerosamente a la criatura y decidí que ya era suficiente diversión por esa noche. Salimos de allí con mi socio, nos tomamos el trencito elevado que nos acercó a nuestro hotel, donde me bañé un poco más concienzudamente que de costumbre, y nos fuimos a dormir tardísimo. Como a las 10 y media.

Buenas noches

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