Al igual que muchas otras personas, yo no lavo la ropa en mi casa. Para tales menesteres utilizo los servicios de un lavadero automático, conocido genéricamente en estas pampas como “LaveRap”.
El stock de prendas de vestir con el que cuento suele servir para cubrirme durante unos 15 días, suponiendo que no cometo la imprudencia de vestirme en forma diferente cada jornada.
Así, cuando el bolso que utilizo para ir almacenando la ropa cochambrosa está colmado en su capacidad, voy hacia este simpático establecimiento, tengo una charla intrascendente con su no menos simpática propietaria y, dejando unas escuetas instrucciones “por favor, no le pongan tanto apresto a las camisas, que el otro día casi me degüello al ponerme la corbata” me desentiendo del asunto hasta el otro sábado, en que voy a retirar la indumentaria ya adecentada. Sí, es verdad, no hay por qué esperar toda una semana para retirar la ropa, pero ya he establecido esta rutina y me funciona. O casi. Y digo “casi”, porque la semana de transición suele tenerme vestido con lo menos selecto de mi guardarropas. Si alguien no tuviera mejor cosa que hacer de su vida que observarme, podría predecir exactamente cuánto falta para que el ciclo de lavado se complete. Un signo inequívoco es la reaparición de prendas que no están tan limpias como para guardar, pero tampoco tan sucias como para lavar. Para ser francos, el viernes anterior al retiro de prendas limpias un obrero de la construcción parecería Karl Lagerfield al lado mío.
Cuando uno entra a uno de estos locales, se maravilla pensando cómo harán estas buenas gentes para no confundir las ropas, no perderlas, no dárselas a otro cliente por error, en medio de un aparente caos de camisas, pantalones, sábanas, toallas, medias y calzoncillos (las mujeres no mandan sus ropas interiores al LaveRap porque suelen ser delicadas, me refiero a las ropas, y por una extraña clase de pudor. A nosotros nos importa un comino que alguien se pregunte por qué tenemos un raviol añejo pegado al boxer).
Pues bien, no hay tal cosa: a juzgar por la desaparición de buena parte de mi indumentaria durante estos último años, debo sospechar que estas personas no son todo los organizadas que debieran, o que al monstruo que habita en el fondo de mi placard le encanta usar mis camisas. Bien, bien, lo admito, esto último es absurdo. Todo el mundo sabe que los monstruos de placard son alérgicos al poliéster.
Los del lavadero pierden mis ropas, o más bien se las entregan a otros clientes de vez en cuando. La leyes de la probabilidad dicen que alguna vez debe suceder la cosa inversa, y que a uno le tocará en suerte recibir una prenda de otra persona, y así fue una vez, pero la espantosa toalla de mano de colores chillones y textura parecida a la arpillera que me gané no compensa la pérdida de la peor de mis medias. Y digo “la peor” de
mis medias, así en singular, porque por alguna razón no menos singular las medias siempre desaparecen de a una, nunca de a pares. Tengo un cajón lleno de medias solitarias, suspirando por su compañera perdida. Podría tirarlas a la basura, pero son buenas para lustrar zapatos. También podría pegarles pequeños ojitos y hacer títeres para entretenerme mientras me decido a pedirle a mi vecino que deje pasar a los técnicos del cable a su departamento.
He llegado a aceptar la desaparición ocasional de alguna pieza de indumentaria con filosofía. Qué más podría hacer? Sería bastante enojoso ir con un Escribano Público que hiciera firmar un inventario a los del LaveRap cada vez que dejara y retirara mi ropa, y seguramente me saldría muy caro, sin contar con que probablemente los Escribanos andan detrás de todo este asunto. (No me miren así. Los Escribanos están detrás de todos lo asuntos raros. Después no me vengan con que no se los advertí).
Además, si de vez en cuando no me faltara ropa, nunca compraría nueva, a no ser que se desintegrara con el uso (así es como los hombres nos deshacemos de nuestra ropa interior, esperamos a que se desintegre. Nunca encontrará un hombre que haya tirado a la basura un par de calzoncillos). En el fondo esto debe ser bueno para la economía. Para la economía de los propietarios de lavaderos y casas de ropa. No me extrañaría que fueran los mismos (y que algún Escribano tuviera algo que ver).
Si yo hago cuentas, con lo que he gastado en lavaderos durante los últimos diez años, más la amortización incompleta de la ropa que perdí, me parece que me saldría más barato prenderle fuego a la ropa sucia que lavarla. Claro que también me fastidia comprar ropa nueva. Pero esa es otra historia.
Buenas noches
1 comentario:
Es una conspiración..que te lleva irremisiblemente al matrimonio o sus sucedáneos...
Las medias..¿No serían útiles para darse un toque de "sabio distraido" de acuerdo a tu anterior post?
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