domingo, 12 de agosto de 2012

El Humor en los tiempos de porquería.



Los antiguos lectores de Los Sin-logismos, y algunos de los más nuevos habrán notado que la mayoría de los artículos aquí expuestos tienen un tono intencionalmente humorístico (no, el hecho de que no le hayan provocado la menor gracia a usted no es relevante en este momento, pero gracias por su opinión).

También habrán notado, porque los adivino suspicaces, que no he escrito nada en los últimos dos meses.

No habré de justificar mi ausencia con el relato de tragedias propias, que para ustedes, amables lectores, serán ajenas y por lo tanto, al decir de Oscar Wilde, de una banalidad insoportable. 
Tampoco es que tenga que  justificar nada, ya que a pesar de los esfuerzos desplegados durante los últimos ocho años, no he logrado despertar el interés de nadie al punto de que se mostrara ansioso de pagarme por escribir. De manera que no le debo explicaciones a mi agente, mi editor o mi mecenas, ya que por lo general no voy por la vida excusándome ante personas cuya característica más saliente es la inexistencia.

El hecho es que no he estado escribiendo, y hace poco me pregunté por qué. No es una pregunta superflua, uno siempre debería preguntarse por qué no está haciendo algo que solía disfrutar (a menos, claro, que lo haya reemplazado por algo que disfruta mucho más). Llegué a la conclusión de que simplemente no estaba de humor. Lo cual es completamente absurdo.

Hay una clase de humor para las ocasiones amables, los tiempos alegres, los encuentros festivos. Es un humor que actúa como catalizador para la carcajada, apenas un empujoncito para que ocurra ese estado convulsivo y feliz inundando nuestro cerebro de endorfinas. Son ocasiones en las que una pedorreta puede hacer que literalmente nos revolquemos de risa. No se escribe un humor así, obviamente. 

Pero hay otras épocas en las que el estado de las cosas no invita a la distensión y la chanza superflua, donde la pedorreta se convierte, despojada de contexto, en lo que realmente es, una grosería sin relieve.
Es en esas condiciones que el humor se transforma. Se concentra, se destila, se hace más punzante, y al estar más enfocado deja a oscuras a muchos, pero ilumina con más fuerza a los que se encuentran bajo su potente haz.
En tiempos de porquería, el humor es escudo y lanza, coraza y mosquete, tabla flotando en un naufragio y sofisticada estrategia de superveniencia. 

Me apresuro en aclarar que no estamos aquí hablando de la necesidad de poner al mal tiempo buena cara, ni le asignaremos magia alguna a una liviana actitud positiva. Las catástrofes suceden, los problemas no desaparecen mediante el sencillo trámite de pensar en ellos con optimismo y alegría, y nada cambia el hecho de que al final del camino seremos fagocitados por bichos asquerosos (muchos de los cuales ya están viviendo adentro nuestro, malditos traidores).

Se trata de una actitud completamente diferente. Es una forma de protesta. Es decirle al Universo que ya sabemos lo que nos prepara, y que aún así  no nos dejamos amedrentar. Es una postura,  una declaración.

En ese orden de ideas, no escribir humor porque no se está de humor resulta equivalente a no hacer dieta porque se está demasiado gordo.

Dedicada a aquellos de entre ustedes que aspiran (como yo) a ser esa clase de individuos capaces de improvisar una broma acerca de corbatas y nudos en el preciso momento en que el verdugo les pone la soga al cuello, voy a terminar este artículo con una anécdota personal.

Hace no mucho tiempo, me encontraba cuidando a mi abuela, anciana de 99 años en su lecho de muerte. La veía debatirse con inquietud, mientras murmuraba algunas palabras ininteligibles. Lentamente, las palabras comenzaron a hacerse más claras y audibles: decía, alternativamente, "quiero vivir" y "me quiero morir". Las repetía como un mantra. Vivir, morir, vivir, morir. 
La escena era angustiosa, yo permanecía en silencio y escuchaba.
Vivir, morir, vivir, morir, vivir, morir...
Y en un instante, el silencio. 
Mi abuela abrió los ojos, levantó apenas la cabeza de la almohada, y declaró :

-Pero qué vieja boluda, no sé ni lo que quiero.

A eso me refiero, exactamente.

Buenas noches.


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