lunes, 28 de noviembre de 2011

Erre con erre (tres)


El tren se deslizaba lentamente sobre los rieles, y me dispuse a disfrutar de los treinta y siete minutos que duraría mi viaje, de acuerdo con el horario que había tenido la precaución de estudiar. 

A manera de entretenimiento calculé que, para cumplir con el itinerario, la velocidad promedio del convoy debería ser de unos cuarenta kilómetros por hora,  seguramente con trayectos más veloces para compensar las marchas lentas en las estaciones intermedias . Y claro, teniendo en cuenta que habíamos salido con un retraso considerable, esperaba un notable incremento de la celeridad, ya que era impensable que el maquinista decidiera  que las pautas temporales en las que confiaban una multitud de pasajeros pudieran ignorarse sin consecuencias.

Con esto en mente, pasé a calcular la rapidez con la que nos desplazábamos. Utilicé para ello una técnica muy sencilla, que recomiendo a todo aquél que desee saber a qué velocidad se traslada, ya sea para pronosticar el tiempo estimado de arribo a su destino o para solazarse aplicando los bellos y simples principios de la Física. Los lectores sociables también podrán hacer de este ejercicio una excusa para iniciar una conversación.

El procedimiento consiste en tomar un punto de referencia fijo al vehículo en el cual nos estemos moviendo cuya ubicación permita la vista exterior. Algo que esté junto, encima o forme parte de una ventana es especialmente adecuado para nuestro propósito. Una vez elegida la referencia, nos concentraremos en encontrar en el paisaje que se desplaza ante nuestros ojos un elemento que se repita regularmente y cuya distribución espacial sea conocida. Buenos ejemplos de esto son los postes de iluminación, los hitos en las rutas, las esquinas en las ciudades. Malos ejemplos podrían ser vacas, señores con sombreros verdes y sedes del Partido Demócrata Progresista.

Es fácil deducir lo que sigue: debemos ubicarnos de manera que nuestra visión abarque el punto de referencia fijo y el elemento relativamente móvil externo al mismo tiempo, y contar los segundos entre la aparición de dos elementos similares. A partir de allí, sabiendo que v=e/t (*), el cálculo resulta trivial. En mi caso tomé como referencia fija un tornillo curiosamente salido del marco de la ventana, y como elemento exterior repetible las bocacalles que en virtud de nuestro movimiento relativo parecían pasar delante de mis ojos. Fue sumamente placentero computar que, sabiendo que las bocacalles están a cien metros de distancia entre sí, y  pasaban quince segundos entre sucesivas apariciones sobre mi punto fijo, nos movíamos a veinticuatro kilómetros por hora..

Así lo anuncié a mis ocasionales compañeros de travesía, que me dedicaban unas miradas algo extrañas. Es probable que el hecho de que debido a mi necesidad de minimizar errores de paralaje y perspectiva me encontrara tapando un ojo con una mano, con la cabeza inclinada en un ángulo poco habitual y con una rodilla apoyada en el suelo tuviera algo que ver. 

La noticia no pareció importarles mucho, a decir verdad. El más interesado fue el caballero de dilatada silueta, que luego de echar un vistazo a un reloj de pulsera que a mí me hubiera servido perfectamente como cinturón, soltó otra carga de aire sazonado.

Debo confesar que me desilusionó un poco que nadie me preguntara cómo había llegado a conocer nuestra velocidad, y me resistí a la tentación de enseñarles la técnica de todas maneras. Algunas veces la gente, simplemente no quiere saber.

Yo sí sabía. Sabía que de no aumentar drásticamente la rapidez de la formación, mi viaje de treinta y siete minutos se vería transformado en uno de poco más de una hora. Esta perspectiva me fastidió un poco, me preocupó otro tanto, pero lo que más hizo fue despertarme el apetito, así que, un poco mosqueado por la frialdad con que habían tomado el certero dato que les acababa de entregar, pregunté a mis compañeros de asiento hacia dónde debía dirigirme para encontrar el coche comedor.

(Continuará)

Buenas noches.


(*)Donde v = velocidad
                  e = distancia
                   t = tiempo







martes, 15 de noviembre de 2011

Erre con erre (dos)


Viene de aquí. 

Rápidamente los asientos desocupados dejaron de estarlo, hasta que el coche colmó su capacidad. Supuse que esa sería la señal de partida para la formación, porque ya no teníamos que esperar a nadie más (confieso haber sentido un pequeño golpe a mi autoestima al descubrir que el maquinista no me había dispensado un honor especial al aguardarme, sino que estaba dispuesto a demorar la partida en beneficio de cualquier desconocido, que además ni le daba las gracias).

Pero no partimos. Y la gente siguió subiendo al tren, a pesar de que ya no había comodidades disponibles. Me alarmé. He visto documentales acerca de países en donde la gente viaja parada en los trenes, y normalmente eso sucede en medio de catástrofes devastadoras, cuando las personas desean escapar de la zona incluso a costa de sacrificar su confort. Pero todos parecían de lo más tranquilos, y salvo algún maletín, bolso u ocasional mochila no cargaban con la impedimenta típica del evacuado.

Deduje entonces, que al insólito criterio de vender pasajes sin asiento asignado se sumaba la no menos insólita decisión de permitir que quien quisiera viajar parado pudiera hacerlo. "Caramba, cada día se aprende algo nuevo, ¿verdad?", le dije a mis ocasionales compañeros de asiento (un señor muy gordo que aprisionaba contra la ventanilla a una señorita visiblemente contrariada, y una señora de aspecto severo). El señor muy gordo se limitó a exhalar una cantidad de aire capaz de reflotar un submarino y al mismo tiempo matar a toda su tripulación (el suspiro de este individuo venía, por decirlo así, fuertemente condimentado), a la señorita contrariada se le despertó un súbito interés por lo que sucedía ventanillas afuera, y la señora de aspecto severo me felicitó por mi perfecta pronunciación del castellano.

Un poco perplejo entre los  picantes efluvios de la exhalación del orondo caballero y la desconcertante congratulación de la dama austera, me llamé a silencio. Esto no me impidió notar que la salida del ferrocarril se estaba demorando más allá de lo tolerable, arruinando así los planes de cientos de pasajeros que como yo habían abordado en la estación terminal y también los de aquellos que habrían de hacerlo en las siguientes paradas. Nuevamente pensé en algún desastre, pero examinando las actitudes del resto del pasaje parado o sentado no pude encontrar nada más intenso que cierto halo de resignado fastidio. Conociendo a mis compatriotas, capaces de prenderle fuego a las butacas de un estadio simplemente porque su equipo favorito había perdido el partido, interpreté las señales como la reacción ante un inconveniente menor e inevitable.

Ah, pero de todas maneras la demora era inadmisible. Mientras pasaban los minutos el nivel jerárquico de las personas a las que tenía pensado plantear un enérgica queja iba ascendiendo. Ya iba por el Presidente de Union Internationale des Chemins de Fer (*)para América Latina cuando por fin, con el gentil zumbido de sus motores eléctricos, la locomotora empujó al resto de los coches, y todos juntos (porque tal es el concepto de tren, caramba) abandonamos la estación traqueteando sobre los rieles.

(Continuará)

Buenas noches


(*)Unión internacional de Ferrocarriles. Sí, existe. No, no me lo inventé.


viernes, 11 de noviembre de 2011

Entrega de Premios Bitácoras


Distinguidos lectores, comentaristas y curiosos, el día de hoy, a la hora 20 de Madrid, hora 16 de Argentina, se realizará la entrega de los Premios Bitácoras 2011, como parte del evento llamado interQué.
El jurado ya ha decidido, pero no me quieren decir nada.
Por si alguien no lo sabe, este blog participa en la categoría "Mejor Blog Personal" por tercer año consecutivo
(en 2008 también llegó a las instancias finales, pero en la categoría "Mejor Blog de Humor").
Supuestamente desde este enlace se podrá ver la ceremonia en vivo (en este momento estoy intentando pero no se ve nada).
Intentaré presenciar el momento de la entrega del premio, si quieren pueden acompañarme (virtualmente, virtualmente). 
En todo caso a esa hora me encontrarán en Twitter (@Mr_Bugman) festejando o aceptando la derrota con dignidad. O hidalguía. O resignación. O indiferencia. O indignación. O lipotimia. Lo que surja naturalmente.

Buenas noches para quienes estén leyendo esto desde algún huso horario donde sea de noche.



ACTUALIZACIÓN 11/11/11 17:36 : Bueno. Perdimos. Otra vez. Ya van cuatro veces. Cinco, si contamos cuando perdió MIB. Caramba. Cuatro veces, caramba. O cinco.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Erre con erre (uno)







Erre con erre guitarra,
erre con erre carril.
Rápido ruedan las ruedas 
por rieles de hierro
del ferrocarril.














Un poco harto de conducir todos los días hasta mi trabajo, soportando el intenso tránsito automotor, y por qué no decirlo, la conducta incivil de los demás motoristas y la desaprensión de los peatones que se lanzan a cruzar las calles por cualquier parte sin mirar y sin sentirse de ninguna manera compelidos a respetar la luces de los semáforos, además de las largas vueltas buscando un espacio para estacionar, y algunas veces las largas caminatas producto del olvido de dónde había estacionado efectivamente, decidí probar un transporte alternativo. (Hacemos una pausa para tomar aire luego de este párrafo innecesariamente largo).

Fue así que un día entre los días conduje mi automóvil hasta la estación de tren más cercana a mi domicilio (desafortunadamente está demasiado lejos para prescindir por completo de mi vehículo), y procedí a estacionarlo en el lugar destinado a tal efecto, hecho lo cual, me dispuse a disfrutar de la seguramente estimulante travesía. Cabe aclarar que hacía unos quince años que no utilizaba el ferrocarril. Al menos, este ferrocarril.

Me dirigí hacia el expendio de pasajes, pero antes de llegar a la ventanilla detrás de la cual habría un empleado planeando matar a todos los pasajeros (todos los empleados que venden pasajes de tren planean matar a todos los pasajeros, lo único que les impide llevar sus planes a la acción es que necesitan unos cuantos pasajeros con vida para conservar su trabajo), encontré la primera novedad: ¡Una máquina expendedora de pasajes! La tecnología es algo maravilloso. Y podemos estar razonablemente seguros de que la máquina no planea matarnos. Esa máquina, al menos. De todas maneras se quedó con algunas monedas.

Provisto ya de mi boleto, dediqué mi atención a los carteles electrónicos que anunciaban con gozoso despliegue luminoso los arribos y partidas de formaciones; si bien yo había estudiado concienzudamente los horarios, nunca sobra la confirmación. Enorme fue mi consternación al descubrir que el tren que yo había elegido para llegar a mi oficina en horario razonable, ya debería encontrarse en camino. 
Caminé, entonces, cabizbajo, hacia los andenes dispuesto a esperar la próxima partida, y con alegría y sorpresa observé que donde sólo debería haber pasajeros aguardando, un reluciente convoy se aprestaba a ponerse en marcha. Obviamente habían tenido la amabilidad de esperarme, ya que cualquier explicación alternativa que involucre incumplimiento de horarios o dificultades técnicas sería decididamente irrisoria.

Agradecido y avergonzado a la vez, me apresuré en llegar hasta la ventanilla del maquinista, al que saludé y reconocí su civilizado gesto. Pero, seguramente por modestia y decoro, el individuo se limitó a proferir un gruñido y continuar con su complicado trabajo, que en ese momento consistía en aporrear frenéticamente las teclas de un teléfono celular.

Acto seguido examiné mi pasaje buscando las indicaciones de coche y asiento, y no las encontré por ninguna parte. Me sentí bastante tonto, porque la mayoría de las personas que abordaban el tren no parecían tener dificultad alguna para ubicar sus lugares, hasta se diría que estaban dotados de una destreza especial para hacerlo, porque en todos los casos les correspondía el primer asiento libre.

No quise que mi impericia demorara aún más la partida del tren, y pregunté a un pasajero que parecía tener mucha prisa en acomodarse, no sin antes asegurarme de que retirara su codo de mi mandíbula (tal era la vehemencia del caballero) sobre el mecanismo que tan eficazmente utilizara para encontrar su puesto. La respuesta fue un gruñido parecido al que el conductor me había obsequiado hacía unos minutos, pero con una modulación que casi dejaba adivinar algunas palabras, entra las que me pareció reconocer "donde se le cante". Inmediatamente traduje la figura a "donde usted lo desee", y me resultó muy extraño que la asignación de asientos se efectuara de una manera tan inconveniente y anárquica, pero mi interlocutor procedió a manifestar con su lenguaje corporal la intención de dar por terminada la conversación, así que con algo de recelo me desplacé hasta un asiento desocupado, y todavía un poco desconcertado, me senté.

(Continuará)

Buenas noches




miércoles, 2 de noviembre de 2011

Anuncio Oficial





Señoras y señores, damas y caballeros, niños y otros organismos basados en el carbono,  tengo el honor de anunciarles que, gracias a sus votos, Los Sin-logismos de Bugman, una vez más, y por cuarto año consecutivo, ha clasificado como finalista de los Premios Bitácoras, en la categoría "Mejor Blog Personal". (aplausos)

Ahora un jurado habrá de decidir si nos merecemos el premio o no, pero eso es otra historia. En lo que a mí respecta, misión cumplida, ¡GRACIAS!





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